Aunque el médico francés Jean-Martin Charcot se recuerda como el padre de la neurología moderna, actualmente sus posturas serían motivo de burla. Esto gracias a su férrea creencia de que la histeria era raíz de todos los problemas en las mujeres. Desde el insomnio, pasando por los celos y hasta las denuncias de abuso sexual.
Mujeres e histeria.
Entre los siglos XVIII y XIX, la comunidad médica se vio especialmente rebasada por aquello que llamaban “problemas de mujeres”. El término refería toda clase de males físicos o mentales que afectaban a las féminas y no tenían explicación lógica. Independientemente de que las mujeres mostraran síntomas de depresión, ansiedad, promiscuidad, fatiga, irritabilidad o simple insomnio los médicos siempre recurrían a la vieja confiable: la histeria.
“Histeria” es una palabra históricamente vinculada a las mujeres, sobre todo porque se deriva de la palabra griega para útero. Por eso, no es de extrañar que intentaran explicarla por el supuesto “desplazamiento” del útero a otras regiones del cuerpo. Los primeros en proponer dicha hipótesis fueron los médicos del Antiguo Egipto. Hipócrates de Cos y Galeno de Pérgamo también describieron este padecimiento y sus implicaciones médicas.
Aquellos médicos que no adoptaron la teoría del útero vagabundo buscaron una causa en otras disfunciones del sistema reproductor femenino, como la supuesta acumulación de “semen femenino” a consecuencia de una conducta célibe. O la favorita de la Edad Media: posesión demoníaca. Independientemente de la causa, los médicos siguieron diagnosticando histeria en todas aquellas mujeres problemáticas hasta los albores del siglo XX.
Jean-Martin Charcot: el pionero de las neurosis.
En la segunda mitad del siglo XIX, el médico francés Jean-Martin Charcot (1825-1893) fue la mayor eminencia a nivel mundial cuando se trataba de histeria en pacientes femeninas. A lo largo de tres décadas, Charcot trató a miles de pacientes en el Hospital Salpêtrière, en París. Aunque en ese tiempo la neurología científica estaba en pañales, lo novedoso en el trabajo de Charcot fue una combinación de observaciones clínicas, anatomía y fotografía.
El médico también fue pionero en nuevas técnicas para el tratamiento de neurosis, métodos que iban de lo absurdo (como cinturones para comprimir los ovarios) a lo plausible (hipnoterapia). Además de sus innovadoras investigaciones, Charcot instruyó a toda una generación de neurólogos, varios de los cuales se popularizaron por sus propios métodos, como Gilles de la Tourette y Sigmund Freud.
Pero, hablando con honestidad, gran parte de la fama que tenía Charcot se debió a su propio estilo de autopromoción. Era todo un showman que organizaba ponencias públicas cada semana, eventos en vivo donde presentaba casos de estudio, a los propios pacientes y demostraciones de hipnosis. Evidentemente el comportamiento del médico recibió critícas sus contemporáneos, que clasificaron su profesión como “medicina teatral”.
Los espectáculos médicos.
En una típica presentación de Charcot, la paciente se trasladaba en una camilla hasta la tarima, lugar donde se exponían sus síntomas con toda clase de detalles, muchas veces indiscretos. Algunos de estos conejillos de indias ganaron cierta fama, sobre todo porque Charcot les daba seguimiento para delinear sus propias teorías. Una de estas mujeres fue Marie “Blanche” Wittman, quien pasó a la historia con el mote de la “Reina de las histéricas”.
Charcot terminó convencido de que la histeria era un padecimiento neurológico con base genética, mismo que debía clasificarse según la gravedad de los síntomas. Además, propuso la existencia de “regiones histerógenas”, término que definió como “zonas más o menos delimitadas del cuerpo, donde la presión o el simple tacto determina, más o menos rápidamente, el fenómeno del aura que es sucedido, en caso de seguir aplicando presión, por un ataque de histeria. Estos puntos o superficies también tienen la propiedad de ser sede de una sensibilidad permanente”.
Marie Wittman.
