“The Mule”, la última producción cinematográfica de Clint Eastwood está basada en la historia de Leo Sharp, un estadounidense que a los 87 años llegó a convertirse en uno de los traficantes de droga más prolíficos del Cartel de Sinaloa. En el apogeo de su actividad criminal, Sharp llegó a transportar hasta 250 kg de cocaína cada mes a su estado de residencia, Michigan. Representaba una autentica mina de oro para la organización criminal en ese entonces comandada por El Chapo Guzmán, rindiéndole ganancias mensuales por hasta US$ 2 millones.
El día 21 de octubre de 2011, sobre un tramo de la autopista I-94 en Michigan, más de una decena de unidades policiales vigilaban cada uno de los movimientos de Leo Sharp. Uno podría pensar que intentaban matar una mosca a cañonazos, pero la cantidad de agentes se justificaba por el hecho de que el anciano se había convertido en la mula principal del cartel de Sinaloa.
No solo eso, al más puro estilo Breaking Bad figuraba como una leyenda entre los círculos de traficantes, quienes respetuosamente solían referirlo como “El Tata”.
De las azucenas a la cocaína.
Leonard Sharp nació en el estado de Indiana en 1924. Y mucho antes de terminar traficando drogas para un cartel mexicano, había figurado como veterano de la Segunda Guerra Mundial condecorado con la Estrella de Bronce por su participación en uno de los episodios más cruentos de la campaña estadounidense en Italia.
Posteriormente, Sharp se dedicó de lleno a la horticultura desarrollando una carrera completamente honesta y exitosa que lo llevó a especializarse en azucenas. Estableció un vivero y empezó a realizar híbridos con sus flores. Sharp llegó a registrar decenas de nuevos tipos de azucena, muchos de los cuales resultaron vencedores en competencias de talla internacional. Es más, incluso una lleva su nombre: la Hemerocallis Siloam Leo Sharp.
Sin embargo, el negocio de las flores empezó a cambiar y Leo no pudo adaptarse a las nuevas reglas. Mientras sus competidores empezaron a vender el producto en línea a clientes que lo buscaban directamente, Sharp seguía intentando hacerse de clientes mediante catálogos de pedidos por correo, papeles que la mayoría de las veces terminaban en el bote de la basura. En cuestión de unos pocos años, el negocio de las flores de Sharp empezó a derrumbarse.
Las deudas empezaron a acumularse y perdería el vivero si no hacía algo radical para evitarlo. Por si fuera poco, el hombre gozaba de una excelente salud a pesar de su avanzada edad. En otras palabras, viviría lo suficiente para ser testigo de como sus flores se marchitaban y todo el trabajo de su vida se perdía, al mismo tiempo que enfrentaba la última etapa de su vida sin dinero y convertido en una carga para su familia.
Ante la desesperación, cuando uno de los trabajadores del vivero le propuso una forma rápida de hacer bastante dinero, a Leo Sharp le resultó imposible rechazar la propuesta. El trabajo parecía muy simple: conducir su camioneta hasta Arizona, permitir que la cargaran con paquetes y entregarlos en Michigan. Le aseguraron que nadie se atrevería a detener a un anciano, nadie haría preguntas y le pagarían lo suficiente como para rescatar su negocio.
La mula del cartel de Sinaloa.
Durante una entrevista para el NYTimes, el agente especial de la D.E.A., Jeremy Fitch, declaró: “Leo era el transportista ideal para el cartel. Se trata de un ciudadano legítimo, un hombre de la tercera edad sin antecedentes penales y una persona a la que nadie consideraría traficante de drogas”.
Los narcotraficantes vieron en El Tata una oportunidad inmejorable para expandir su negocio en la ruta hacia el este de los Estados Unidos. Una vez que Leo cumplió entregando su cargamento de prueba, el cartel de Sinaloa empezó a encomendarle el traslado de cientos de kilogramos de cocaína y millones de dólares, conservando el perfil bajo que le permitía pasar desapercibido.
Sharp sabía perfectamente lo que implicaba su trabajo. De hecho, lo hacía tan bien que se ganó la confianza de los jefes. Esto último quedó de manifiesto por el hecho de que Leo Sharp ingresaba directamente a las casas de seguridad y platicaba con los miembros de la organización criminal como si se tratara de viejos conocidos, de la misma forma supervisaba los cargamentos en su vehículo. Mientras que a otras mulas les prohíben ver el contenido de lo que transportan e incluso el rostro del personal que hace el trabajo.
Se involucró tanto que llegó a entablar amistad con un sujeto apodado “Viejo”, el encargado de distribuir la mercancía en Detroit.
