miércoles, 24 de febrero de 2021

El cuento del molinero

 


El 15 de agosto de 1737 un joven llamado Samuel Wood estaba trabajando en uno de los molinos de viento en la isla de los Perros en Londres.

Caminando en busca de otra bolsa de maíz, no se dio cuenta que tenía una soga colgando.

Al pasar frente a una de las grandes ruedas de madera, la cuerda quedó atrapada en uno de los engranajes y antes de saber lo que estaba sucediendo, voló por el aire y cayó bruscamente al suelo.

Al levantarse Wood no sintió dolor, excepto por un ligero hormigueo en su hombro derecho. Y entonces vio un objeto inesperado enganchado en la rueda: un brazo amputado.

¡Su brazo!, se dio cuenta con horror.

Mostrando una compostura admirable, logró bajar por una escalera estrecha y luego caminar hasta la casa más cercana para pedir ayuda.

Perder una extremidad no es un asunto trivial: la lesión de Wood fue tan drástica que los médicos que trataron al joven temían un desenlace fatal. Pero se sorprendieron al ver que el brazo había sido arrancado tan limpiamente que la vida de su paciente no corría peligro.

Wood se recuperó de su percance en cuestión de semanas y se convirtió en una especie de celebridad: las tabernas locales incluso vendían imágenes del hombre que había sobrevivido cuando un molino de viento le arrancó el brazo.

En noviembre de 1737, tres meses después del accidente, Samuel fue llevado ante la Royal Society como una curiosidad viva, con su brazo amputado, ahora conservado en alcohol, que también se presentó para que los científicos reunidos lo examinaran.

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