En la Alemania nazi, la metanfetamina jugó un papel protagónico en la búsqueda del cuerpo humano perfecto. Los intereses del Tercer Reich permitieron la libre circulación de esta sustancia, consumida de forma regular tanto por la clase obrera como por las tropas del Führer. Al poco tiempo, el Pervitin se convirtió en un aliado importante para los esfuerzos de guerra alemanes. A pesar de que se suscitaron algunos brotes psicóticos por el consumo, la metanfetamina lograba que los alemanes se mantuvieran de pie durante días en el fragor de la batalla y, literalmente, los hacía sentir invencibles.
Theodor Morell, un charlatán con mucha suerte.
En la pesada atmósfera que surgió tras el inicio de la guerra, el líder de Alemania también estuvo bajo la influencia de las drogas. A medida que se intensificaba el conflicto, Hitler se fue haciendo cada vez más adicto a estas sustancias.
En sus últimos meses de vida, el dictador ya era dependiente de decenas de distintos tipos de droga, todas recetadas y suministradas por su médico de cabecera, el Dr. Theodor Morell. En el libro Blitzed: Drugs in Nazi Germany, el autor Norman Ohler ilustra a Morell como un médico descarado y sin escrúpulos. De hecho, solía trabajar con tratamientos no convencionales, y se cree que fue consciente de la dependencia a los opioides que generó en el dictador.
Theodor Morell inició como médico naval y rápidamente vio su carrera crecer. Sirvió durante la Primera Guerra Mundial y atendió personalmente a atletas europeos. También fue médico de importantes líderes mundiales como el rey de Rumanía y el sah de Persia. Al arribar los nazis al poder, la suerte de Morell cambió por completo.
Al principio y debido a su color de piel, suponían que era judío, por lo que su clientela fue poniendo distancia. Para esquivar la discriminación, el médico decidió afiliarse al Partido Nazi. Por alguna extraña razón su falta de escrúpulos le sirvió mucho en este lugar, y al poco tiempo prescribía recetas poco convencionales para la SS.
El médico personal de Hitler.
En 1936, durante una cena en la que se congregaban los miembros del partido, Morell finalmente conoció a Hitler. Por aquella época, el führer padecía dolores estomacales y abundantes flatulencias. Era hipocondríaco, pero aceptó ingerir cápsulas de Mutaflor con rastros de E. coli y otras píldoras para los gases. La mejoría fue inmediata.
Así se establecía el vínculo de confianza entre uno de los peores dictadores que ha visto la historia y un médico sin escrúpulos. Al poco tiempo, Morell le recetó una dosis diaria de Vitamultin, un polvo en paquete que producía picos de energía en Hitler. Con sus métodos poco convencionales, Morell acertó donde los otros médicos habían fallado con el líder alemán.
Así, Hitler ordenó que Morell se convirtiera en su médico de cabecera. El círculo más próximo al dictador se mostró renuente pues, para cualquier efecto, este doctor no era más que un charlatán aprovechado. Por si fuera poco, hay registros de que Morell sudaba en exceso y padecía una terrible halitosis, por lo que se trataba de un individuo de olor poco agradable.
Sin embargo, Morell se convirtió en la sombra de Hitler. El médico lo seguía a todas partes, desde una simple caminata, pasando por el reconocimiento de los territorios recién conquistados, las reuniones familiares, los periodos vacacionales, hasta el interior de los bunkers. En los diarios que dejó Theodor Morell, Hitler es referido como el Paciente A. Sobre éste redactó descripciones detalladas sobre su salud física y mental.
Adolf Hitler, el adicto.
1941 fue un año particularmente complicado para Morell, pues el führer cayó enfermo y las inyecciones de vitaminas y glucosa que le recetaba no producían mejoría alguna. Durante una consulta, Morell decidió cambiar de estrategia y probar un tratamiento con hormonas animales, como estimulantes metabólicos. Morell prometió una mejoría instantánea, por lo que Hitler empezó a consumir dosis cada vez más altas de estas sustancias. Con el paso del tiempo, su organismo creó resistencia a dichos compuestos. Esto propició una mecánica de dependencia.
Desde 1943, cuando la salud de Hitler mermó de forma preocupante, Morell le recetó dosis cada vez más altas de opiáceos adictivos. También le provocó adicción a la oxicodona, fármaco que lo dejaba totalmente eufórico.
Al poco tiempo, el analgésico parecido a la heroína dejó de hacer efecto en el cuerpo del führer. El problema se hizo aún más complicado tras un intento de asesinato que sufrió Hitler en Wolfsschanze, en 1944. Al ser transferido al médico Erwin Giesing, el tratamiento que se le prescribió al dictador fue una dosis diaria de oxicodona (Eukodal) y dos de cocaína altamente concentrada.
Los Aliados tenían conocimiento sobre la complicada situación de salud por la que atravesaba Hitler, por lo que empezaron a bombardear edificios de empresas farmacéuticas como Merck. En diciembre de 1944, la producción de Eukodal se vio interrumpida. Sin las sustancias que calmaban su adicción, Hitler empezó a desesperarse.
Bien librado.
En este estado, Hitler se dirigió al Führerbunker donde, según Ohler, se volvió un «desastre físico y mental». Al depender de una droga que ya no se producía, su capacidad de acción se vio severamente afectada. Morell se mantuvo junto a Hitler prácticamente hasta el final, pero, en los últimos días antes de la toma de Berlín, lo dejaron salir del búnker y escapar de Alemania en uno de los últimos vuelos que despegaron de la capital.
Morell jamás fue condenado por sus acciones durante la guerra. De hecho, se consideró que no compartía ni apoyaba la ideología nazi y que había ingresado al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán por puro interés personal. El médico se volvió rico durante el conflicto al apropiarse de las fábricas de Vitamultin y celebrar contratos para distribuir diversas drogas a las fuerzas armadas. Murió en 1948 de causas naturales.