En la industria del cine, una Alemania nazi armada con dispositivos nucleares ilustra la trama ideal en la que el mundo corre peligro y los héroes (preferentemente de Estados Unidos) deben salvarlo. Hasta ahora, se creía que durante la Segunda Guerra Mundial esta hipótesis no pasaba de paranoia difundida por los Aliados; sin embargo, un artículo publicado recientemente por investigadores de la Universidad de Maryland, señala que Hitler siempre tuvo acceso a insumos para el desarrollo de armamento nuclear. Específicamente, hablamos de 664 cubos sólidos de uranio cuya apariencia evoca al Teseracto de Marvel Comics.
El Proyecto Manhattan y la carrera nuclear.
Precisamente, el terror de los Estados Unidos ante los rumores de que Alemania podía estar desarrollando bombas nucleares durante la Segunda Guerra Mundial fue lo que promovió la creación del Proyecto Manhattan, el plan nacional de desarrollo nuclear gestionado por el presidente Franklin D. Roosevelt en 1939. Pero, los estadounidenses no eran los únicos, el mundo entero se aterrorizaba ante la posibilidad de que los nazis desarrollaran armas poderosas en secreto.
El Proyecto Manhattan, que conduciría a las atrocidades cometidas en Hiroshima y Nagasaki, fue una respuesta expedita a los informes de diversos científicos de renombre que mostraban preocupación ante la posibilidad de que los alemanes estuvieran desarrollando tecnología nuclear. Y las sospechas no estaban del todo infundadas, pues algunos de los científicos que descubrieron la fisión nuclear se encontraban a las órdenes de Hitler.
Sin embargo, en la última etapa de la guerra los aliados encontraron que Alemania no tenía ningún programa para el desarrollo de armamento nuclear. En lugar de esto, descubrieron que el físico Werner Heisenberg lideraba la construcción de un reactor nuclear de forma secreta bajo un castillo en el sudoeste de Alemania.
Un obsequio inesperado.
Y, a casi siete décadas de terminado el conflicto, de forma inexplicable y misteriosa, uno de estos cubos terminó en Maryland, Estados Unidos. Lo recibieron envuelto en toallas de papel y empacado en una bolsa de tela azul. Además, en una nota que acompañaba al artefacto se leía: “extraído del reactor que intentó construir Hitler. Obsequio para Ninninger”. El cubo fue entregado en 2013 al físico Timothy Koeth, profesor adjunto de la Universidad de Maryland y un aficionado a las rarezas radiológicas, de forma anónima cuando se encontraba en un estacionamiento local.
Posteriormente, Koeth y su colega Miriam Hiebert emprendieron una extensa investigación para revelar la historia del artefacto, si existían otros cubos de uranio y cómo terminó en los Estados Unidos.
“El cubo, para mí, es una reliquia del programa que hizo posible el Proyecto Manhattan y, subsecuentemente, armas buenas y malas, la energía nuclear, etc.”, señaló el profesor Koeth. “Son los albores de una nueva era en la historia de la humanidad, de cuando por primera vez tuvimos la capacidad de salvarnos o destruirnos por completo”.
El reactor nuclear de Hitler.
Un total de 664 cubos de uranio conformaban la parte central del proyecto nuclear promovido por Alemania. Cada una de estas piezas tendría dimensiones similares a las de un cubo de Rubik y un peso de 2.3 kilogramos. Se cree que, ante el inminente colapso del Tercer Reich, los científicos sepultaron los cubos de uranio y huyeron.
La radiactividad presente en el cubo que entregaron a Koeth es tan baja que puede manipularse con las manos sin riesgo alguno. Además, las pruebas revelaron que jamás formó parte de un reactor en funcionamiento. Por si fuera poco, las simulaciones realizadas en computadora arrojaron que los 664 cubos de uranio que poseían los alemanes eran insuficientes para hacer funcionar un reactor nuclear.
Alcanzar la masa crítica, cantidad mínima del elemento que permite sostener las reacciones, hubiera requerido de cientos de cubos extras. Además, los alemanes tenían otro gran inconveniente: se les dificultaba fabricar agua pesada, una parte esencial para que las reacciones nucleares sucedan al interior del reactor.
Por si fuera poco, los nazis eligieron un modelo competitivo interno para desarrollar su programa nuclear. Los expertos en el tema fueron divididos en grupos que competían por desarrollar el proyecto. Por otro lado, el Proyecto Manhattan fue completamente centralizado y colaborativo.
De acuerdo con Hiebert, si los alemanes hubieran concentrado sus talentos, en lugar de dividirlos y ponerlos a competir, habrían logrado construir un reactor nuclear completamente funcional.
De Alemania a Estados Unidos.
¿Y cómo viajaron estos cubos de uranio desde Alemania hasta Estados Unidos? La hipótesis más aceptada es que resultaron de la Operación Paperclip, un programa secreto que tenía como objetivo reclutar a las mentes más brillantes del aparato nazi, incluidos ingenieros, científicos y técnicos, para que colaboraran con los proyectos estadounidenses.
Puede ser que algunos de los científicos que participaban en el programa nuclear de Alemania guardaran los cubos, y los trajeran a América cuando fueron reclutados por el Tío Sam. En el artículo se especula que los cubos habrían llegado a manos del personal en el Proyecto Manhattan, y que los utilizaron como pisapapeles.
Aunque Koeth tiene planeado prestar su “teseracto” de uranio a algún museo, por ahora prefiere mantenerlo bien protegido dentro de una vitrina portátil como la auténtica joya de la corona en su colección radiactiva. También posee fragmentos del grafito que se utilizó en el primer reactor de la Universidad de Chicago, vidrio de arena fundida producto de una prueba con bomba atómica, entre otras cosas.
Por ahora, estos científicos planean seguir el rastro de los otros cubos de uranio. En Estados Unidos se conoce el paradero de diez de estas piezas, incluido uno del Instituto Smithsonian, en Washington, D.C., aunque probablemente existan más por ahí asegurando un montón de hojas o deteniendo alguna puerta.