Cualquier procedimiento quirúrgico complejo encuentra en la compatibilidad sanguínea un recurso imprescindible para el éxito. Es una técnica antigua cuya perfección costaría la vida a varios científicos, incluido el ruso Alexander Bogdanov que desarrolló las bases del procedimiento entre humanos y terminó perdiendo la vida a causa de una transfusión incompatible. Sin embargo, varios siglos antes ya se venía intentando el procedimiento y, de hecho, la primera transfusión sanguínea exitosa se atribuye al médico francés Jean-Baptiste Denys.
Sistema ABO.
A inicios del siglo XX, el patólogo austriaco Karl Landsteiner reveló los principales culpables de todos estos fracasos en la técnica: la presencia de tres tipos distintos de sangre (A, B y O), que no debían mezclarse en una transfusión. Con el paso del tiempo, los avances en el campo permitieron a otros investigadores saber que existía otro tipo, el AB. Sería oficialmente conocido como sistema de grupo sanguíneo ABO.
Recapitular esta información es importante para comprender el alcance de lo que se anunció el pasado 10 de junio en la revista Nature Microbiology. En un artículo publicado por investigadores de la Universidad de Columbia Británica, en Canadá, se revela una hazaña inédita: la conversión de sangre tipo A, empleando enzimas presentes en el intestino humano, en tipo O, conocida también como sangre universal.
Se estima que el 30% de la población mundial posee sangre tipo A, por lo que hacerla compatible con los otros grupos sanguíneos sería un verdadero milagro para los bancos de sangre y salas de emergencias en todo el mundo, donde se padece una carencia sistemática de stock, especialmente del tipo O.
Para comprender cómo lograron esta hazaña los científicos canadienses, antes hay que explorar los conceptos del sistema ABO.
Convirtiendo la sangre.
El gran inconveniente en las transfusiones sanguíneas reside en los anticuerpos y antígenos característicos de cada tipo. En nuestra sangre existen eritrocitos, también conocidos como glóbulos rojos, que transportan oxígeno a diversas áreas del cuerpo. Según el tipo sanguíneo, estas células están recubiertas por determinados azucares.
Cuando una persona recibe una transfusión sanguínea con un tipo que no le pertenece, la presencia de estos azucares activa las alarmas en el sistema inmunológico. A continuación, nuestro organismo envía todas sus células de defensa a atacar esta sangre extraña. El resultado es fatal.
El grupo sanguíneo O (específicamente el Rh negativo) es de donante universal precisamente porque sus eritrocitos no están provistos de estos azucares. En otras palabras, no hacen que el sistema inmunológico dispare el mecanismo de defensa. Si los tipos de sangre presentaran glóbulos rojos como los que encontramos en el tipo O, las transfusiones serían mucho más simples. Antes de la hazaña lograda por los investigadores canadienses, el proceso para neutralizar los eritrocitos en los otros tipos sanguíneos era muy costoso y no siempre resultaba.
Flora intestinal y sangre.
Todo este tiempo la clave para el proceso se ocultaba en nuestra propia flora intestinal. Los investigadores partieron de las semejanzas entre los azucares presentes en el sistema digestivo y los que hay en las células de sangre tipo A. Entonces, decidieron probar si las enzimas de las bacterias presentes en el intestino que digieren dichos azucares podían hacer lo mismo con los azucares de los eritrocitos tipo A.
Durante los experimentos, dos enzimas que intervienen en nuestra digestión lograron romper de forma eficiente los azucares de las celulares en la sangre tipo A, siempre y cuando actuaran de forma simultánea. Según los investigadores, es una técnica que ahorra tiempo y recursos. Y los resultados se muestran muy prometedores.
Se trata del primer estudio científico donde se vincula a las enzimas del intestino con el proceso para “convertir” un tipo sanguíneo. Evidentemente, se debe profundizar mucho más en las investigaciones para perfeccionar el proceso y hacerlo medicamente viable.