En mayo de 1940, la bota nazi finalmente pisaba territorio de Países Bajos. En esa época, Jannetje Johanna “Hannie” Schaft, Truus y Freddie Oversteegen tenían 19, 16, y 14 años respectivamente. Trijn, madre y tutora de las hermanas Oversteegen, se separó de su esposo varios años antes. Freddie mencionó que “un día se hartó: vivíamos en un gran barco en Haarlem, pero papá nunca hizo dinero y no pagó nada por esa barcaza. Sin embargo, no fue un divorcio en malos términos. Desde la proa del barco entonó una canción francesa de despedida cuando lo dejamos. Nos amaba, pero no lo vimos tan seguido después de aquello”.
En el momento que los nazis ingresaron a la ciudad, a pesar de los riesgos, Freddie recordó: “durante la guerra, tuvimos una pareja de judíos viviendo con nosotros, por eso mi hermana y yo sabíamos lo que pasaba”. En ese tiempo, su propia madre las reclutó para ejecutar una peligrosa tarea en la ciudad: publicar y distribuir literatura comunista y antinazi.
Las hermanas Truus y Freddie Oversteegen.
Esa actitud tan valerosamente descarada llegó a oídos de la resistencia, y surgió el rumor de que las chicas pretendían unirse. Así, en 1914 un sujeto llamado Frans van der Wiel fue a buscarlas. “Un sujeto vestido con sombrero llamó a la puerta y preguntó a mamá si podía solicitarnos [unirnos a la resistencia]. Y dijo que sí… estaba de acuerdo con eso”, recordó Freddie.
También dijo que la primera condición de su madre era que, sin importar lo que la resistencia les pidiera hacer, conservaran su lado humano. Sobre la decisión personal de las hermanas de unirse a la lucha, Truus comentó:
Una guerra de esta clase conlleva una experiencia muy cruda. Mientras andaba en bicicleta, observé alemanes tomar personas inocentes de las calles, ponerlas contra una pared y fusilarlas. Me obligaron a ver, lo que despertó una enorme irá en mí, un asco… puedes tener la convicción política que mejor te parezca o estar plenamente en contra de la guerra, pero en ese momento no eres más que un ser humano confrontando algo extremadamente cruel. Disparar a personas inocentes es un asesinato. Si experimentas algo de esta naturaleza, te parecerá justificable que cuando alguien comete traición, como intercambiar a un niño judío de 4 años por 35 florines, debes actuar.
Ni siquiera hace falta decirlo, pero las chicas estuvieron completamente de acuerdo con la propuesta, aunque en ese momento no sabían lo que implicaba. “Creí que se organizaba una especie de ejército secreto. El hombre que llamó a nuestra puerta mencionó que recibiríamos entrenamiento militar, y aprendimos una que otra cosa. Nos enseñaron a disparar y marchar en el bosque. Éramos unos siete, Hannie aún no se integraba al grupo y éramos las únicas mujeres”, recordó Truus.
La resistencia.
Al principio, debido a su edad y género, las autoridades no consideraron conveniente asignarles misiones importantes. Básicamente, las hermanas llevaban y traían mensajes para los miembros de la resistencia, y ocasionalmente les encomendaban contrabandear documentos de identidad para ayudar a los judíos que pretendían escapar.
A veces las requerían para transportar armas e incluso ayudar en el traslado de judíos a lugares ocultos, generalmente niños pequeños, ya que se mezclaban muy bien con las jóvenes y los nazis no sospechaban. Gracias a la apariencia infantil de Freddie, sobre todo cuando se hacía coletas, le solicitaban ejecutar misiones de reconocimiento pues nadie le prestaba atención.
Pero conforme pasó el tiempo, las cosas se intensificaron y empezaron a solicitarles tareas como quemar instalaciones enemigas. Para este propósito, las chicas coqueteaban con los guardias mientras otros miembros de la resistencia ingresaban y prendían fuego.
La chica del cabello rojo.
En 1943, al equipo de las hermanas Oversteegen se unió una tercera joven que pertenecía a la misma célula de resistencia: “Hannie” Schaft. Su verdadero nombre era Jannetje Johanna Schaft, y pasaría a la historia como uno de los miembros más célebres de la resistencia holandesa durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando los nazis invadieron su país, Hannie tenía 19 años y estudiaba derecho internacional en la Universidad de Ámsterdam. Estaba particularmente interesada en aprender todo lo concerniente a los Derechos Humanos. Desafortunadamente, la universidad terminó expulsándola cuando se negó a firmar una declaración de lealtad a Alemania, requisito indispensable para seguir estudiando y algo que tres de cada cuatro estudiantes de la época hicieron.
Era lógico que una mujer con estas características, interesada por algo tan loable como los Derechos Humanos y consciente de las actividades que el Eje pretendía hacer en Países Bajos, terminara uniéndose a la resistencia. Pero, antes que la asignaran a la célula donde participaban Truus y Freddie, Hannie trabajó con la resistencia en diversas misiones aportando todas sus capacidades, llegando a aprender alemán para colaborar en las misiones.
