Independientemente si eres un maestro cocinero o lo único que sabes hacer son huevos fritos, es innegable nuestro instinto por cocinar alimentos. Después de todo, los humanos han perfeccionado esta práctica durante miles de años. Pero, más allá de las exquisitas cualidades de una comida caliente, te has preguntado: ¿porque empezamos a cocinar?
Naturaleza de la cocina.
La cocina no es algo básico que forme parte del sentido común. Indudablemente, en algún punto de nuestra historia mantener una dieta con estas características no fue nada conveniente. Además, tampoco se ha observado que otras especies aprendan a cocinar su comida a fuego abierto. Por eso, un equipo de investigación conformado por antropólogos y biólogos exploró la verdadera ciencia tras la cocina, y la conclusión podría cambiar para siempre la visión que tenemos de nuestra propia especie.
A menos que seas de paladar especial, es muy probable que tu dieta consista principalmente de carne cocida. De hecho, si te detienes a pensarlo un poco te darás cuenta que la mayor parte de comida que ingieres, de alguna forma, entra en contacto con el calor previo al consumo.
Incluso la comida más sencilla que puedas imaginar probablemente se cocinó en algún punto. Mediante la cocción convertimos harina molida en pan. Y algo tan simple como las papas pueden terminar hervidas o fritas. Incluso los cacahuates deben tostarse antes de terminar triturados en nuestros dientes. ¿Pero, por qué?
La cocina y la humanidad.
El antropólogo Richard Wrangham, de la Universidad de Harvard, cree que este proceso culinario es lo que definió a nuestra especie y permitió su prosperidad. De hecho, teorizó que la cocina ofrece muchos más beneficios de lo que parece. Mucho supondrán que estas afirmaciones tienen que ver con un tema de salud e higiene, pues se sabe que cocinar la carne mata bacterias y previene enfermedades. Sin embargo, la cocina tiene implicaciones mucho más profundas en nuestra existencia.
En base al trabajo publicado por Wrangham, las investigadoras brasileñas Karina Fonseca Azevedo y Suzana Herculano Houzel publicaron un artículo afirmando que la cocina convirtió físicamente a nuestros ancestros en seres humanos. Y esto se remonta a un momento clave en la historia de la humanidad.
El fuego.
Nadie sabe la fecha exacta en que se descubrió el fuego; sin embargo, algunas estimaciones consideran que un antecesor del homo sapiens descubrió esta maravilla hace unos 2 millones de años. Para esos seres primitivos, el acceso al fuego permitió un desarrollo revolucionario.
Además de proveer calor, una de las primeras aplicaciones del fuego se dio en la cocción de alimentos. Es importante recordar que cuando se pone un trozo de carne sobre una parrilla, no sólo calentamos el alimento. La verdadera magia se produce con las drásticas reacciones químicas de la carne.
Al aplicar fuego a un trozo de carne lo sometemos a un proceso denominado desnaturalización, donde las fibras de la proteína pierden agua y se vuelven más suaves. Con los vegetales sucede lo mismo, ablandándose cuando se exponen al calor. Para las investigadoras, este cambio fue pieza clave.
La influencia de la cocina en la evolución humana.
Fonseca y Herculano consideran que la evolución de los humanos se acortó paralela a la masticación. Y es que cocinar agrega un paso extra a la ingesta calórica. Como ingerimos un alimento más suave y tierno, nuestro organismo lo procesa y digiere mucho más rápido.
La aceleración del proceso digestivo trajo un beneficio inmediato a nuestros antepasados otorgándoles más tiempo para realizar otra clase de actividades. Por ejemplo, permitió una mayor socialización en torno al fuego. Este beneficio terminó diferenciándonos de los primates, pero todavía hay más.
Las neurocientíficas brasileñas analizaron la hipótesis propuesta por Wrangham de que el fuego afectó directamente la evolución humana. El antropólogo supuso que este conveniente acceso a una fuente de calor nos hizo menos peludos, nos llevó a caminar erguido y motivó a integrar estructuras sociales complejas. Pero, Fonseca y Herculano llevaron la hipótesis a un nuevo nivel.
El desarrollo del cerebro.
Las necesidades dietéticas de los humanos difieren mucho de las observadas en cualquier otro primate. Por ejemplo, un mono tiene capacidad de mordisquear alimentos crudos durante un largo periodo de tiempo pues no requiere la misma cantidad de calorías. Y esta diferencia se promovió en una de las partes más avanzadas de nuestro cuerpo: el cerebro.
Aunque existen simios más grandes que un humano promedio, la mayoría posee cerebros pequeños. Esta diferencia en el tamaño del órgano proviene de la encefalización, un proceso evolutivo en que el órgano y la inteligencia aumentan simultáneamente. Fonseca y Herculano creen que el acelerado proceso de encefalización en los humanos tuvo mucho que ver con la cocción de los alimentos.
“En la evolución de los primates, desarrollar un cuerpo y cerebro muy grandes han funcionado como estrategias mutuas de exclusión”, señalaron en el artículo. Por eso, al tener acceso a alimentos cocinados altamente eficientes, aquellos primeros humanos dieron a sus cerebros la oportunidad de desarrollarse.
Implicaciones de una dieta totalmente cruda.
En este sentido habrás notado que los gorilas, a diferencia de los humanos, poseen un abdomen increíblemente grande. Pues las investigadoras creen que desarrollaron vientres grandes para adaptarse a una dieta cruda, en detrimento del desarrollo de su cerebro.
En la actualidad muchos expertos en nutrición señalan hasta el cansancio los beneficios de una dieta cruda. Es innegable que las dietas modernas nos ayudan a perder peso, pero menos peso no necesariamente se traduce en mayor salud.
La verdad es que consumir alimentos crudos no satisface íntegramente nuestra demanda de calorías. Por eso, el cuerpo humano consume sus propias reservas de grasa. A esto se debe que un régimen dietético para perder peso sea efectivo, aunque existe una forma de consumir alimentos crudos sin tanto desperdicio.
Herculano hizo los cálculos y concluyó que, para sobrevivir adecuadamente con una dieta cruda, los humanos tendrían que gastar nueve horas al día alimentándose. A primera vista parece la dieta ideal, pero evidentemente es un auténtico reto. Por eso, lo más conveniente es que sigamos cocinando. Después de todo, esa parrilla es lo que nos diferenció de los hombres de las cavernas.