Durante su vida, el veneno fue un fiel compañero de viajes de Mitrídates el Grande (135-63 a. C.), monarca helenístico del reino del Ponto, en las costas del mar Negro. Su padre murió envenenado y el propio Mitrídates frustró varias conjuras contra su vida, al tiempo que de esta sibilina manera se quitaba de en medio a sus rivales políticos, madre y hermano incluidos, a los que despachó con unos pasteles de miel condimentados con arsénico.
Ya de niño, Mitrídates mostró especial pasión por los venenos y soñaba con ser inmune. Tras centenares de experimentos con esclavos, reos, compañeros y consigo mismo, terminó desvelando una paradoja farmacológica que hoy se estudia: los venenos pueden ser tan beneficiosos como letales.
La leyenda más conocida es la de su resistencia a los venenos: en un intento por protegerse de posibles envenenamientos, acostumbraba a experimentar los efectos de los tóxicos con delincuentes convictos y consigo mismo, buscando un antídoto que lo mantuviera a salvo de posibles intentos de asesinato, lo cual encontró en el mitridato, una triaca que mezclaba de sustancias vegetales y animales atribuida a su invención y que le permitió inmunizarse.
Según cuenta Apiano en Historia romana (XVI, 111), cuando fue derrotado por Pompeyo, Mitrídates VI intentó suicidarse ingiriendo veneno para evitar su captura por los romanos, pero al estar inmunizado debió recurrir a uno de sus oficiales para que le provocase la muerte a espada. Dión Casio y Marco Juniano Justino, también hacen referencia a su resistencia al veneno. Aulio Cornelio Celso, enciclopedista romano del siglo I a. C., recogió en su obra De Medicina la composición del Mitridato o Mithridatium
Mitrídates adoraba el espectáculo y la teatralidad, y a menudo celebraba veladas destinadas no solo a entretener a la concurrencia, sino también a reforzar su fama de invencibilidad. Imaginemos uno de estos banquetes.
Una vez que los invitados se hubieran recostado convenientemente en sus divanes, los enturbantados hindúes hipnotizarían a sus cobras con la sinuosa música de sus flautas y los adiestradores de serpientes psilos permitirían que les mordieran algunas de sus víboras libias. Los chamanes escitas, por su parte, extraerían el veneno de los colmillos de una sierpe de las estepas para que, acto seguido, un arquero untara con aquella mortífera sustancia una de sus flechas y asaeteara a un reo condenado a muerte, silbando el proyectil sobre las mismas cabezas de los convidados para mayor alborozo de estos.
En otro de los convites, un herborista dosificaría ante los ojos de los invitados algún veneno letal, que vertería sobre un suculento plato y se lo serviría a otro reo. Mitrídates iría comentando el proceso mientras sus huéspedes observaban los efectos del veneno sobre el prisionero.
Pero el suspense aumentaría aún más cuando los sirvientes ofrecieran ¡el mismo plato a los convidados... con una dosis de veneno ligeramente inferior, por supuesto! Entretanto, los presos moribundos serían sacados a rastras del banquete, pues a continuación se probaría en ellos la eficacia de los correspondientes antídotos.
Acto seguido, entre grandes alharacas y bromas, Mitrídates espantaría a sus invitados pegando un buen trago de veneno de serpiente (había descubierto que puede ingerirse sin peligro, pues solo resulta mortal cuando penetra en el torrente sanguíneo).
Pero la culminación de la velada llega cuando los convidados son apremiados a condimentar el cordero asado del monarca o su copa de vino con arsénico o belladona. Con una gallarda sonrisa, el Rey del Veneno levantaría su copa envenenada en un brindis a la concurrencia y la apuraría de un trago.
De hecho, Mitrídates se gana un lugar en la literatura y la cultura popular occidentales precisamente gracias a su dominio de los venenos y a su longeva existencia. Su nombre cristalizó en el término castellano mitridatismo, que designa la resistencia a los efectos de un veneno adquirida mediante su administración prolongada y progresiva. Con algunas sustancias, en efecto, el proceso resulta eficaz.
Es posible, por ejemplo, desarrollar una tolerancia a ciertas dosis de arsénico que resultarían letales para las demás personas, y en la Antigüedad ya se observó que determinados pueblos de Libia, Armenia o Egipto eran inmunes al veneno de los insectos, escorpiones y víboras locales.
También se creía que cualquier veneno de origen natural tenía su antídoto en la propia naturaleza. Por ello, Mitrídates combinó pharmaka tóxicos con otros beneficiosos en su elixir secreto, que más tarde se conocería con su propio nombre, «mitridato».
Cortesía RuckyLisiado
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