El sulfato de hidrógeno, una sustancia que contribuye al característico hedor de huevos podridos, podría ser la clave contra el Alzheimer. Un equipo de investigación de la Facultad de Medicina en la Universidad John Hopkins busca la forma de emplear el gas para proteger las células cerebrales envejecidas.
El pasado 11 de enero publicaron el estudio en la revista Proceedings of the National Academies of Sciences. Allí proporcionaron múltiples detalles sobre un experimento con este gas corrosivo y venenoso en ratones. «La información vinculó firmemente el envejecimiento, la neurodegeneración y la señalización celular con el sulfato de hidrógeno al interior de la célula», menciona Bindu Paul, autora principal del estudio.
Sulfato de hidrógeno.
El organismo tiene capacidad de generar pequeñas cantidades de sulfato de hidrógeno. La sustancia permite regular diversas funciones, desde el metabolismo celular hasta la dilatación de los vasos sanguíneos. Y cuando hablamos del cerebro, los gases adquieren protagonismo como moléculas mensajeras celulares.
Pero, a diferencia de lo que sucede con los neurotransmisores convencionales, esos gases no pueden almacenarse en vesículas, actuando a través de mecanismos que facilitan los mensajes celulares. En el caso específico del sulfato de hidrógeno, explica Solomon Snyder, se requiere modificar las proteínas objetivo mediante una sulfhidratación química.
Otras investigaciones encontraron que los niveles de sulfhidratación en el cerebro se reducen a medida que la persona envejece, y ese deterioro es mucho mayor en pacientes con Alzheimer. Así, los investigadores de la Johns Hopkins emplearon ratones genéticamente modificados para imitar la enfermedad.
Inocularon un compuesto portador del sulfato de hidrógeno denominado NaGYY, desarrollado por personal de la Universidad de Exeter, que libera moléculas de sulfato de hidrógeno a medida que recorre el organismo. En el transcurso de tres meses, los investigadores realizaron diversas pruebas con los ratones para evaluar cambios en la memoria y función motora.
El experimento.
En los resultados observaron que la función cognitiva mejoró un 50% respecto a los ratones que no recibieron el NaGYY. Los animales tratados se desempeñaban mucho mejor en tareas como recordar las salidas. Además, mostrar una mayor actividad física que los ratones no tratados.
Tras una serie de análisis bioquímicos, encontraron alteraciones en una enzima común llamada glucógeno sintasa quinasa 3 beta (GSK3β). Cuando el organismo se encuentra saludable y mantiene niveles óptimos de sulfato de hidrógeno, normalmente la GSK3β se emplea como molécula de señalización, agregando marcadores químicos a otras proteínas para alterar su función.
Los investigadores encontraron que, al reducirse los niveles de sulfato de hidrógeno, la GSK3β es atraída por otra proteína en el cerebro, la tau. Al interactuar, la tau se aglomera al interior de las células nerviosas. A medida que esas aglomeraciones aumentan, las marañas de proteínas bloquean la comunicación entre los nervios, produciéndoles la muerte.
Eventualmente, esto conduce al deterioro y la pérdida de cognición, memoria y función motora tan características de la enfermedad de Alzheimer. Ahora, los investigadores planean seguir estudiando la interacción entre los grupos de azufre y la GSK3β, así como otras proteínas vinculadas a la aparición de la enfermedad.
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