Las chicas se hicieron buenas amigas y frecuentemente formaron equipos en lo que restó de la guerra, expandiendo sus objetivos a territorios que muy pocas mujeres de la resistencia alcanzaban: eliminar directamente al enemigo.
Seduciendo nazis para matarlos.
La enorme ventaja que tuvieron sobre sus compatriotas hombres era, precisamente, el género y la edad. Esto les permitió acercarse a los soldados nazis sin generar sospechas. Eventualmente, la resistencia las entrenó en el uso especializado de armas y, como lo dijo Freddie, en “liquidar” al enemigo.
Sobre esto, las mujeres jamás revelaron su tarjeta de muertes, pese a que se les preguntó con frecuencia. “Jamás le preguntas a un soldado cuántas personas mató”, se limitaban a responder. Uno de los métodos más famosos implicaba coquetear con el objetivo y convencerlo de que se les uniera en un paseo.
Por ejemplo, cierta vez les encomendaron matar a un soldado de las SS. Tras estudiarlo algún tiempo, le tendieron una trampa cuando ingresó a comer en un restaurante. Una Truus ligeramente ebria ingresó al lugar para entablar conversación con el objetivo. En cierto momento, de forma sugerente lo invitó a dar un paseo por el bosque, algo que el soldado aceptó con mucho entusiasmo.
Sin embargo, cuando llegaron al lugar acordado, Freddie dijo:
Se encontraron con alguien (situación que pareció una completa coincidencia, aunque era uno de los nuestros), y ese amigo le dijo a Truus: “amiga, se supone que no deberías estar aquí”. Se disculparon, se dieron la vuelta, y se alejaron. En ese momento dispararon, de forma que el sujeto jamás supo lo que lo golpeó. Ya tenían la tumba hecha, pero no permitieron que nos quedáramos para esa parte”.
Mercenarias talentosas.
Pero, más allá de coquetear con los desprevenidos soldados enemigos o colaboradores holandeses, las mujeres se dedicaban a matarlos directamente. Truus alguna vez contó que quedó horrorizada tras observar a un soldado holandés de las SS quitar un bebé a una familia para golpearlo contra la pared. “El padre y la hermana fueron obligados a mirar. Por supuesto que estaban histéricos. El bebé estaba muerto… saqué la pistola y disparé. En ese mismo instante. No era una misión, pero no me arrepiento”.
Otras ocasiones paseaban en su bicicleta, Truus al frente y Freddie en la parte trasera con un arma oculta. Cuando pasaban junto al objetivo, si no había nadie cerca, Freddie sacaba el arma y disparaba. Después, Truus pedaleaba tan rápido como podía. Una vez que escapaban de la escena, se mimetizaban como un simple par de chicas jóvenes andando en bicicleta.
Otras veces seguían el objetivo hasta su residencia y tocaban a la puerta, la mirada joven e inocente de las chicas garantizaba que tuvieran la guardia baja a la hora de atenderlas. Sin embargo, el equipo también participó en bombardeos y toda clase de sabotajes. La única misión que rechazaron consistía en secuestrar a los tres hijos de Arthur Seyss-Inquart, comisario del Reich para los territorios ocupados de los Países Bajos. La resistencia pretendía emplear a los pequeños como rehenes para liberar a cientos de prisioneros. Si las autoridades se negaban, asesinaban a los niños.
Hannie Schaft.
Hannie no tuvo tanta suerte como esas dos chicas jóvenes que pasaban desapercibidas. Las numerosas misiones en las que participó y su cabello rojo la destacaron entre el enemigo. Las autoridades empezaron a referirla como “la chica del cabello rojo”. Llamó tanto la atención de los nazis que Hitler ordenó intensificar esfuerzos para su captura, por lo que Hannie se teñía el pelo de negro y cambiaba constantemente de nombre.
Desafortunadamente, una agente nazi encubierta que trabajaba como enfermera reveló su verdadero nombre. Los nazis detuvieron a su familia, aunque cuando supieron que no tenían la más mínima idea de dónde estaba, los dejaron ir.
Sin embargo, el Eje finalmente la atrapó en un puesto de control militar el 21 de marzo de 1945. Llevaba algunas copias del periódico comunista Waarheid. Dicen que la torturaron varias semanas, pero no le sacaron una sola confesión. Quizá Hannie habría resistido más, pero, desafortunadamente, el cabello rojo brillante que crecía desde sus raíces la delató. Una vez que los alemanes supieron su verdadera identidad, hicieron efectiva la sentencia de ejecución inmediata el 17 de abril de 1945. A los 18 días, los alemanes emprendieron la retirada de Países Bajos.
Se cuenta que mantuvo esa actitud desafiante hasta el final: cuando los soldados la fusilaron, la mujer cayó, pero ambos fallaron en acertarle un tiro mortal. Sus últimas palabras fueron de burla hacia los soldados: “¡Idiotas! Yo disparo mejor”.