Sir Isaac Newton era un individuo complejo, por decir lo menos. Además de revolucionar el mundo de las matemáticas, realizó contribuciones importantísimas a otras disciplinas científicas como la filosofía natural y astronomía. Philosophiæ naturalis principia mathematica, obra que publicó en julio de 1687, todavía se considera uno de los libros más influyentes en la historia de la ciencia.
Isaac Newton, el alquimista.
Por eso no es sorprendente que, tres siglos después, a través de sus contribuciones su nombre sea reconocido por científicos y público en general. Sin embargo, existe una faceta del científico en la que obtuvo logros muy poco conocidos. Isaac Newton vivió fascinado por la alquimia, aparentemente como una extensión natural de su curiosidad por descubrir como se interconectan todas las cosas en la naturaleza.
Y no fue el único que se dedicó a la investigación alquímica, pues siglos antes de que él apareciera en la escena científica muchos intelectuales se dejaron llevar por este mundo oculto. Para muchos resulta irónico, pues las contribuciones de Newton propiciaron la revolución científica que terminó con la obsolescencia de la alquimia.
El interés de Newton por la alquimia se inspiró en la obra de John Dee, un alquimista isabelino creador de la Mesa Santa, y los rosacruces. El mismo hombre que describió la ley de la gravitación universal poseía una de las colecciones más extensa de obras de alquimia en toda Inglaterra.
En busca de la piedra filosofal.
Probablemente jamás conozcamos el alcance de su investigación en alquimia, pues Newton hizo hasta lo imposible para ocultarla. De hecho, sus textos sobre alquimia aparecieron muchos años después de su muerte. Y están tan poco relacionados con la imagen que proyectó en vida, que sus biógrafos los descartaron, considerándolos motivo de vergüenza para los admiradores de tan grandioso científico.
«Los que buscan la piedra filosofal [están] obligados por sus propias reglas a una vida estricta y religiosa. Dicho estudio [es] provechoso en experimentos», señaló Newton en uno de sus textos sobre alquimia donde manifiesta su búsqueda empírica de comprensión.
Legado alquímico de Isaac Newton.
Sin embargo, este secretismo atendía también al egoísmo pues sus contemporáneos, incluido Robert Boyle, buscaban la piedra filosofal y Newton estaba preocupado de que la descubrieran antes que él. Considerando que muchos de los artilugios elaborados por los alquimistas se convirtieron en herramientas estándar de un laboratorio químico, la investigación de Newton era realmente práctica.
Aunque nunca logró encontrar la piedra filosofal, la reputación de Newton trasladó a los alquimistas cierto respeto que jamás habrían logrado por su cuenta. Y sus incursiones en alquimia tal vez tuvieron algo que ver con su muerte en 1727. Durante la autopsia practicada al cuerpo encontraron altas concentraciones de mercurio, lo que explicaría su vida tan excéntrica.
El apocalipsis de Isaac Newton.
En la última etapa de su vida, los intereses de Newton cambiaron radicalmente al enfocarse en un nuevo tema: la teología. Como sucedió con sus obras de alquimia, muchos de los textos que Newton escribió sobre teología se publicaron de manera póstuma. Aunque figuró como devoto seguidor del cristianismo durante toda su vida, a menudo sus ideas religiosas entraban en conflicto con la Iglesia de Inglaterra. Fácilmente lo habrían considerado un hereje.
Estudio de la Biblia.
Newton criticaba duramente las perspectivas mecanicistas del universo, y argumentaba que Dios creó las reglas básicas que rigen la naturaleza. Hizo especial énfasis en la Biblia, refiriéndola como fuente de toda sabiduría verdadera y, poco antes de morir, examinó exhaustivamente el Libro de Daniel y Apocalipsis.
Dada la negativa de Newton a confrontar a la poderosa Iglesia de Inglaterra, jamás publicó una de estas obras en vida. Sin embargo, en Observaciones sobre las profecías de Daniel y el apocalipsis de San Juan manifestó su ambición por el tema, al menos en términos de proporcionar una cronología razonable a las obras a partir de los eventos descritos en la Biblia.
Recurriendo a otras fuentes históricas y empleando sus propias habilidades excepcionales en matemáticas, calculó que la crucifixión de Jesucristo tuvo lugar el viernes 23 de abril del año 34.
En el estudio bíblico y análisis de los textos proféticos, Newton aplicó los mismos principios que empleaba al estudiar el cielo. Aunque para algunos biógrafos sus textos sobre el tema no pasan de simples «garabatos», el matemático calculó las dimensiones del Templo de Salomón a partir de la información contenida en el libro de Ezequiel y los escritos de Maimónides. Newton aseguraba que esta información era clave para comprender el Apocalipsis.
El científico religioso.
Con su conocimiento en astronomía llegó al punto de trazar una línea del tiempo en el futuro donde predijo la Segunda Venida de Cristo para 1948. Aunque especificó que el Día del Juicio Final llegaría hasta el 3370. La mayoría de sus escritos bíblicos fueron promovidos por el odio que tenía por la Iglesia Católica, una institución a la que consideraba antítesis del cristianismo.
Este odio de Newton hacia el catolicismo subyacía en el rechazo que tenía por la idea de la Trinidad. El científico también abogó por una interpretación literal del Génesis, únicamente rechazando la idea de que la creación llevó siete días y argumentando que pudieron ser 24 horas.
Si los biógrafos renegaron de la fascinación de Newton por la alquimia, mucho menos reconocerían esa obra teológica que consumió sus últimos años de vida. Jamás abandonó la idea de que el universo es inherentemente comprensible y que la teología, como disciplina científica, es una manifestación de Dios y el plan que tiene para la raza humana.
El rincón del científico.
Por toda Europa lo referían como «Le Grand Newton» y se convirtió en la figura más importante de la Royal Society, por lo que su reputación como científico era muy sólida, pero ni siquiera así publicó sus conclusiones sobre la Biblia. Algunas semanas antes de su muerte, el propio Newton quemó una colección de textos en su residencia de Leicester Fields.
Mientras los historiadores debatían si estos escritos poseían algún significado histórico, un testigo sugirió que entre los documentos se encontraban varios manuscritos. Si tomamos en cuenta la naturaleza excéntrica de esos trabajos en alquimia y teología que sobrevivieron, es de suponer que Newton no quiso dejar una mala imagen de su figura como científico.
Tras una breve enfermedad, Isaac Newton muere el 20 de marzo de 1727. Después de un funeral público lo sepultaron en la Abadía de Westminster. El área donde hoy se encuentra su tumba se conoce como el «rincón del científico», y allí descansan otros personajes célebres como James Clerk Maxwell y Charles Darwin.