Eran los días de la reconquista de Toledo por el rey Alfonso VI. Por todas las retorcidas calles de la ciudad se veían patrullas de peones y jinetes que, a manera de policías, vigilaban todas las encrucijadas, azoteas y ajimeces, para evitar cualquier golpe de mano o conspiración de los vencidos musulmanes.
Eran los días de la gloriosa reconquista de Toledo por el rey Alfonso VI.
Por todas las retorcidas calles de la ciudad se veían patrullas de peones y jinetes que, a manera de policía, vigilaban todas las encrucijadas, azoteas y ajimeces, para evitar cualquier golpe de mano o conspiración de los vencidos musulmanes, así como colisiones y venganzas de judíos y mozárabes, que quisieran aprovechar la ocasión de sentirse vencedores para desquitarse de las humillaciones y oprobios que por largos años venían sufriendo de sus opresores; lo cual hubiera comprometido la fe jurada por el cristiano monarca, de respetarles su religión, leyes, costumbres, vidas y haciendas.
Uno de los días que patrullaba el joven y bizarro capitán de mesnaderos leoneses Rodrigo de Lara, al levantar la vista para reconocer un alto ajimez, quedóse gratamente sorprendido, con la presencia en él de una bellísima morita que, a cara descubierta, se asomaba, fijando en el guerrero sus expresivos y rasgados ojos.
Prendado de aquella beldad, no tardó el curioso galán en hacer volver a su escolta para pasar segunda y tercera vez por debajo del simpático y atractivo ajimez.
Desde aquel día venturoso, no cesaba Rodrigo de rondar por aquella calleja, atraído por la linda agarena, llamada Zahira, hasta que pudiéndose entender con ella, logró le diera una cita nocturna a través de baja celosía, por donde hablar quedamente y sin ser apercibidos por nadie.
Frecuentadas las entrevistas, llegaron a abrir sus corazones, desarrollándose en ellos una viva y vehemente pasión amorosa.
Para explicarle Zahira a Rodrigo el origen de aquella, le confesó que debido a las explicaciones que una esclava cristiana le hiciera, de las excelencias de la Religión del Nazareno, y lo ensalzada que en ésta estaba la mujer, había nacido en su mente la idea de convertirse al cristianismo y de no amar en el Cielo mas que a Jesús, a su Virgen Madre y a los santos, y entre éstos, con preferencia a la princesa de su linaje, la insigne Santa Casilda, cuyo nombre deseaba recibir en el bautismo, y a la cual encomendaba su conversión; y en la tierra a un caballero cristiano y valiente con quien desposarse, para que la protegiera y defendiera contra las venganzas de su feroz padre y de sus parientes, que no habían de perdonarla por la apostasía del mahometismo.
-Ese caballero que anhelabas soy yo; y parece que Cristo mi Señor, me ha elegido para que consigas el logro de tus deseos, hermosa Zahira -dijo Rodrigo.
Así lo espero, y para que me des una prueba de ello, te ruego que desde luego me llames Casilda respondió ella con ternura.
-¿Estás dispuesta a todo? -replicó él.
-A todo lo que no sea en detrimento de mi honra, hasta a perder la vida por Cristo y por ti. ¿Me juras, Rodrigo, que respetarás mi honor si huyo contigo?
-A fe de caballero, te lo juro sobre la cruz de mi espada, bella Casilda. -Pues fiada en tu leal palabra, estoy pronta. Dispongámoslo todo para la evasión.
Después de muchos coloquios y proyectos para realizar sus ensueños y esperanzas, concibieron el plan de huir hacia un cercano castillo de un deudo de él, en cuya capilla un Sacerdote, que ya estaba prevenido, la bautizaría a ella y acto seguido los uniría en indisoluble lazo matrimonial.
Circunstancia favorable se presentó a los amantes, con la precisión que tuvo el padre de ella de partir para Andalucía; y todo previsto y ayudados por la esclava catequista y confidente, verificóse el rapto, montando la tapada dama a la grupa del caballo, ciñéndose con los brazos a la cintura del galán, quien espoleando el corcel le hizo emprender veloz galope hacia el puente de Alcántara.
-¡Alto! ¿Quién va? gritó el centinela de la torre del mismo. -¡Plaza al Capitán Rodrigo de Lara! -contestó éste.
Reconocido por el alcaide de la fortaleza, se le dejó libre el paso a la pareja, no sin oír las chazonetas de los soldados ante aquella insólita y amorosa aventura.
Tranquilamente proseguían los fugitivos, platicando arrullos de amor, por el camino romano, cuando de improviso presentáronse ante ellos dos morazos caballeros en sendos potros, que apostados por allí andaban, dedicados al merodeo de los viandantes, y cerrándoles el paso, gritaron:
-¡Ah, perro cristiano; por Alá, suelta en seguida esa mora que llevas cautiva, o aquí mismo morderás el polvo!
Clávale Rodrigo los acicates al bruto y a rienda suelta emprende vertiginosa carrera.
Precipítase por los peñascales de la vertiente del arroyo; mas al llegar a éste, uno de los perseguidores alcanza con su cimitarra al cuello de la doncella, la cual, lanzando horrísono alarido, cae desplomada a los pies del caballo.
Revuélvese rápidamente Rodrigo, y arremetiendo con su lanza al asesino, lo atraviesa de pecho a espalda y lo envía a cenar con Satanás.
Acude luego presuroso a socorrer a su amada, la que aún vivía; reconoce que está degollada, y que son inútiles todos los auxilios humanos, y recurriendo a los divinos, se quita el yelmo, toma en él agua del arroyo, y vertiéndola sobre la cabeza de la moribunda exclama:
-¡Amada Casilda de mi corazón, cúmplase tu voluntad! Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Vuela, vuela con Cristo, que es el Esposo que te espera! ¡Ruégale a Él por mí! ¡Adiós!…
Dijo: y aquella alma, ya purificada, salió de aquel virginal cuerpo a gozar de las dichas eternales.
A los pocos días, en el flamante monasterio cluniense de San Servando, recibía el santo hábito el novicio Rodrigo de Lara; quien por permisión de sus superiores, iba todos los días a la caída de la tarde a orar en el mismo sitio en que espiró Casilda, a orillas del fatídico arroyo, que desde entonces es conocido en Toledo con el nombre de la Degollada.
Cortesia del RuckyChilango
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