Puede que los genios de la humanidad no se parezcan física, ideológica o culturalmente. Sin embargo, todos tienen algo en común: son raros. Estas personas suelen manifestar comportamientos que no son compatibles con aquello que consideramos normal. Puede ser un hábito un poco raro, como una excesiva superstición. O prácticas más extravagantes, como una rutina de sueño desafiante para cualquier mortal. A continuación, te presentamos una colección de hechos poco conocidos y raros sobre los genios.
Home Office.
Mark Twain siempre prefirió escribir desde la comodidad de su hogar. Siendo más específicos… le fascinaba escribir desde la comodidad de su cama.
Ideas frescas.
Ludwig van Beethoven solía trabajar arduamente. Las brillantes obras que compuso requirieron de muchas horas de trabajo. Para mantenerse «despierto», solía vaciar agua fría sobre su cabeza mientras componía. El pianista practicaba este hábito con tanta frecuencia, que el vecino de abajo puso una queja. Resulta que el agua terminaba filtrándose por el piso de Beethoven y cayendo en su propiedad.
El colgado.
Dan Brown, el autor de la novela El código Da Vinci, solía liberarse del estrés colgándose boca abajo durante un tiempo.
Sobre la marcha.
Agatha Christie llegó a escribir 66 novelas de detectives, incluida la popular Diez negritos. Curiosamente, jamás escribía en el mismo lugar. Al escribir sus obras, siempre empezaba por la escena del crimen. En torno a eso construía toda la trama y llenaba los huecos restantes cuando se le ocurría algo. Sin importar el lugar donde estuviera, cuando le llegaba una idea sacaba su máquina de escribir y la plasmaba en papel.
Un sombrero puede ser la solución.
Cuando el Dr. Seuss se enfrentaba a un bloqueo creativo, iba hasta su armario y se probaba algunos de sus cientos de sombreros. Se mantenía en esa actividad hasta que la inspiración regresaba.
Dormir es para los débiles.
Thomas Alva Edison jamás intentó ocultar su rutina de sueño o, mejor dicho, la falta de la misma. Para el inventor estadounidense, una extensa sesión de sueño por la noche no se comparaba en nada a la energía que proporcionaban sus «siestas energéticas». Además, jamás permitió a nadie sazonar sus sopas antes de probarlas él mismo.
Amor por el morado.
Gran parte de la obra de Lewis Carroll, el autor de Alicia en el País de las Maravillas, se escribió con tinta morada.
Canoso.
Andy Warhol estaba fascinado con la sopa Campbell. De hecho, solía comerla directamente de la lata. A los 23 años, el artista empezó a teñirse el cabello de gris. Argumentaba que «cuando se tiene el cabello cano, cada movimiento que ejecutas parece ‘joven’ y ‘ágil’, en lugar de una actividad normal».
Esquivando la mala suerte.
El literato estadounidense Truman Capote era extremadamente supersticioso. El viernes era un día prohibido para escribir, y jamás permitía que se acumularan más de dos colillas en su cenicero.
Un baño de aire fresco.
Benjamin Franklin, uno de los fundadores de los Estados Unidos, solía empezar cada día con un buen baño. Pero, no se bañaba con agua, sino con aire. Iba desnudo hasta su ventana, la abría, se sentaba y empezaba a leer o escribir para comenzar su día con el pie derecho.
Rollos de talento.
Edgar Allan Poe no solía escribir sus obras en cuadernos o las tradicionales hojas de papel. De hecho, prefería escribir en pequeñas tiras de papel que luego plegaba en un rollo enorme.
Huele a sabiduría.
Friedrich Schiller, poeta, filósofo, médico, historiador y dramaturgo alemán, se inspiraba para trabajar con las manzanas. Sin embargo, no las comía ni las observaba. Solía tener una gaveta de su escritorio repleta de frutas podridas. Aparentemente, cuando se sentaba frente al mueble, el hedor le producía una extraña inspiración y empezaba a escribir.
¡Prohibidos los huevos!
Alfred Hitchcock padecía un montón de fobias. Le aterraban los policías y tenía miedo de ver sus propias películas terminadas. Sin embargo, su fobia más extraña era la que padecía hacia objetos ovalados, como los huevos.
Tesla el quisquilloso.
Nikola Tesla padecía una fobia extrema por los gérmenes, al punto de lavarse excesivamente. Además, dormía en turnos de 2 horas y sólo se quedaba en aquellas habitaciones de hotel numeradas en múltiplos de tres.
La brújula de Dickens.
Charles Dickens, el autor de Oliver Twist y otras obras maravillosas, jamás se despegó de su brújula. Además, antes de ir a dormir la acomodaba apuntando hacia el norte pues sentía que le ayudaba con su flujo creativo.
Cortesia de Chava Chismes
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