Es imposible afirmar con seguridad que todos los ricos son imbéciles. Sin embargo, resulta probable que alguna vez escucharas alguna anécdota o conozcas cierta historia estúpida protagonizada por alguien con mucho dinero. ¿Por qué? ¿A qué se debe que muchas personas económicamente favorecidas tomen distancia de sus compañeros menos ricos? ¿Por qué pierden empatía y adquieren insensibilidad hacía las personas que los rodean?
El síndrome del rico imbécil o RAS.
El psicólogo Christopher Ryan, autor de algunos best-seller como Civilized to Death, compiló algunos datos científicos interesantes y condensó varias razones que podrían explicar el Rich Asshole Syndrome («síndrome del rico imbécil», en traducción libre) o RAS por sus siglas en inglés.
El propio Ryan se considera un rico imbécil, y la primera vez que se dio cuenta de su condición hacía un viaje por la India en el que no pudo ignorar a los niños hambrientos babeando al ver sus platos de comida en cada restaurante al que ingresaba en las calles de Nueva Delhi. Las cosas eran muy distintas en Nueva York, su ciudad de residencia, donde había desarrollado ciertos mecanismos para protegerse de la empatía hacia los menos favorecidos.
Argumentos como «tenemos albergues que pueden ayudar a las personas sin hogar» o «si les doy dinero probablemente lo gastaran en drogas o alcohol», no sirvieron como excusa para ignorar a los pequeños desnutridos en la India.
Entonces, pensó en que todo ese dinero que había gastado en restaurantes y viajes por Asia podría contribuir para sacar a miles de la pobreza. Pese a esto, Christopher Ryan no hizo nada al respecto.
La relación entre riqueza y generosidad.
Diversas investigaciones han concluido que las personas ricas presentan menos tendencia a las acciones generosas. Sin embargo, las razones de este comportamiento no son simples. Por ejemplo, un estudio realizado por la investigadora Stéphane Côté, de la Universidad de Toronto, en Canadá, concluyó que «las personas con ingresos más altos sólo son menos generosas cuando viven en una zona de mucha desigualdad, o cuando esta desigualdad se retrata experimentalmente como una condición relativamente generalizada«. Esto lleva a suponer que la brecha en la desigualdad financiera aparentemente corrompe el comportamiento bondadoso de los humanos.
La conclusión es contraria a la noción de que todos los ricos son egoístas, pues cuando la desigualdad en el ambiente no es tan pronunciada manifiestan la misma propensión por ayudar al prójimo que los pobres. Probablemente, esto significa que en aquellos ambientes donde prevalece una desigualdad económica se ve afectada la generosidad humana.
Evidencia científica.
Los neurocientíficos Jordan Grafman, Jorge Moll y Frank Krueger llegaron a una conclusión parecida. Este grupo demostró, a partir de imágenes de resonancia magnética del cerebro de diversos individuos, que la generosidad y el altruismo son inherentes a los humanos. De hecho, observaron que los voluntarios experimentaban placer frente a un comportamiento altruista, actividad que se manifestó en una zona primitiva de nuestro cerebro frecuentemente asociada con la alimentación y el sexo.
Al experimentar con 74 niños en edad preescolar, los investigadores observaron que los que «donaban» fichas a sus compañeros manifestaron mejores lecturas en las resonancias magnéticas. Esto sería una prueba de que, incluso a temprana edad, ayudar al prójimo nos genera una sensación de satisfacción. Sin embargo, esta predisposición estuvo influenciada por el ambiente social, pues los niños ricos compartieron menos fichas.
De forma general, las investigaciones han concluido que los ricos donan menos a proyectos de caridad que los pobres. Y, aunque sus aportaciones son cuantiosas, representan un porcentaje mínimo de sus ingresos totales, además que presentan ciertas ventajas como la reducción en el pago de impuestos.
Experimentos entre ricos y pobres.
Más allá de esta falta de generosidad, el «síndrome del rico imbécil» ha sido documentado de forma experimental en multitud de oportunidades. Por ejemplo, los psicólogos Paul Piff y Dacher Keltner encontraron que los automóviles de lujo presentaban una tendencia cuatro veces menor a detenerse en los pasos peatonales, para que las personas cruzaran la calle, que los automóviles económicos.
