Ya sea en medio de la nada, en una zona rural o el centro de una gran metrópolis los humanos siguen maravillándose con el majestuoso brillo de la Luna. En el vecindario cósmico, es nuestro vecino más cercano pero también satélite natural. Y, desde que la humanidad empezó a poblar la Tierra, es motivo de leyendas milenarias que dan cuenta de la fascinación que tenemos por ella. Sin embargo, la Luna ha sido compañera de la Tierra desde mucho antes, tanto como 4,000 millones de años, y su influencia en la vida sobre este planeta va mucho más allá de lo que aparenta.
¿Cómo se formó la Luna?
En primer lugar, es importante hablar sobre el masivo impacto que habría originado a la Luna, sobre todo si pretendemos comprender su influencia en nuestro planeta. Las teorías sugieren que hace aproximadamente 4,500 millones de años, un planeta menor con dimensiones próximas a las de Marte habría chocado contra la Tierra en una época donde empezaba a transformarse en un planeta más estable. El impacto fue tan poderoso que terminó arrojando cantidades colosales del núcleo fundido al espacio.
Tras aquella colisión, durante varios millones de años estos escombros terminaron uniéndose y dando origen a la Luna que conocemos hoy, aunque cuando esto sucedió se encontraba mucho más próxima a la Tierra. Quizá no lo sepas, pero la Luna se ha alejado de la Tierra durante todos estos millones de años, a una distancia anual promedio de 4 centímetros.
Desde que se formó, la Luna ha mantenido un vínculo estable y continúo con la Tierra, proporcionando, además de un reflejo de luz, estabilidad y diversos efectos físicos en los océanos y otros ecosistemas. Y, según algunos, llegando a influir incluso en nuestro estado de ánimo. Como mencionamos antes, la Luna está llena de mitos y verdades, por lo que es muy importante saber distinguir las diferencias.
La Luna y sus efectos sobre la Tierra.
Cuando se habla de las formas en que la Luna afecta nuestra vida en la Tierra, entre los fenómenos principales se encuentran las mareas, la inclinación planetaria y la historia evolutiva, donde se incluye el desarrollo de nuestra especie en este planeta.
Mientras aquella Luna primitiva se desplazaba por la órbita terrestre estabilizándose y solidificándose, los océanos aquí abajo también se enfriaban tras los varios millones de años de inestabilidad que trajo el gran impacto. Aunque la Tierra es mucho más grande que la Luna, esta última posee una atracción gravitacional que hace 4 mil millones de años, cuando se encontraba a la mitad de la distancia de la Tierra de lo que está ahora, era mucho más fuerte. Dicha atracción resultaba mucho más evidente en la cara del planeta que daba a la Luna, así como en el centro de la Tierra.
Mareas extremas.
Es un fenómeno que hoy se ve reflejado en las mareas, básicamente la acumulación de agua en la región del planeta que mira a la Luna. La “marea alta” se presenta en las costas del mundo aproximadamente cada 12 horas, seguida por una “marea baja” 6 horas después. Sin embargo, cuando la Luna estaba más próxima a la Tierra estas mareas eran mucho más extremas, y fueron disminuyendo a medida que el satélite fue ensanchando su órbita.
En los últimos miles de años, la Luna también ha venido frenando de forma significativa el giro de la Tierra. En aquella Tierra primitiva, los días duraban entre 6 y 12 horas, pero gracias a la fricción de las mareas producida por la concentración del agua en los océanos, la velocidad de rotación de nuestro planeta desaceleró. De hecho, la Luna sigue extendiendo la duración de los días terrestres, aunque para la mayoría de humanos es irrelevante pues agrega alrededor de 1 segundo al día cada 50 mil años.
La inclinación terrestre.
Sin embargo, una de las formas más significativas e interesantes en que la Luna ha influido sobre la vida tal como la conocemos tiene que ver con la inclinación planetaria. Como seguramente sabes, el movimiento de rotación de la Tierra no es suave, como el de una bola de billar sobre una superficie lisa. De hecho, la rotación terrestre asemeja más al giro de una peonza, con su característico bamboleo. Aunque no parezca nada estable a medida que viajamos por el Universo, este bamboleo es de extrema importancia para los humanos. Gracias a esto tenemos estaciones, días con luz diurna variable y regiones climáticas que mantienen cierta estabilidad en forma estacional o anual.
La Tierra y la Luna están vinculadas por un abrazo gravitacional que proporciona estabilidad a ambos objetos celestes. Sin una Luna para estabilizarnos, el eje de nuestro planeta se desplazaría de forma más drástica, al punto de llegar a volcarse sobre uno de sus lados, generando cambios masivos en los polos de la Tierra. Sin lugar a dudas, algo así dificultaría la proliferación de la vida, pues las regiones árticas podrían mudarse al ecuador y viceversa. Para los humanos, asentarse permanentemente en algunas áreas sería mucho más complicado.
La historia evolutiva.
Aunque los efectos de la Luna sobre la natalidad o la menstruación ya fueron desmentidos, el satélite natural continúa guiando ciertos ciclos para los seres vivos. Si la Luna desapareciera repentinamente, todos aquellos animales cuyo ciclo circadiano está basado en los ciclos de la Luna (principalmente a la presencia de la luz de Luna), verían afectadas su supervivencia y evolución
Animales tan grandes como leones o tan pequeños como murciélagos evolucionaron y desarrollaron comportamientos que dependen de la presencia de la Luna, como la caza, el apareamiento o la hibernación. Sin la Luna, es muy posible que la historia evolutiva de la Tierra tomara rumbos distintos, y bastante probable que ni siquiera hayan conducido a la humanidad que conocemos.
¿Influyó en el comienzo de la vida?
Algunos investigadores se han arriesgado a afirmar que sin la Luna, la vida sobre la Tierra jamás se habría desarrollado. Aunque no existe forma de comprobar hasta qué grado pudo evolucionar la vida en estas condiciones, ciertamente la presencia de la Luna y sus mareas impulsaron aquellos primeros pasos de la vida.
Hoy, es ampliamente aceptado que la vida en nuestro planeta inició en el agua, probablemente en respiraderos geotérmicos en las profundidades del océano o en zonas intermareales. Si la vida realmente se originó en las profundidades del océano, entonces los movimientos de las mareas en la superficie poco tuvieron que ver con el brote inicial. Sin embargo, se cree que el calor y energía generados por el movimiento de las mareas ayudó a impulsar el surgimiento de los fragmentos protonucleicos y, en última instancia, el ADN
El movimiento de las mareas resulta muy importante pues es capaz de mantener las zonas húmedas y secas a lo largo del día. Si aquella agua primitiva con fragmentos protonucleicos llegaba hasta una roca caliente y después se secaba, resulta probable que haya movido fragmentos primitivos de vida del agua a la tierra, propiciando la transición del entorno.
Es imposible determinar si la vida se hubiera diversificado y crecido de la misma forma sin la Luna pero, no cabe duda que el movimiento producido en los océanos por su empuje gravitacional pudo contribuir con su gloriosa transición a la tierra.