sábado, 13 de marzo de 2021

Una psicópata medieval. Elizabeth Bathory


La llamaban la “Condesa sangrienta”. Una de las personalidades más sádicas y violentas de la historia, de hecho Elizabeth Bathory se alza como la mayor asesina conocida hasta la fecha. Según muchos especialistas en su biografía, llegó a asesinar a 650 personas, la mayoría mujeres jóvenes. ¿El objetivo? Conseguir su sangre.

Sangre de vírgenes. La Condesa Bathory buscaba en especial sangre de chicas y niñas jóvenes para bañarse en ella e impedir que el paso del tiempo acariciase su piel. Esta dama amante de las orgías, del sadismo y del vampirismo nació en 1560 en una familia ilustre y distinguida: su primo era Primer Ministro de Hungría, y su tío el Rey de Polonia nada menos. Un árbol genealógico donde siempre estuvo impreso también la fascinación por el esoterismo y la magia negra.

Como curiosidad a tener en cuenta  te diremos que Elizabeth se casó a los 15 años con el conde Nadasdy, un hombre singular conocido como “El Héroe Negro”, que se la llevó a vivir a un solitario castillo en los Cárpatos. Un argumento de novela, sin duda, pero una novela demasiado sádica para poder disfrutar de ella. Es una de esas historias donde la realidad supera a la ficción.

Debido a que su marido pasaba largas temporadas en guerras y batallas, la Condesa Bathory aprovecha sus horas de soledad para dar rienda suelta sus deseos: mantener relaciones lésbicas con dos de sus doncellas, y profundizar aún más en materia de esoterismo y alquimias. Fue así como deparó en algo que siempre le había preocupado, envejecer. No tardó demasiado en acudir a esos textos que hablaban del poder de la sangre y los sacrificios humanos para conservar esa lozanía que ella ansiaba mantener de por vida.

¿Y cuando empezó a ser patente esta preocupación? Después de haber dado a luz a cuatro hijos, después de haberles dedicado parte de su vida y sus años de juventud viendo como día a día llegaba ya la madurez al reflejo de su espejo. Al principio no se decidió a probar esas artes prohibidas, su marido y sus obligaciones con la nobleza paraban un poco sus oscuros deseos. Pero cuando su esposo falleció, Elizabeth se recluyó en su castillo refugiándose en una aparente tristeza por la pérdida, una depresión que de cara al mundo podía servirle de pretexto para iniciar sus perversos anhelos.

Tenía 40 años cuando empezó a recorrer los Cárpatos en carruaje junto a sus doncellas en busca de muchachas. ¿Y cuál era su técnica de cacería? Les prometía un trabajo en el castillo. Eran tiempos de necesidad y eran pocas las que se negaban. Pero eso sí, cuando empezó a correr el miedo ante tantas desapariciones, la condesa optó sencillamente por los secuestros.

Una vez en su castillo, las jóvenes eran drogadas, humilladas, encadenadas… y acuchilladas en zonas estratégicas para obtener su sangre. La condesa Elizabeth necesitaba llenar su bañera, así que eran varias las jóvenes que debía sacrificar. Pero eso sí, las chicas que mostraban lozanía y un aspecto realmente atractivo eran sometidas a técnicas aún más perversas: las encerraba durante años para ir sacándoles la sangre en pequeñas dosis, muy poco a poco, y sencillamente bebérsela. Su monstruosidad crecía día por día, una oscuridad que siempre habitó en ella y que en todo ese tiempo pudo dejar escapar con total libertad en la más perversidad difícil de entender.

La gente le tenía pánico, el terror se extendió en todas las aldeas cercanas hasta que llegó a oídos del rey. Y de nada le valió su nobleza ni su distinguida ascendencia. Lo que los soldados encontraron al entrar en el castillo no tenía palabras. Lo que encontraron en las mazmorras y lo sótanos superaba el sentido de la lógica y la decencia. Pero lo que descubrieron enterrado en los alrededores del castillo ya resultó demente, cientos de cadáveres de muchachas asesinadas…

El Rey Húngaro le infringió el peor de los castigos, algo acorde a sus pecados: una muerta lenta. Elizabeth Bathory fue emparedara en el dormitorio de su castillo, pero eso sí, se le dejó un abierto un pequeño agujero por donde se le ofrecía restos de comida y algo de agua. Tardó cuatro años en fallecer. A los 54.


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