La ciudad romana de Pompeya en el año 79 fue enterrada bajo las cenizas del volcán Vesubio. Muchos de los habitantes de la ciudad no tuvieron tiempo de huir y quedaron cubiertos por una gruesa capa de ceniza.
Algunos residentes tuvieron la oportunidad de huir, pero cuando regresaron no quedaba mucho de la ciudad. O eso pensaban ellos. La gente empezó a cavar y encontró objetos valiosos. Se retiró el mármol de las paredes y se llevaron joyas costosas, adornos y obras de arte.
Mucha gente ha cavado en las calles derruidas de Pompeya. Pero quien realmente marcó la diferencia en las excavaciones y preservación de la ciudad es Giuseppe Foirelli arqueólogo considerado el padre de la arqueología científica en Pompeya, se dio cuenta de que, en ciertos momentos de la excavación, topaban con huecos entre la ceniza que se correspondían por las huellas dejadas por los cadáveres atrapados por la ceniza. La materia orgánica había desaparecido, quedando el esqueleto y el volumen equiparable a su cuerpo ocupado por un vacío entre las capas de ceniza. En 1860, se le ocurrió un método para rescatar los vacíos de los pompeyanos inyectando yeso líquido que iba ocupando el hueco para después solidificarse.
Dejó que el yeso corriera por las cavidades, creando impresiones realistas. Las expresiones faciales asustadas se reflejan claramente en esto.
De esta forma, se obtenía un calco bastante detallado, que encerraba el esqueleto original, de aquellos desafortunados que no tuvieron la ocasión de escapar.
Limpió todos los escombros, construyó un desagüe y comenzó a trazar mapas de todos los edificios. Pieza a pieza, la ciudad vieja volvió a ser visible.
Sin Fiorelli, probablemente no habría quedado nada de la ciudad.
Cortesía de la Chingaderita de los blog's
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