Este par también encontró que los ricos presentan mayor propensión a hacer trampa en los juegos. En otro experimento, descubrieron a varias personas ricas afirmando haber ganado un juego que los investigadores diseñaron para que fuera imposible de vencer.
En otra investigación se reveló que los ricos tienden a elaborar más disculpas para mentir en las negociaciones, con el único objetivo de ganar más dinero. Finalmente, Piff y Keltner encontraron que los ricos son más propensos a tomar golosinas de un cuenco acompañado con un cartel que dice: «lo que sobre será donado a los niños de una escuela local». En otras palabras, aparentemente a los ricos no les importa quitar unos cuantos dulces a unos niños.
Sin embargo, una de las investigaciones más absurdas fue conducida por el Instituto Psiquiátrico del Estado de Nueva York, en los Estados Unidos. Un equipo de investigación analizó los datos de 43 mil individuos y llegó a la conclusión de que los ricos son más propensos a salir de una tienda sin haber pagado un producto.
Esto viene a contradecir el estereotipo que se tiene de aquellos pobres cuya hambre es tan extrema que llegan al punto de robar comida. De hecho, es más probable que un rico salga de una tienda sin haber pagado por un producto. ¿Pero, por qué?
El distanciamiento entre los ricos y la sociedad.
En general, la conclusión de estos experimentos quizá sea un indicio de la poca preocupación que los ricos tienen sobre las repercusiones legales de sus acciones. Tal vez porque nunca se han enfrentado a la justicia o porque tienen dinero de sobra para hacer frente a los costos que implica un proceso legal. Cuando se tiene dinero para hacer cosas que no están al alcance de la mayoría, ¿por qué cederías el paso a los peatones o pagarías por un producto cuyo valor es ínfimo?
Pero, este comportamiento «imbécil» o egoísta va mucho más allá de las repercusiones legales. Los experimentos científicos también han revelado que el dinero genera «ceguera» al sufrimiento ajeno, como si nuestra mente se adaptara a la incomodidad que produce la inmensa desigualdad social.
Michael W. Kraus, doctor en psicología social de la Universidad de Yale, llevó a cabo un estudio donde descubrió que las personas con mayor estatus socioeconómico, literalmente, poseen una menor capacidad para comprender las emociones en las expresiones de otros individuos. El neurocientifico Keely Muscatell realizó otro experimento donde reveló que el cerebro de las personas ricas presenta una menor actividad que el cerebro de las personas pobres al observar fotografías de niños con cáncer.
Adaptación a la realidad.
¿Acaso la naturaleza de los ricos es ser insensibles? Algunas teorías afirman que los psicópatas poseen características esenciales, como la falta de empatía, que los vuelven exitosos en los negocios.
Ryan no cree que las cosas vayan a tal extremo. Desde su perspectiva, cuando alguien se vuelve rico adquiere la capacidad de «corroer» la empatía que podría tener con los demás. En otras palabras, para aprovechar todo su dinero o acumular más, se hace indispensable que los individuos económicamente favorecidos «aprendan» a ignorar a esos niños hambrientos.
¿El dinero corrompe a los humanos?
Aparentemente se trata de una deducción muy simplista, pero los experimentos psicológicos de Keltner y Piff sugieren que el dinero realmente «corrompe» a las personas a cierto nivel.
Los investigadores adaptaron un juego parecido al Monopoly para que reflejara un ambiente de desigualdad financiera. En este caso, uno de los jugadores empezaría con el doble de dinero y en cada turno tendría oportunidad de lanzar dos veces los dados en lugar de una, por lo que todas sus ganancias representarían el doble que el resto de los jugadores. Las ventajas no era ningún secreto para los participantes, y el jugador «rico» se eligió de forma aleatoria.
Evidentemente, en la mayoría de las partidas el rico terminó ganando el juego. Sin embargo, la parte sorpresiva del experimento es que el rico siempre manifestó las señales distintivas del «síndrome del rico imbécil»: presentaba mayor propensión a sacar ventaja, golpear el tablero con sus piezas y celebrar de forma exagerada sus «habilidades superiores». Incluso llegó a consumir más golosinas de un recipiente disponibles para todos los jugadores.
