En esencia, el racismo no existía en el pasado, aunque la dinámica social era un tanto complicada. Propiamente dicho, griegos y romanos no practicaron la segregación racial por una razón muy simple: no existía la idea de la raza, de que pueblos tan distantes como los bárbaros en el norte o los persas en el este tuvieran algo en común, que pertenecieran a la «raza caucásica».
Tampoco consideraban a los blancos como seres superiores. De hecho, cuando miraban al norte donde abundaban las personas blancas de ojos azules, veían a una multitud de bárbaros subdesarrollados. Eso sí, existían ciertos estereotipos étnicos como que «los griegos eran traicioneros», pero esto no tenía nada que ver con el color de la piel, ojos, cabello o ciertos atributos morales.
Conquistadores y esclavos.
Algo particularmente interesante sucedió en Egipto. Tras la conquista de Alejandro Magno, Atenas dejó de figurar como el centro cultural del mundo occidental y este legado pasó a Alejandría. Al igual que hoy, en aquella época Egipto era un mosaico cultural: personas de tez blanca y negra convivían todo el tiempo. En teoría, las diferencias en el color de piel pudieron provocar algunas comparaciones consideradas racistas. Sin embargo, las cosas no sucedieron así.
En Egipto convivían los nativos, judíos, griegos y personas de África subsahariana, pero jamás ha surgido evidencia sobre una diferenciación entre éstos a partir del color de piel. En aquel entonces, como en cualquier otro lugar, el problema eran los bárbaros: término acuñado para referir a un individuo extranjero de costumbres e idioma distinto.
Sin embargo, la semilla del mal que nos aqueja en la actualidad estaba presente. Invariablemente, el dominio de un pueblo sobre otro se asociaba a la guerra. Los perdedores terminaban convirtiéndose en esclavos de los vencedores, aunque pertenecieran a grupos de la misma «raza». Es una dinámica social muy cercana a la xenofobia.
Consideraban «inferiores» a los pueblos bárbaros conquistados, destinados a servir como esclavos. Poco importaba el color de su piel.
El origen del racismo.
El racismo hacia los negros apareció más de mil años después. Los grupos africanos recién contactados por los portugueses estaban dispuestos a vender a sus vecinos que esclavizaron en guerras locales. Después, como sucedió con los romanos, la condición de esclavo pasó a ser vista como «inherente» a cualquier persona de raza negra. Así, el racismo surgió a partir del hecho de que los esclavos eran negros, y no al contrario.
En el siglo XIX y XX, diversos científicos buscaron afirmar la superioridad de la raza blanca a través de métodos que hoy pertenecen a la pseudociencia. De hecho, no existen fronteras genéticas claras entre una supuesta «raza» y otra. Desde el punto de vista ciencia y la naturaleza, las razas humanas no existen.