Desde hace siglos, la habilidad del hombre andino para tallar la piedra y levantar muros capaces de resistir eternamente ha permanecido cubierta por la bruma del mito. La ciencia, en su afán por resolver el enigma, se ha ido prácticamente de cabeza contra los muros incas, y la arqueología tradicional, esa que no admite consideración es que vayan más allá de sus estrechos dogmas establecidos, ha sufrido la peor parte, y no ha tenido mejor idea que recurrir al manoseado argumento de que las piedras eran talladas a pico, a cincel y a martillazos, porque no concibe que el antiguo peruano haya conocido otra tecnología que no sea el arco y la flecha.
La arqueología clásica iberoamericana se vio sacudida en 1983, cuando la cadena española RTVE emitió el documental televisivo El Otro Perú, como parte de la serie emitida por el conocido psiquiatra e investigador Jiménez del Oso. En dicho programa se daba cuenta de uno de los más grandes enigmas del Perú antiguo y en el que el autor entrevistó a un insólito personaje: el padre Jorge Lira.
Cuenta el periodista español Juanjo Pérez, que el padre Lira, un sacerdote peruano ya fallecido, era uno de los mayores expertos en folclore andino, fue autor de infinidad de libros y artículos y, sobre todo, del primer diccionario del quechua al castellano. El mencionado personaje vivía en un pueblito cercano al Cusco y hasta allá se dirigió Jiménez del Oso, para entrevistarlo sobre una inquietante afirmación: el padrecito afirmaba haber descubierto el secreto mejor guardado de los incas: una sustancia de origen vegetal capaz de ablandar las piedras.
Pero esta historia empezó mucho antes. Las leyendas de muchos pueblos precolombinos peruanos aseguran que los dioses les habían hecho dos regalos a los nativos para que pudiesen levantar colosales obras arquitectónicas como Sacsayhuaman o Machu Picchu. Dichos regalos, según el padre Lira, habrían sido, en primer lugar, la hoja de la coca, un poderoso anestésico que permitía a los obreros resistir el dolor y el agotamiento físico –es de imaginar el esfuerzo que debió haber requerido la construcción de semejantes monumentos— y el segundo habría sido otra planta, de increíbles propiedades que, mezclada con diversos componentes, convertía las rocas más duras en una sustancia pastosa y moldeable.
“Durante catorce años –escribe Juanjo Pérez— el padre Lira estudió la leyenda de los antiguos andinos y, finalmente, consiguió identificar el arbusto de la jotcha como la planta que, tras ser mezclada y tratada con otros vegetales y sustancias, era capaz de convertir la piedra en barro. Los antiguos indígenas dominaban la técnica de la masificación –afirma el padre Lira en uno de sus artículos—, reblandeciendo la piedra que reducían a una masa blanda que podían moldear con facilidad”.
La Ephedra andina, planta quebranta huesos:
Al explorador y político estadounidense Hiram Bingham le contaron sobre la existencia de una planta con cuyos jugos los incas ablandaron las piedras para que pudieran encajar perfectamente. Hay registros oficiales sobre esta planta, que incluye a los primeros ‘Cronistas españoles’. Después comprobaría tal versión: “Un día, mientras acampaba por un río rocoso, él observó un pájaro parado sobre una roca que tenía una hoja en su pico, vio como el ave depositó la hoja sobre la piedra y la picoteó. El pájaro volvió al día siguiente. Para entonces se había formado una concavidad donde antes estaba la hoja. Con este método, el ave creó una ‘taza’ para coger y beber las aguas que salpicaban del río”.
El antropólogo y estudioso argentino Aukanau, en su texto dedicado al enigma del pájaro Pitiwe y la hierba que disuelve el hierro y la piedra, nos recuerda la existencia de una planta –considerada medicinal por los mapuche- que crece en las sierras andinas, desde Ecuador hasta el estrecho de Magallanes. “Los botánicos lo llaman Ephedra andina y es una de las sospechosas de ser la famosa y tan buscada hierba de los incas.
No en vano, por instinto, los animales la evitan, pues ya se ha visto lo que les sucede cuando la ingieren: se conoce de pequeños mamíferos que han sucumbido con sus cuerpos hinchados y sus huesos desechos por los jugos de las ramas y hojas”.
Se trata de un arbusto densamente ramificado, ramas uniformes de hasta 40 cm.; el tallo algunas veces se yergue, otras se postra; ramas verticiladas. Hojas escamiformes, verticiladas en los nudos. No obstante, el padre Lira falleció en el año 1988 y se llevó a la tumba el secreto de la verdadera sustancia y de su utilización, y hasta ahora nadie ha logrado identificar con precisión tan extraña planta y, aunque muchos especialistas aventuran especulaciones, no existen ni siquiera fundamentos absolutamente certeros para relacionarla con la Ephedra andina.
Cortesía de Nopalurdo
No hay comentarios:
Publicar un comentario