La naturaleza en esta región al este de Europa recibió una gran cantidad de radiación; sin embargo, la catástrofe le proporcionó una ventaja: la ausencia de actividad humana. No cabe duda que Chernóbil figura entre las tragedias más destructivas y peligrosas de la historia. Irónicamente, la vida salvaje en Pripyat tuvo un gran respiro tras la explosión del reactor nuclear, según las conclusiones de algunos científicos.
Esto se debió a que la zona de exclusión, de casi 3,000 km2, quedó totalmente limpia de humanos cuando los habitantes se vieron obligados a huir, convirtiendo el área en un santuario para la flora y fauna del país. Como el metabolismo de las plantas tiene una excelente resistencia a la lluvia radiactiva, la flora fue la más beneficiada. Incluso en las cercanías del reactor las plantas volvieron a crecer a partir de 1989, tan sólo tres años después de la catástrofe. En la actualidad, la zona próxima a la central es hogar de jabalíes, lobos, osos y hasta nutrias.
Stuart Thompson, bioquímico de la Universidad Westminster, dice que estas plantas, resistentes a la radiación, son el mejor ejemplo sobre la gravedad de la intervención humana en la vida salvaje. Y es que la presencia de humanos en la zona resultó mucho más destructiva para la naturaleza que el propio accidente nuclear. Cuando los humanos huyeron de aquí, la naturaleza simplemente empezó a recuperarse.
Plantas vs radiación.
Los humanos, a diferencia de las plantas, son muy susceptibles a los efectos de la radiación. Cuando las células de nuestro cuerpo son alcanzadas por las partículas y ondas liberadas desde el material nuclear inestable en descomposición, la estructura de las mismas se rompe y se producen alteraciones químicas que dañan al mecanismo de las células.
Peor aún: nuestro ADN es particularmente susceptible a esta clase de alteraciones. El contacto con radiación de baja intensidad puede generar cáncer a largo plazo, pero cuando las dosis son altas los síntomas son más inmediatos e incluyen caída capilar, inflamación, quemaduras, fatiga, deshidratación y diarrea.
Las plantas, gracias a la flexibilidad de su organismo, con capaces de responder de forma orgánica a la radiación, sobre todo porque no pueden desplazarse de un lugar a otro. Las células vegetales se adaptan, y modifican su funcionamiento según el medio en que se encuentran.