El inventor de las primeras incubadoras fue el francés Stéphane Tarnier, que en 1880 y mientras trabajaba en la maternidad de Port Royal de París diseñó una caja dividida en dos compartimentos, uno inferior con agua caliente y otro superior donde se ubicaba el niño. Mediante la utilización de estas incubadoras primitivas, fue capaz de reducir la mortalidad neonatal en un 28%.
Aun cuando los orígenes de la incubadora se encuentran en Francia, fue Martin Couney el responsable de su popularización. Nacido en Alsacia y probablemente de apellido Cohn o Cohen, estudió en Leipzig y Berlín, pero recientemente se ha conocido que no llegó a obtener la licenciatura en medicina, aunque ciertamente poseía conocimientos médicos. Ya en la exposición universal de Berlín de 1896 exhibió algunas incubadoras desarrolladas por sus maestros. Posteriormente emigró a los Estados Unidos y dentro del parque de atracciones Luna Park, de Coney Island, en Nueva York, montó una exhibición consistente en bebés prematuros que vivían dentro de incubadoras. También se instaló otra exposición permanente en Atlantic City y algunas exposiciones temporales. Hasta la década de los años 30, en los Estados Unidos no había incubadoras en los hospitales, por tanto, la única esperanza para los bebés prematuros era ser llevados a dicha atracción de feria, donde entre la mujer barbuda y el tragasables, salían adelante en su gran mayoría, atendidos por Couney, otros doctores y enfermeras, mientras eran observados por los espectadores que tras pagar sus tickets de 25 centavos podían contemplar a los bebés prematuros en sus extrañas “viviendas”. En la entrada al recinto había un cartel que decía: “All the world loves a baby” (Todo el mundo ama un bebé).
Una vez dentro, daba la impresión de estar visitando un moderno hospital. Los pequeños se mostraban al público perfectamente alineados. A su alrededor, todo estaba increíblemente limpio y bien organizado. La mayoría dormía plácidamente dentro de sus incubadoras mientras eran atendidos por personal especializado. Dos médicos y seis enfermeras se paseaban constantemente, con su uniforme blanco almidonado, por el interior de la barraca. Varias nodrizas se encargaban de dar de mamar o alimentar a los más pequeños con cuentagotas.
Pero no debemos olvidar que el público había pagado una entrada para sorprenderse ante los “bebés vivos más pequeños del mundo” y ¡el espectáculo debía continuar! Incluso contrataron un voceador. Un tipo guapo, llamado Archibald Leach, se colocaba en la entrada captando la atención de los transeúntes a grito de: ¡no se pierdan los bebés! ¡no pasen de largo!. Con el tiempo, Archibald Leach, trabajaría en Hollywood y se cambiaría el nombre por el de Cary Grant.
El show de “los bebés vivos”, de Coney Island, abrió sus puertas en 1903 y las mantuvo abiertas durante cuarenta años. Por sus instalaciones llegaron pasar cerca de 8000 niños, de ellos, más de 6500 lograron salvar su vida. Couney murió con ochenta años, arruinado y olvidado por la sociedad. Para unos fue un médico pionero y un héroe, para otros un empresario sin escrúpulos y un villano. Lo cierto es que con su iniciativa rescató a miles de bebés prematuros de una muerte segura, entre ellos a su propia hija, Hildegarde Couney, que terminaría trabajando como enfermera en el negocio de su padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario