¿Te preocupa que en el estreno de tu película favorita asista una madre con sus pequeños retoños? La posibilidad de que el crio suelte el llanto precisamente en el clímax de la película siempre está latente, y estas preocupaciones no son algo nuevo. Teniendo en cuenta lo que algunos gastan en boletos, comida y golosinas es razonable que las personas se molesten cuando alguien les arruina la noche. Y es que los diálogos, la música y las secuencias de sonido son tan importantes para el espectáculo como la imagen misma.
Pero incluso antes de que el cine incluyera sonido, cuando las películas mudas tenían un acompañamiento sonoro en vivo y se desplegaban los diálogos en tarjetas de títulos, ya existía esta preocupación por las distracciones. Entre aquella audiencia del pasado, una conversación imprudente o el sonido de un teléfono celular (obviamente) no figuraban entre los principales inconvenientes.
“Si la molestan estando aquí, por favor dígale a la administración”.
Por una parte, el cine era el lugar donde se mezclaban las clases, géneros y edades “de forma mucho más libre si se compara con la costumbre victoriana”, apunta Rebecca Onion en una publicación de Slate. Por supuesto, existían las preocupaciones habituales como la intromisión a la “delicada sensibilidad de las damas”.
“Señoritas, amablemente retiren sus sombreros”.
Pese a esto, las mujeres en el cine eran vistas como un auténtico problema por su evidente costumbre de llevar sombreros enormes y charlar todo el tiempo. La asistencia a estos lugares podía convertirse en algo estimulante, y no era raro que los espectadores perdieran sus inhibiciones. En 1910, el escritor W.W. Winters anotó: “de alguna forma te vuelves parte de la esencia de esta cosa. Te alejas de ti mismo, pierdes reticencia, la reserva, el orgullo y algunas otras cosas”.
“Por favor, aplaudir sólo con las manos”
Parecerá ilógico, pero si ciertos comportamientos de los humanos no fueran un problema jamás habrían creado anuncios que los prohibieran.
Los sombreros enormes y los aplausos (con otra cosa que no fueran las manos) pueden parecer un antiquísimo recuerdo del cine. Sin embargo, si cambiamos estas diapositivas que advertían a los espectadores en 1912 sobre la etiqueta en el cine por advertencias de las múltiples interrupciones que llegan a producir teléfonos inteligentes, las cosas no estarían tan fuera de lugar.
“Intermedio de 3 minutos mientras se cambian las películas”.
A muchos les encantaría que los intermedios volvieran al cine, sobre todo después de la marca de dos horas. Por otra parte, ¿no sería genial que, en lugar de créditos, el personal del cine tuviera la simple cortesía de desearnos un “buenas noches”?