A Heliogábalo se lo ha tenido durante siglos por uno de los peores emperadores romanos, pero en algunos casos se le ha considerado un moderno transgresor por quebrantar los límites sexuales de su época.
Calígula, Nerón o Cómodo son algunos de los emperadores de Roma que peor fama han cosechado. El eco de sus siniestros reinados se ha perpetuado a lo largo de los siglos, y en épocas más contemporáneas han sido personajes centrales en novelas, series de televisión y películas. Pero, más allá de estos célebres césares despóticos, el Imperio tuvo otros en momentos decisivos de su historia.
Heliogábalo es uno de estos soberanos. Su gobierno duró tan solo cuatro años, pero le valieron para ganarse la fama del peor emperador romano, según la Historia Augusta, un compendio anónimo de biografías de césares publicado en el siglo IV. Los críticos de Heliogábalo le acusan de practicar un amplio catálogo de perversiones sexuales.
El Senado al principio toleró que Heliogábalo nombrara a personas de confianza procedentes de ciudades de Siria para los altos cargos imperiales, tradicionalmente en manos de romanos. Pero más adelante las designaciones incluyeron a sus amantes masculinos, primando a los más atractivos, o incluso se decía que para los puestos en provincias elegía a aquellos que tuvieran un pene más grande. Y eso ya no sentaba tan bien a los senadores.
Las acusaciones de favorecer a sus amantes apenas fueron la punta del iceberg del escándalo sobre la vida sexual del emperador. Indignaban las maneras con las que mantenía relaciones con otros hombres. La actitud de los romanos hacia la homosexualidad era ambivalente.
Existía cierta permisividad, siempre que no se cayera en comportamientos entonces condenables, como asumir un papel pasivo (algo reservado a jóvenes o esclavos). Precisamente, Heliogábalo adoptaría abiertamente un rol de sumisión con sus amantes masculinos, algo más vergonzoso aún en la figura del emperador.
En ningún momento ocultó su apetito sexual por hombres y mujeres. De hecho, entre sus amantes masculinos destacaron dos. En primer lugar estuvo Hierocles, un esclavo auriga que había adquirido gran prestigio por las carreras de cuadrigas. Las fuentes indican que era muy celoso; según los rumores de la época, al emperador le gustaba enfadarlo con otros amantes masculinos para que le pegara.
Pero luego se encaprichó de Aurelio Zotico, un atleta griego de Esmirna famoso por su virilidad. Mandó llevarlo a Roma con una numerosa escolta de guardias pretorianos, provocando el escándalo porque Heliogábalo otorgara semejante reconocimiento a un amante.
Aunque el destino de esta nueva pareja no fue muy halagüeño. Algunas fuentes hablan de que fue envenenado por el celoso Hierocles, mientras que otros relatos apuntan a que fue exiliado porque no satisfizo el apetito sexual del césar.
Además de la excesiva exhibición de sus amantes masculinos, el alboroto subió de tono cuando Heliogábalo se casó con Hierocles y Aurelio y manifestó su deseo de ejercer como esposa. Deseó nombrar césar a Hierocles y ejercer él de consorte a todos los efectos, algo a lo que el Senado se opuso rotundamente.
Esta tendencia al escándalo también acompañó a Heliogábalo en sus relaciones heterosexuales, otro desafío a las costumbres. En especial, destacan los dos matrimonios que celebró con Julia Aquilia Severa, sacerdotisa vestal e hija de un influyente político.
Hay que tener en cuenta que, en la antigua Roma, estas religiosas consagraban su vida a la diosa del hogar, Vesta, y debían permanecer vírgenes durante treinta años. El emperador aseguró que con ella tendría una descendencia que se parecería a los dioses.
Este panorama de promiscuidad se completó con frecuentes visitas de Heliogábalo a los prostíbulos. De nuevo, el emperador demostró su capacidad transgresora, ya que no se conformaba con disfrutar de los servicios de las meretrices, sino que muchas veces se vestía como una de ellas.
Además, daba consejos a estas mujeres sobre cómo ser más hábiles en las artes amatorias con unos discursos en los que mezclaba la arenga militar con los términos sexuales más explícitos.
El gusto de Heliogábalo por aparentar ser una mujer llegó hasta tal punto que, según se afirma, consultó con algunos de los médicos más prestigiosos la posibilidad de someterse a algún tipo de intervención para cambiar su sexo. La petición es inaudita para la Antigüedad, lo que para algunos le convierte en la primera persona de la historia en demostrar su intención de transexualidad.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 589 de la revista Historia y Vida.
Las Rosas de Heliogábalo, pintura de 1888.
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