La supervivencia del ser humano primitivo dependía del buen aprovechamiento que hiciera de cada gramo de energía ingerido. Con el paso del tiempo, el organismo se especializó en la tarea de acumular grasa y engordar, habilidad que se ha convertido en una auténtica maldición de nuestros tiempos, donde la comida abunda. Finalmente, los científicos descifraron el mecanismo mediante el que nuestro cuerpo se adaptó para almacenar grasa. Y en el futuro, esperan controlarlo para hacer frente a la epidemia de obesidad que afecta a la humanidad.
Proteínas RAGE.
El pasado martes se publicó un artículo en la revista Cell Reports escrito por un grupo de investigación de la Universidad de Nueva York. A grandes rasgos, señalan que una proteína denominada RAGE controla la forma en que nuestro cuerpo dispone de la energía. Ann Marie Schmidt, doctor en medicina y autora principal del estudio, señala que la proteína RAGE (“receptor para productos finales de glicosilación avanzada”) funciona como un “freno” celular en el proceso de la quema de grasas.
A través de una serie de experimentos, Schmidt y su equipo demostraron que RAGE sería una herramienta de supervivencia que se volvió en nuestra contra, contribuyendo a que desarrollemos obesidad de forma relativamente fácil. Estas pruebas consistieron en inhibir la expresión de la proteína RAGE en un grupo de ratones. Mediante la manipulación de genética de los roedores, el equipo pretendía hacerse una idea más clara de la forma en que RAGE mantiene la quema de grasa bajo control.
En los ratones intervenidos, se observó una mayor actividad en los genes responsables por la manutención de la temperatura corporal. Según el equipo, esto demostraría que los cuerpos de estos ratones trabajaban un poco más en estado de reposo. En consecuencia, los roedores perdían peso.
Incluso cuando se les alimentó con una dieta rica en grasas, aquellos ratones en los que se inhibió la expresión de la proteína RAGE ganaban menos peso que aquellos con la proteína presente. De hecho, cuando se trasplantaron células adiposas que contenían la proteína RAGE a los ratones en los que inicialmente se había eliminado la misma proteína, los animales volvieron a ganar peso de forma normal.
Engordar para sobrevivir.
Por supuesto, estos resultados no implican que eliminar la misma proteína en seres humanos sea el camino correcto para incrementar la quema de grasa. Pues resultó un agente clave en el pasado, cuando nos permitió sobrevivir a esas épocas donde los alimentos escaseaban y quemar grasa de forma acelerada era más un problema que un beneficio. De hecho, la clave para combatir la epidemia de obesidad que aqueja al mundo podría estar en comprender bajo qué circunstancias la proteína RAGE se vuelve más activa de lo que ya es.
La RAGE está vinculada a un tipo de moléculas denominadas productos finales de glicosilación avanzada (AGEs). Y, como apuntan los científicos, las moléculas que se unen a RAGE suelen liberarse cuando el metabolismo atraviesa un episodio de estrés; por ejemplo, en periodos de frío extremo o inanición.
Esto indicaría que la RAGE no entra en acción en periodos de homeostasis (cuando las condiciones son favorables), sino más bien, cuando el entorno se complica. Desde el punto de vista de Schmidt, ingerir alimentos de forma excesiva podría ser un escenario que promueva la activación de estas proteínas.
“Encontramos un mecanismo contra el hambre que terminó convirtiéndose en una maldición en tiempos de abundancia, pues determina que el estrés celular generado por la ingesta excesiva de alimentos es igual al promovido por los periodos de inanición, frenando nuestra capacidad de quemar grasa”, señaló en un comunicado.
Vestigios de un pasado difícil.
Alimentarnos en exceso es un hábito que, por sí solo, contribuye a desarrollar obesidad, pero además tenemos otras explicaciones ocultas en el cerebro y el organismo que ayudan a explicar ese impulso por consumir más de lo que necesitamos para funcionar. Sin embargo, la idea principal de este estudio es que consumir comida en exceso desencadena una dinámica celular profundamente arraigada, mediante la cual nuestro organismo interpreta que vienen momentos difíciles en el futuro.
Ahora, Schmidt y su equipo esperan encontrar una forma de manipular este mecanismo, que si bien nos aseguró la supervivencia en el pasado hoy nos genera mucho daño.