Tras haber servido tres años en el ejército de Francia, Jean Lanfray ahora se dedicaba a cultivar la tierra en una granja situada en Commugny, una comuna Suiza del cantón de Vaud, perteneciente al distrito de Nyon. En aquel apacible lugar este hombre de 31 años vivía con su esposa embarazada, dos pequeñas hijas, sus padres y un hermano. Los que llegaron a conocerlo, describieron a Lanfray como un esposo dedicado que hacía todo lo posible para sacar adelante a su familia.
Era el 28 de agosto de 1905 y, como de costumbre, Jean Lanfray se despertó a la cuatro de la mañana. Mientras sostenía una pequeña discusión con su cónyuge, argumentando que era su deber encerarle las botas, Lanfray disfrutaba su dosis regular de ajenjo disuelta en tres partes de agua. En aquella época, la pareja solía tener discusiones frecuentemente, especialmente cuando él tomaba.
Al poco tiempo, Lanfray salió y encontró a su padre y hermano en el viñedo que ambos cuidaban. Y pese al trabajo pesado que le esperaba aquel día, Jean decidió tomarse un poco de tiempo para relajarse en una taberna cercana pues el alcohol del ajenjo le resultó insuficiente. Más tarde, la policía local habría de repasar meticulosamente cada una de las bebidas que Jean Lanfray había consumido ese día.
Un crimen atroz en Suiza.
Durante la jornada hizo un par de descansos más para consumir algo de vino y terminó el trabajo en torno a las 4:30 de la tarde. Después, Lanfray y su hermano fueron a un café donde ambos pidieron un café mezclado con brandy. Una vez que regresó a su hogar, encontró a su mujer de muy mal humor. Y volvieron a pelear, esta vez porque Lanfray no quiso ordeñar las vacas y su mujer tuvo que hacer el trabajo.
Aunque su padre intentó intervenir en la discusión, Jean Lanfray tuvo un fuerte ataque de ira. Pese a las desesperadas solicitudes de su señor padre, Lanfray tomó su rifle y encañonó a su esposa, apuntando justo a la cabeza. Tras el disparo, la mujer murió casi instantáneamente. Afuera, el padre de Lanfray corría a toda prisa en busca de ayuda.
Rose, la hija de cuatro años de edad de la pareja, encontró a su madre sin vida en el piso y empezó a gritar. Lanfray disparó justo en el pecho a la pequeña e inmediatamente se dirigió a la habitación donde dormía Blanche, su otra hija de tan solo un año de edad. También le quitó la vida. Tras matar a toda su familia, Jean Lanfray buscó la forma de suicidarse. Hizo varios intentos improvisados por dispararse en la cabeza pero, debido a la longitud del cañón, no pudo.
Al final, se valió de una cuerda para jalar del gatillo. Cuando finalmente logró disparar, la bala erró el cráneo y terminó alojada en la mandíbula. Con el cadáver de la pequeña Blanche en brazos, se dirigió al granero a ocultarse, probablemente esperaba sangrar hasta perder la vida.
Ajenjo, el chivo expiatorio.
Para su mala suerte, la policía logró encontrarlo y enviarlo a un hospital, donde le extrajeron la bala. Poco después de la cirugía, en un estado completamente disociado, se echó a dormir. Cuando finalmente volvió en sí, negó las terribles acusaciones de asesinato que pesaban en su contra. Su reacción fue de auténtico desconsuelo cuando tuvo que reconocer los cadáveres de su esposa e hijas. Una de las personas que testificó la escena, relató que Lanfray gemía una y otra vez entre lágrimas: “yo no lo hice. Por Dios, díganme que no lo hice. Amaba tanto a mi esposa y mis niñas”.