Sharp era extremadamente bueno en el arte de pasar desapercibido. Un policía jamás hubiera sospechado que un anciano de más de 80 años trabajaba como traficante de drogas, esto le permitía recorrer el país de extremo a extremo y hacer entregas en las ciudades más importantes como Boston, Chicago o Detroit. Durante toda la década del 2000, “El Tata” se dedicó al trasiego drogas por todo el territorio americano, un trabajo que le dejaba hasta U$1 millón al año.
Y al igual que el cartel de Sinaloa, su negocio de azucenas también prosperaba. Con capital para impulsar nuevamente sus flores, Sharp tenía nuevas posibilidades. Los autobuses turísticos que pasaban por la zona solían hacer una parada en el vivero para que los pasajeros observaran las famosas azucenas de Leo Sharp. Nadie jamás imaginó que visitaba el negocio de uno de los mejores trabajadores de El Chapo.
Leo Sharp descubierto por la D.E.A.
La suerte de Leo Sharp llegó a su fin cuando el agente especial de la D.E.A Jeff Moore detuvo a un narcomenudista con un par de kilogramos de cocaína. Interrogaron a este sujeto hasta que les soltó el nombre de “Ramos”, el contador del cartel en esa zona. No pasó mucho tiempo hasta que Ramos terminó soltando toda la sopa. A cambio de protección, le contó a la D.E.A. sobre las camionetas cargadas con dinero y droga.
El agente Moore creyó que Ramos le estaba relatando una operación única, y se llevó una sorpresa al enterarse que era algo completamente rutinario. Ramos le dijo que la mejor de sus mulas, un hombre conocido como “El Tata”, movía suficiente mercancía como para entregarles US$ 2 millones en efectivo al mes.
Moore logró conocer a “El Tata” por primera vez en septiembre de 2011, y lo hizo en una pantalla que transmitía las imágenes provenientes de la cámara oculta que portó Ramos durante una reunión. El hombre no tenía la pinta de ser un varón de las drogas, y es que a sus 87 años Leo Sharp parecía un inofensivo abuelo promedio.
Para esa época, “El Tata” ya empezaba a padecer los efectos de una enfermedad mental. En la intervenciones telefónicas que hizo la D.E.A. a la célula criminal, alguna vez escucharon a Viejo burlándose de que minutos después de una conversación, Sharp le había llamado para que le recordara lo que habían platicado.
Algunos miembros del cartel empezaban a quejarse de la “irritabilidad” de Sharp. Durante uno de sus múltiples viajes, Sharp terminó perdido en Detroit por lo que llamó a su contacto para que lo guiara por la ciudad. Pese a esto, El Tata seguía figurando como la mula más prolífica del cartel.
Fin de una carrera criminal.
En octubre de 2011, la policía detuvo a Sharp pretextando una revisión de rutina. Sharp salió de su camioneta inmediatamente y, tambaleándose, preguntó al oficial: “¿Qué sucede, oficial? A mis 87 años, quiero saber por qué me están deteniendo”. Cuando le solicitaron su identificación, dijo algunas incoherencias mientras se esforzaba por recordar donde había dejado la billetera. El anciano parecía completamente confundido e incluso se tapaba una oreja para alcanzar a escuchar las palabras del oficial.
Sin embargo, cuando un perro policía inspeccionó el vehículo de Sharp encontró en la cajuela cinco costales repletos de cocaína con un peso aproximado de 104 kg. Mientras la policía abría los costales, Sharp se encogió en su sitio y murmuró “¿Por qué no me matas y ya?”.
Sin embargo, Leo Sharp tuvo que enfrentar a la justicia a pesar de su avanzada edad. La defensa trató de presentarlo como un anciano con problemas mentales, obligado por los criminales a traficar con droga.
El alegato de su abogado era parcialmente cierto. Para el momento en que lo capturaron, El Tatapadecía una evidente enfermedad mental: demencia. Sin embargo, la policía había confiscado unas fotografías de Sharp junto a Viejo durante unas vacaciones que pasaron juntos en Hawái. Además, poseían pruebas de que había traficado para el cartel de Sinaloa durante más de una década. En resumen, Sharp jamás fue forzado. Lo hizo por elección propia.
El juez se negó a otorgar libertad condicional y lo condenó a tres años en prisión. Puede parecer poco tiempo, pero para un hombre enfermo de 90 años, es cadena perpetua. Solo llegaría a cumplir un año de su condena, pues lo dejaron en libertad debido a una enfermedad terminal. Murió en diciembre de 2016, a los 92 años.