En 1887, Charcot organizó una conferencia que quedó inmortalizada en una obra del pintor Andre Brouillet. Aquella ocasión la audiencia se maravilló con la presencia de Blanche Wittman, que sirvió como ejemplo para demostrar las múltiples regiones histerógenas del cuerpo. En el caso de Wittman, dichas zonas se detectaron específicamente bajo su pecho izquierdo, en medio de la espalda y una de sus piernas.
Mientras daba la conferencia, Charcot instruyó a un aprendiz para que tocara a la paciente en diversos puntos con el fin de desencadenar diversos síntomas. Por ejemplo, cuando la tocaban bajo el pecho izquierdo, Wittman reaccionaban arqueando su columna. Pero, si se presionaba una región próxima a uno de sus ovarios el síntoma se resolvía.
Cuando la tocaban en otra región, Wittman volvía a arquearse, mostrándose asustada. Desde la perspectiva de Charcot, esto era indicio de que el estímulo asemejaba a una crisis epiléptica. De hecho, el médico llegó a describir los episodios histéricos de Wittman muy parecidos a una epilepsia, precisamente porque los detonantes de esos síntomas perdían fuerza algunos días antes de que su “ciclo histérico” volviera a empezar.
Aunque el médico respaldara ciegamente los síntomas de Wittman, el hecho de que esta mujer se presentara, prácticamente cada semana, en las ponencias de Charcot se prestó a mucha controversia. Tal vez no es ninguna coincidencia que los ataques histéricos de Blanche Wittman llegaran a su fin tras la muerte de Charcot.
Los oscuros hechos de Salpêtrière.
Pese a su fama de investigador, las propuestas de Charcot se recibieron con escepticismo entre sus colegas de profesión. Uno de sus críticos más duros fue Hippolyte Bernhein, otro pionero en la disciplina neurológica. Además de cuestionarlo sobre la histeria, Bernhein siempre mostró escepticismo sobre la hipnosis empleada por Charcot y esa insistencia por desestimar que muchos de los síntomas descritos tenían como raíz la más pura sugestión, en lugar de una condición neurológica real.
En 1998, el psiquiatra estadounidense Paul R. McHugh publicó un libro donde responsabilizó a la sugestión por las “epidemias” de convulsiones histéricas que atacaban a los pacientes de Charcot en Salpêtrière.
Pero, lo verdaderamente inaudito en nuestros días son los métodos que Charcot y sus pupilos emplearon para tratar a las pacientes femeninas en Salpêtrière. Además de las “demostraciones” semanales, eventos que se tradujeron en una extrema exposición de estas mujeres, era común que Charcot empleara la fotografía para documentar a sus pacientes sin ropa (sin ningún tipo de aprobación).
Otra situación que se hizo común fue el comportamiento condescendiente que tenía el médico y sus estudiantes respecto a las pacientes. En Medical Muses: the cult of hysteria in 19th century Paris hay evidencia irrefutable sobre un abuso sexual desenfrenado hacia las pacientes de Salpêtrière en la época de Charcot, situación que completamente ignorada por generaciones de investigadores.
Un legado lamentable.
En 1893, Charcot pasó a mejor vida y sus estudiantes buscaron dar continuidad a sus trabajos sobre la histeria. Sin embargo, no tuvieron el mismo don de la autopromoción. De forma irremediable, la mayoría de las teorías postuladas por Charcot sobre la histeria femenina se desacreditaron, aunque algunos médicos siguieron aplicándolas hasta mediados del siglo XX. Sin embargo, la influencia de este médico francés todavía se percibe hasta nuestros días.
No sólo fue una gran inspiración para Freud y su trabajo sobre pacientes histéricas, su nombre se utilizó para identificar una amplia variedad de enfermedades que ayudó a descubrir a lo largo de su carrera. Pero, son precisamente sus investigaciones sobre histeria las que dejaron una huella mucho más profunda.
Charcot y Freud fueron responsables por desacreditar a mujeres que buscaron denunciar casos de abuso sexual sufridos en la infancia, y lo lograron invocando un diagnóstico de histeria. En lugar de dar seguimiento a estas denuncias, las mujeres se consideraban histéricas, personas que inventaban historias para llamar la atención.