No pasó mucho tiempo antes que los habitantes de Commugny empezarán a buscar una explicación para un crimen tan horrendo. Cuando la autopsia reveló que la Sra. Lanfray tenía cuatro meses de embarazo, la conmoción fue mayúscula. El 5 de septiembre de aquel año, en una reunión pública, múltiples oradores señalaron una y otra vez al “único culpable” por el brote de violencia irracional de Jean Lanfray: el ajenjo.
En los albores del siglo XX, el ajenjo movía una industria de casi 100 millones de dólares. Esta bebida alcohólica tan característica por su color verde se destila a partir de las flores y hojas de la Artemisia absinthium. La sustancia, también conocida como “hada verde”, siempre fue vista con sospecha por los conservadores a pesar de que se convirtió en un elemento muy socorrido por artistas e intelectuales en la cultura bohemia.
Entre 1875 y 1913, el consumo de ajenjo en territorio francés se disparó hasta en un 1500%, a pesar de los esfuerzos para prohibir su consumo. Generalmente, los efectos secundarios al consumir esta bebida eran imprevisibles dado que los fabricantes utilizaban una variedad de ingredientes para gasificar la sustancia.
Absintismo y prohibición de la bebida en Europa.
Los movimientos sociales contra el consumo de bebidas alcohólicas vieron en el ajenjo una presa fácil, sobre todo por sus efectos psicoactivos y los problemas de adicción que generaba. De hecho, diversos estudios médicos dieron fe de los efectos potencialmente devastadores causados por el consumo prologando y excesivo de la bebida, una condición que se denominó “absintismo”.
El absintismo abarca todo un cuadro sintomatológico: alucinaciones, ataques de epilepsia, disfunciones en el habla e incluso la muerte. Aunque estos estudios resultaron determinantes para impulsar el movimiento por la templanza contra el ajenjo y su cruzada prohibicionista, cabe aclarar que no tuvieron mucha validez científica.
El ajenjo es particularmente notorio por la presencia de tujona en su composición química. La tujona es una cetona antagonista del receptor GABA, presente en la Artemisia absinthium y responsable por los efectos psicodélicos en los consumidores de ajenjo. Aunque la sustancia está presente en cantidades mínimas en el “hada verde”, las primeras investigaciones no tuvieron reparo alguno en relacionarla con múltiples síntomas psiquiátricos del absintismo.
Que Jean Lanfray haya consumido ajenjo aquel día en que asesinó a su familia, fue suficiente para justificar el papel de la bebida en la tragedia. En 1906, cuando Jean Lanfray fue a juicio, la defensa intentó echar toda la culpa al ajenjo. De hecho, invitaron a un psiquiatra llamado Albert Mahaim para que testificara sobre el absintismo de Lanfray, pero el juez se mantuvo escéptico.
Al final, Lanfray fue encontrado culpable de los tres homicidios y condenado a tres décadas en prisión. A los pocos días del veredicto, un oficial de la prisión lo encontró ahorcado en su celda. La historia de la familia Lanfray propagó aún más la histeria contra el ajenjo.
Suiza terminó prohibiendo el consumo y venta de ajenjo en 1906, tras una petición firmada por 82,000 personas. Los fabricantes de la bebida intentaron revertir esta decisión, pero cuatro años después la Constitución del país fue reformada y el ajenjo se convirtió en una bebida totalmente ilegal. Varios países europeos, e incluso Estados Unidos, se vieron influenciados por el caso Lanfray y los movimientos por la templanza. Los únicos que no decidieron seguir esta paranoia fueron Dinamarca, España, Reino Unido, Austria y Suecia.
El regreso del “hada verde”.
El ajenjo se convirtió en una bebida del mercado negro ampliamente traficada, y con el paso de los años ganó la reputación de bebida altamente adictiva. Ya para la década de 1990, cuando estaba más que claro que a principios de siglo habían exagerado los riesgos del consumo de la bebida, empezó a legalizarse. A partir del año 2000, Suiza retiró la prohibición contra el ajenjo. Aunque todavía es ilegal en algunos países, aparentemente el “hada verde” regresó para quedarse.