La leyenda hila sus clásicos orígenes en la curiosa figura de un rey de Tracia, un rey un poco imprudente que tenía un don muy peculiar: el de la profecía. Era capaz de ver aquello que a otros les estaba vetado, intuía el futuro y sabía muchas cosas que el resto de mortales desconocían. Este don, el de la profecía, se lo había ofrecido el dios Apolo. Pero nuestro rey de Tracia como ya hemos dicho no era muy cauteloso, y casi sin darse cuenta estaba empezando a revelar muchos de los secretos de los dioses del Olimpo.
Hasta que cómo no podía ser de otro modo, Zeus montó en cólera ante semejante afrenta de aquel mortal incauto… ¿Y como reaccionó el más poderoso de todos los dioses? Lo confinó en una isla, en un recóndito y pequeño trozo de tierra suspendido en el océano donde se extendía ante él una mesa repleta de ricos manjares. Pero cuando el hambriendo Fineo se dispuso a saciar su hambre… algo ocurrió.
El cielo se vistió de tormenta. Las nubes parecían gigantescas naves henchidas de oscuridad, de rayos y de truenos. Y de pronto, sopló un feroz viento del oeste tan gélido que le heló la sangre. Ahí estaba el auténtico castigo de Zeus: tres criaturas aladas en forma de mujer que alzaban unos gritos desgarradores, unos chillidos sobrenaturales que paralizaban el alma de todo mortal con el latigazo del terror.
Eran las Arpías (o Harpías), hijas de Taumante y de una ninfa del océano llamada Electra. Tres criaturas que respondían a los nombres de Aelo (vendabal), Nicotóe (diosa corredora), y Ocípete (ala suave). Eran ellas las que a partir de entonces impedirían a Fineo que pudiera alimentarse. Diariamente le robaban toda la comida que se llevaba a la boca, dejándole solo pequeñas migajas con las que poder subsistir para pagar su castigo.
LA LLEGADA DE JASÓN Y LOS ARGONAUTAS:
Jasón, en su empeño por encontrar el preciado Vellocino de oro, fue a consultar a Fineo la ruta que debían tomar para tener éxito en su empresa. El viejo y torturado rey de Tracia solo pidió a cambio que le liberaran del suplicio de aquellas tres criaturas que diariamente lo castigaban. Así que Jasón y sus argonautas enviaron tras ellas a a los mejores de sus hombres, a los Boréadas, los héroes alados Calais y Zetes, quienes tras preparar una hábil e ingeniosa trampa, las alcanzaron.
Lo que ocurre a partir de aquí dispone de varias vertientes. Algunas fuentes nos indican que una de las Arpías falleció a mano de los hermanos alados en un río. En un río que hoy es conocido precisamente como Harpis. También se dice que también otra de las hermanas encontró la muerte por cansancio en su huida en la isla Estrofíades. Y existe por último una tercera versión que nos habla del Dios Iris, quien apareció en el momento justo para mediar por la salvación de las tres arpías.
Al fin y al cabo eran servidoras de Zeus y no merecían la muerte. Se las confinó en una oscura cueva de Creta, ahí donde salían de vez en cuando para raptar a algún que otro mortal y llevarlo de camino al Tártaro. Aparecían en los días de tormenta, ya sabes, envueltas en un viento gélido y alzando sus gritos de espanto…
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