jueves, 11 de febrero de 2021

Antonieta Rivas Mercado



Es una mañana fría en París, a lo lejos se escuchan los ruidos de la ciudad que está despertando. El gorjeo de las palomas le avisan que está cerca la catedral gótica más antigua del mundo. Camina despacio pero con paso firme. 

En su mente todo es un caos, perdió la fortuna familiar, ¡Si! Esa gran fortuna que les heredó su padre y de la cual ella era albacea. Sus hermanos están molestos con ella, no los había escuchado y había despilfarrado el  poco dinero que les quedaba en la campaña de José Vasconcelos...¡Vasconcelos! Al recordarlo sintió un pequeño espasmo en el estómago. ¡Su amado Vasconcelos! Pero ¡no! no quería pensar en él, se obligó a pensar en otra cosa, recordó el rostro sonriente de su pequeño hijo Antonio, recordó como habían tenido que salir huyendo de México porque su padre, ¡maldito sea! le había quitado la custodia de su querido hijo, su exmarido Albert nunca le perdonó su afán de libertad, nunca le gustó que fuera culta y decidida. Y ahora la tenía acorralada, tenía que entregar a su hijo y sin su hijo ella ya no tenía a nadie más por quien vivir.

Frente a la catedral se detuvo un momento, tocó con su mano el bolso para asegurarse que traía la pistola de su querido  Vasconcelos, ¡otra vez Vasconcelos! está vez el dolor fue directo en el corazón.  En su mente llegó como un estruendo su última conversación, ayer precisamente lo había visto, él casualmente había llegado a París justo cuando ella más lo necesitaba ¡seguramente él la ayudaría! Así como ella lo ayudó en su campaña.  Así que fue a su hotel, en pocas palabras ella le dijo que lo amaba, que estaba en quiebra y que necesitaba dinero;  él molesto le preguntó que había hecho con la fortuna de su padre. Ella no esperaba esa respuesta, sintió miedo, el mismo miedo que la invadió durante la decena trágica, cuando tuvo que esconderse en el sótano de su casa. Sabía que algo malo estaba por venir y así fue. ¡Vasconcelos le dijo que no podía seguir con ella porque regresaría con su esposa!

Ella sintió que sus piernas no podían sostenerla, se sentó en la cama y le preguntó con el corazón palpitante, si aún la necesitaba. Él por respuesta le dió un no rotundo. Le dijo - ¡no te necesito más! 

Y salió de la habitación dejándola sola, llorando, destrozada. 

Cuando sus piernas pudieron sostenerla de nuevo, se puso de pie,  buscó la pistola de Vasconcelos. Sabía que él la guardaba siempre en el ropero. La tomó y la metió en su  bolso de mano, vio por última vez los trajes de su amado José, aspiró el aroma que desprendían y los beso. Los beso por última vez, despidiéndose así de su amante. 

Y hoy, ¡hoy estaba ahí!, entrando a la Catedral de Notre Dame, completamente vestida de negro, con un luto anticipado. 

Caminó por el pasillo central hacia el altar mayor,  sin voltear la mirada a nadie, se sentó en una banca, ahí en medio de fieles, de santos, de vírgenes y rezos, sacó la pistola, la puso apuntando directamente a su corazón, a ese corazón que amó tanto y al que nadie amó... y se ¡mató!

El cuerpo de Antonieta Rivas Mercado fue enterrado en una fosa común en París, la iglesia de Notre Dame tuvo que ser exorcizada, porque ese día, junto con esa elegante y bella mujer, ¡entró el diablo a la catedral!



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