Cuando los investigadores cuestionaron a los jugadores «ricos» sobre las razones que les hicieron ganar la partida, solían referirse a sus brillantes estrategias, en lugar de reconocer que el juego estaba diseñado para que fuera prácticamente imposible que perdieran.
«Descubrimos en decenas de estudios con miles de participantes de todo el país que, a medida que una persona incrementa sus niveles de riqueza, sus sentimientos de compasión y empatía disminuyen. Simultáneamente, sus sentimientos de merecimiento y su ideología del interés propio aumentan», señaló Piff.
El vínculo entre soledad y riqueza.
Lejos de encasillar a los ricos como personas extravagantes de comportamientos peculiares, es importante recordar que tener mucho dinero implica ciertas desventajas, y la más terrible de todas es el aislamiento profundo.
El rico suele distanciarse no sólo de los pobres, sino también de aquellos que son más ricos que él. Por ejemplo, Ryan menciona a los millonarios de Silicon Valley, que en lugar de aprovechar su dinero para darse la gran vida, trabajan hasta el cansancio incluso tras haber superado los 50 años pues consideran que no han alcanzado sus metas de vida. Muchas veces, esto se debe a que conocen a personas más exitosas o simplemente porque intentan aumentar su fortuna y vencer a la inflación en lugar de gastar el dinero, como hacemos la mayoría de los pobres cuando el destino nos recompensa.
Por si fuera poco, los ricos desarrollan comportamientos egoístas y narcisistas, lo que irremediablemente los conduce a una existencia solitaria. En lugar de hospedarse en estancias colectivas o realizar viajes con grupos ruidosos de turistas, el rico prefiere las enormes y vacías habitaciones de hoteles al viajar, de la misma forma que adquiere un automóvil para no tener que compartir el viaje con otros. Se van de los condominios y compran propiedades aisladas, con muros que los mantienen lejos de los molestos vecinos.
Alejados de la comunidad.
En esencia, el rico necesita distanciarse del resto para perder empatía, aunque un estudio tras otro ha confirmado que el factor más confiable a la hora de predecir la felicidad es sentirse parte de una comunidad, tener apoyo y una red social sólida.
Según Ryan, en la década de 1920 apenas el 5% de los estadounidenses vivía en soledad. En la actualidad, más del 25% de la población vive sola, el porcentaje más alto en la historia de los Estados Unidos, al mismo tiempo que el consumo de antidepresivos se ha disparado en un 400% en las últimas dos décadas y el abuso de analgésicos se está convirtiendo en una epidemia imparable. Aunque es imposible demostrar causalidad en esta correlación, el autor sugiere que las tendencias guardan relación.
«Quizá sea hora de hacer algunas preguntas impertinentes sobre aspiraciones que antes eran incuestionables, tales como la comodidad, riqueza y poder», señaló en The Wired.
Cura para el “síndrome del rico imbécil”.
Ryan dice que existe una forma muy simple para librarse del RAS. Se trata de sentido común: las personas egoístas son rechazadas, mientras las generosas reciben mayor respeto y conquistan una mayor influencia social.
Para Keltner y Piff, un tratamiento psicológico resultaría efectivo para cambiar este comportamiento. Algo tan simple como mostrar a los ricos un vídeo de menos de un minuto de duración sobre la pobreza infantil, logró que se volvieran tan propensos como los pobres a ayudar a un «extraño» que visitó el laboratorio durante un experimento.
Esto sería un indicio de que las diferencias de comportamiento entre pobres y ricos no resultan innatas o categóricas, sino «sensibles a los pequeños cambios en los valores de las personas y estímulos de compasión», según Piff, de forma que «restauren los niveles de igualdad y empatía».
La soledad garantiza a los ricos no experimentar «vergüenza» de su comportamiento egoísta y por ser beneficiarios de una desigualdad económica ultrajante. Sin embargo, esto no significa que la situación desaparezca, y los ricos pueden ser recordados de forma muy distinta gracias a la naturaleza biológica de donación y cooperación que poseen los humanos.