En la historia de Inglaterra, pocos monarcas resultaron tan influyentes e importantes como Isabel I. Hoy la recordamos por llevar suntuosos vestidos, adornarse con toda clase de colores, portar una peluca pelirroja y decretar que todos los súbditos del palacio vistieran exclusivamente ropa en color blanco o negro. La reina mostraba una enorme preocupación por la imagen que transmitía a sus gobernados.
Una de las marcas más distintivas de Isabel I fue el maquillaje completamente blanco. Aunque su estilo creó una moda que adoptó buena parte de la nobleza en la época, la verdadera razón del icónico estilo de maquillaje de la reina era increíblemente triste. Isabel no eligió maquillarse de esta forma por gusto o motivos artísticos, realmente buscaba ocultar su verdadero rostro.
En 1562, cuando Isabel I tenía 29 años, enfermó seriamente de lo que se creía era una fiebre muy intensa. La situación no mejoró, y al pasar el tiempo un médico le diagnosticó la terrible viruela. Como la enfermedad no tenía cura, le recomendaron guardar reposo en el Palacio de Hampton Court mientras “se recuperaba”. La realidad es que la viruela era una enfermedad temida por todos, incluso la nobleza, que solía terminar con la muerte del enfermo.
Las cicatrices de la viruela.
La enfermedad se aferró al cuerpo de Isabel y la reina estuvo al borde de la muerte. El estado de salud de la reina se agravó tanto que empezaron los preparativos para una sucesión real, con el fin de postular a un candidato a la corona en caso de que muriera. Sin embargo, el cuerpo de Isabel empezó a responder.
Aunque sobrevivió a la viruela, en el rostro de la reina quedaron las cicatrices de la situación tan complicada por la que pasó. El sarpullido que genera la enfermedad en el rostro le dejó múltiples cicatrices, que se convirtieron en un recuerdo constante de la enfermedad que casi la mata. Aunque la viruela no le deformó el rostro, las marcas eran permanentes.
Una reina fuerte.
Por eso, la reina Isabel tuvo que aprender a vivir con las cicatrices. Josie Rourke, directora de la película Las dos reinas (2018) donde se relata la vida de María de Escocia e Isabel I, menciona que cuando no estaba en su mejor momento, cuando pasaba por una crisis, la reina intentó ocultarlo todo.
“¿Te sentirías lo suficientemente segura para ir a una reunión si tuvieras una mancha enorme en el rostro? Se puede sentir [en la película] la valentía de esta mujer para levantarse y encontrar el coraje para entrar en aquellos salones”, menciona Rourke.
Isabel I y el tinte veneciano.
Así fue que la reina decidió cubrir su rostro para que otros no pudieran ver las marcas que dejó la viruela. Dada su enorme obsesión por la imagen que transmitía a los súbditos, adoptó un estilo de maquillaje de apariencia antinatural. Ese color blanco similar al de la porcelana se lograba con una mezcla de blanco de plomo y vinagre.
La mezcla también se conocía como “tinte veneciano”, pero distaba mucho de una pintura común. Era una sustancia tóxica que podía matar a cualquiera que la usara. De hecho, el uso constante de maquillaje a base de esta mezcla terminó envenenando lentamente a la reina.
Veneno puro.
En Face Paint: The Story of Makeup, un libro de Lisa Eldridg, se menciona que esta composición se utilizaba como maquillaje desde la antigüedad. En los sitios donde solían sepultar a las mujeres de la clase alta en la Antigua Grecia, los arqueólogos localizaron rastros de blanco de plomo. De hecho, se cree que la mezcla también se empleó en China durante la dinastía Shang, entre el 1600 y 1046 a.C.
Más allá del envenenamiento por plomo a largo plazo, las mujeres de la época que abusaban de la técnica atestiguaban las consecuencias de usar esta mezcla apenas retiraban la cobertura blanca del rostro. Como se dejaba en el maquillaje mucho tiempo (a veces semanas enteras), no tenían el cuidado de lavar su rostro. Y cuando finalmente se limpiaban, encontraban una piel gris llena de arrugas.
El costo de la belleza.
En esta época, muchas sustancias del maquillaje tenían el potencial de resultar letales para los usuarios. Por ejemplo, los limpiadores faciales se fabricaban a partir de agua de rosas, miel, cáscaras de huevo y mercurio. El pigmento rojo que usaba Isabel en los labios también se fabricaba con metales pesados.
La obsesión de estas mujeres por alcanzar una apariencia ideal no tenía límites. Aunque un rostro blanco fuera un símbolo de juventud y fertilidad, en la práctica significaba todo lo contrario.