Sada Abe y Kichizo Ishida vivían la auténtica pasión prohibida. En abril de 1936, la pareja alquiló una habitación de hotel en el centro de Tokio para pasar el rato; sin embargo, lo que inició como una simple tarde de amor terminó convertido en una maratón de cuatro días de pasión desenfrenada. La pareja no dejaba de hacer el amor ni siquiera cuando las empleadas del hotel llevaban la comida. Pocos imaginaban que un amor tan pasional como el de Abe e Ishida terminaría en tragedia.
El pasado de Sada Abe.
La vida de Abe siempre estuvo marcada por diversos problemas vinculados al sexo: tras ser violada a los 14 años, la identidad sexual y el temperamento de Sada Abe resultaban un completo enigma, llegando a tener numerosos amantes desde muy joven. Cuando sus padres la vendieron a una escuela de geishas, Abe no soportó la disciplina que requerían y terminó trabajando en la prostitución con licencia del gobierno.
Después que varios clientes presentaran denuncias por robo, el gobierno le retiró la licencia y Abe siguió prostituyéndose de forma ilegal en un burdel de Tokio, mismo que terminó cerrado por problemas judiciales. Tras la clausura de este prostíbulo, Abe decidió abandonar la profesión de una vez por todas.
Entonces, buscó trabajo como mesera en un restaurante propiedad de Kichizo Ishida. No pasó mucho tiempo hasta que el patrón empezó a cortejarla. Cuatro semanas después, los amantes daban rienda suelta a sus bajos instintos en la cama de un antiguo hotel en Tokio. La pasión se fue consumiendo al paso de los días e Ishida volvió a la cotidiana realidad, con su esposa.
Sada Abe era una mujer extremadamente celosa, así que adquirió un cuchillo de cocina y amenazó de muerte a Ishida. Sorpresivamente, el arranque de celos no causó ningún tipo de temor o preocupación en el propietario del restaurante. De hecho, se mostró muy entusiasmado con la idea.
“… resulta complicado especificar lo mejor de Kichi. Pero también resulta imposible no decir nada sobre su apariencia, actitud, su habilidad como amante o la forma en que expresaba sus sentimientos. Nunca había conocido a un hombre tan sensual y espectacular”, llegó a declarar Abe tras ser aprehendida.
Pasión macabra.
La personalidad sumisa y débil de Kichizo Ishida terminó encajando perfectamente con el perfil dominante de Sada Abe para producir un encuentro fatal. Reavivaron la llama de la pasión, aunque esta vez incluyeron el cuchillo de cocina. Durante aquel encuentro, Abe puso la punta del cuchillo en los genitales de su pareja y lo amenazó con cortarlos si regresaba con la esposa.
En encuentros pasados, Ishida había solicitado a Abe que lo estrangulara por lo que, aparentemente, gozaba con las situaciones de peligro. El 16 de mayo, tras una sesión de casi dos horas de asfixia erótica, Ishida terminó aporreado. A manera de broma, le sugirió a Abe que lo estrangulara hasta morir para que no sintiera dolor después.
El crimen.
Sada Abe supo que su amante lo había dicho en tono de broma, pero aquella idea echó raíces en su mente. Dos días después, Abe se puso un kimono y empezó a estrangular nuevamente a Ishida, aunque en esta ocasión no se detuvo hasta que lo mató. “Después de asesinar a Ishida, experimenté una sensación de plenitud, como si me hubiera quitado una pesada carga de los hombros, y tuve una sensación de claridad”, declaró durante el interrogatorio policial.
Posteriormente, con el cuchillo de cocina retiró los genitales del cuerpo de su amante y los envolvió religiosamente en papel. A continuación, con la sangre escribió “Nosotros, Sada e Ishida, estamos solos” sobre la espalda del muerto. Para terminar, utilizó el cuchillo para grabar su nombre sobre un brazo y salió del hotel con las partes nobles de Ishida en una bolsa.
Sada Abe es capturada.
Varias horas después, el personal del hotel descubrió la macabra escena. Al otro día, la prensa en Japón no hablaba de otra cosa y la policía inició la búsqueda de la asesina. El 20 de mayo, Sada Abe alquiló una habitación de hotel y escribió varias cartas de despedida para sus amigos. Planeaba suicidarse el próximo fin de semana saltando de algún barranco.
En este lapso, la inestabilidad mental de Abe llegó a su punto máximo cuando apareció el deseo de volver a tener relaciones con su gran amor. Se dispuso a desenvolver el miembro cercenado del difunto y se lo llevó a la boca. Después, pasó un tiempo intentando introducirlo en su cuerpo pero todo fue en vano. “Quería esa parte de él que me traía los recuerdos más vívidos”, confesó Abe más tarde.
Mientras tanto, la policía japonesa la buscaba por todos lados. Los detectives siguieron una serie de pistas que las llevaron hasta esa habitación de hotel, y tocaron a la puerta. Abe los invitó a entrar y confirmo su identidad. Para que no quedaran dudas, ofreció los genitales de Ishida como prueba. En el interrogatorio, la policía preguntó las razones por las que había terminado con la vida de su gran amor.Lo amaba demasiado, y lo quería sólo para mí. Pero como no éramos un matrimonio, mientras estuviera con vida, otras mujeres podrían abrazarlo. Si lo mataba ninguna otra mujer podría volver a tocarlo de nuevo, así que lo maté…”.
Abe solicitó la pena de muerte, pero la justicia japonesa la condenó a tan solo seis años de prisión. Tras cumplir la condena se dedicó a seguir trabajando como mesera, y en 1970 se le perdió la pista. Abe desapareció del mapa y, hasta hoy, su paradero es un misterio. Mientras tanto, los genitales del pobre Kichizo Ishida siguen en exhibición en la Escuela de Medicina de la Universidad de Tokio, a donde fueron enviados tras el juicio.