Eran aproximadamente las 7 de la mañana del 21 de agosto de 1976 cuando, sin previo aviso, un convoy de 20 vehículos surcoreanos y estadounidenses irrumpió en el área de seguridad compartida, en la zona desmilitarizada de Corea. Tres días antes, un par de soldados estadounidenses habían muerto en ese lugar y dos grupos compuestos por ocho ingenieros militares buscaban venganza. Armados con motosierras y machetes, bajaron de los vehículos y se dispusieron a ejecutar al responsable: un árbol.
Desde el año de 1953, tras la culminación de la Guerra de Corea, la zona desmilitarizada de Corea funciona como un enlace entre Corea del Sur y Corea del Norte gracias a un acuerdo entre Corea del Norte, China y el Comando de Naciones Unidas (UNC). Se trata de una “frontera” que divide a la península coreana por la mitad, y una región donde la atmósfera (incluso en nuestros días) es de tensión permanente. Los ejércitos de ambos países siempre están listos para emprender o responder una agresión. Quizá por esto se explique que un simple álamo de 30 metros de altura haya desencadenado una auténtica tragedia humana.
Resulta que este peculiar árbol obstaculizaba la visión entre el puesto de control del Comando de la Naciones Unidas #3 y el puesto #5. Dado que les resultaba imposible tener una visión clara del lado contrario, un equipo conformado por cinco miembros del Cuerpo de Servicio Coreano recibió la orden de eliminar las ramas problemáticas. Pero no iban solos, pues fueron escoltados por 11 soldados estadounidenses y surcoreanos dirigidos por el teniente Mark Barrett y el comandante Arthur Bonifas.
Maten a los bastardos.
Mientras podaban aquel álamo, el teniente Pak Chul y 15 soldados norcoreanos se presentaron en el lugar vociferando toda clase de improperios, todos con la intención de que dejaran de mutilar al árbol. Posteriormente, Chul les explicó que ese álamo era intocable, pues había sido plantado por el mismísimo Kim Il-sung, el auténtico Líder Supremo, quien vigilaba de cerca su crecimiento. Bonifas decidió ignorar a Chul y ordenó que continuaran con la misión.
Poco tiempo después, un camión repleto de guardias norcoreanos arribaron al punto de conflicto. Tras ser ignorado por segunda ocasión, Pak Chul no tuvo reparo en dar la orden. El “maten a los bastardos” fue seguido por una escena digna de Quentin Tarantino, una autentica carnicería. Barrett y Bonifas fueron ultimados con las mismas herramientas que llevaron para podar el árbol. Se desangraron hasta morir.
Fue así que el Comando de la Naciones Unidas puso en marcha la “Operación Paul Bunyan” (nombrada así en honor al leñador legendario de proporciones colosales que aparece en algunos relatos tradicionales del folclore estadounidense). Solo tenía un objetivo: derribar el árbol de la discordia.
Los ocho ingenieros militares convertidos en leñadores iban escoltados por 64 soldados de las Fuerzas Especiales de Corea del Sur armados hasta los dientes y siete helicópteros de ataque. Además, un grupo de tanques y soldados con misiles esperaban un posible contrataque. Un total de 813 combatientes fueron destinados a esta misión. Corea del Norte respondió con 200 elementos equipados con ametralladoras y fusiles. Sin embargo, tuvieron que tragarse el orgullo frente a la superioridad del enemigo.
En poco menos de una hora, aquel árbol plantado por Kim Il-sung se encontraba derribado. En 1987, el tronco que quedó en aquel lugar fue sustituido por un monumento.