Vamos a hablar de la biografía de una mujer que fue una de las inversoras más astutas de Wall Street en la historia.
Hetty Green aprendió de los negocios de su padre, que poseía una gran fortuna que Hetty heredó cuando tenía 30 años.
Nace en el seno de una familia adinerada, en el año 1835, aunque un desgraciado accidente la dejó huérfana y millonaria a una tierna edad.
Se casó a los 33 años con Edward Green un miembro de una acaudalada familia de Vermont, el 11 de julio de 1867. La pareja se casó y se mudó a Manhattan.
Luego regresaron a Vermon , EE.UU. ciudad natal de su esposo. Allí comenzaron sus problemas tanto en el ámbito político como en el social.
Después, en 1885 su esposo se arruina y Hetty decide separarse. En 1902 Edward enferma del corazón y se reconcilia con Hetty, que le ayuda como enfermera. Ese mismo año, el 19 de marzo Edward muere y se le entierra en Bellows Falls, en el cementerio de la Iglesia Immanuel.
Hetty había hecho una estricta separación de bienes, con el firme propósito de incrementar lo más posible las respectivas fortunas, por lo que a la muerte de su marido en 1902 “Hetty” se convirtió en la mujer más rica del país, empezando de esta manera su leyenda.
Ya viuda, abandonó la espléndida mansión que habitaban en Massachussets y marchó con sus hijos a Nueva York, donde alquiló un modesto apartamento para poder estar cerca del lugar donde se movían sus inversiones: la bolsa de Wall Street. Gradualmente, restringió sus gastos y sometió a sus hijos a una economía de guerra.
En una ocasión, su hijo Edward sufrió una herida en la rodilla y lo llevó a una clínica de caridad.
Para desgracia de Edward, el médico reconoció a Hetty y exigió que la mujer pagara la consulta. Hetty se negó a hacerlo y lo atendió personalmente. Dos años después, la pierna se infectó y tuvo que ser amputada debido a la gangrena.
No salía prácticamente de su casa, y sus escasas apariciones las hacía para dar instrucciones a sus agentes de bolsa. El caso es que la fue tan bien, que amasó la fortuna más importante de principios de siglo gracias a su habilidad financiera.
En los círculos de la bolsa, era un misterio como podía acertar una y otra vez en sus inversiones, ya que por no gastar, no compraba ni los periódicos donde obtener información, únicamente se enteraba de lo que leía en los periódicos viejos que recogía de la calle.
A medida que acumulaba años y dólares por millones crecieron sus extravagancias, que han terminado por ser señas de identidad de avaricia.
De hecho, se la respetó como la mujer más hábil que haya negociado en Wall Street, pero se la ridiculizó por su modo de vida sórdido. Su único gasto grande fue el de las cajas de seguridad de los bancos, donde guardaba su enorme colección de escrituras, títulos y acciones.
Una de sus manías más llamativas era su aspecto: por no hacer gastos innecesarios no renovó su vestuario, utilizando los viejos vestidos de su juventud, según la moda de hacía 50 años; su ropa interior, se decía que estaba confeccionada con papel de periódico, para así protegerla del frío.
El colmo de esta extraña conducta era la dieta que seguía, compuesta únicamente por papillas de avena frías, para así no tener que gastar gas en la cocina.
No le importaban las burlas, ni las críticas ni las murmuraciones, ella hacía su vida y su vida eran los negocias.
Su muerte a los 81 años no pudo estar más acorde con su forma de vida; se cuenta que le sobrevino por un accidente cerebro vascular provocado tras una discusión con una amiga sobre las virtudes de la leche descremada, de la cual “Hetty” era una ferviente defensora.
Cuando entraron en su apartamento, se encontró una pequeña cajita cerrada con una pequeña llave, se pensó que podría contener algún tesoro oculto, sin embargo, al abrirla descubrieron que contenía tan solo unos pequeños trozos de jabón usado.
Sus únicos herederos, sus hijos, los cuales la habían abandonado para intentar llevar una vida más digna, recibieron la enorme suma de 100 millones de dólares oro, lo cual en cifras actuales puede estar cerca de los 10 mil millones de dólares. ¡¡¡¡¡¡¡.
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