Para los católicos existen objetos de veneración denominados reliquias, un término que generalmente abarca partes corporales de aquellos individuos que alcanzaron la santidad. Sin embargo, también hay artículos o ropas de estos personajes que se consideran reliquias. Si te parece difícil de asimilar, imagina la cantidad de seguidores (y dinero) que atraería la cabeza conservada de Michael Jackson para un establecimiento musical o la mano de Charles Darwin en un museo de biología. Con la fe sucede algo similar, aunque muchas reliquias parezcan sumamente extrañas.
San Antonino de Florencia.
En vida, San Antonino de Florencia fue una persona que vivió únicamente con lo esencial y gozó de mucha popularidad en su nativa Florencia. Era tan querido por el pueblo que el papa Eugenio IV tomó la decisión de nombrarlo arzobispo. Sin embargo, la gigantesca humildad de Antonino Pierozzi lo llevó a rechazar esta proposición, al punto que el papa se vio obligado a amenazarlo con la excomunión si no aceptaba el cargo.
Antonino murió el 2 de mayo de 1459 y su cadáver, todavía sin embalsamar, quedó expuesto a los elementos durante más de una semana. La esperada descomposición del cuerpo jamás llegó y, dada la magnitud del milagro, se tomó la decisión de construir un ataúd de cristal para que todos pudieran apreciar uno de los ejemplos más celebres de incorruptibilidad cadavérica. Todavía puede verse “descansando en paz” en la Iglesia de San Marcos, en Florencia, Italia.
El santo prepucio.
Esta es una de las reliquias más extrañas del cristianismo pues, básicamente, hablamos del prepucio de Cristo, el hijo de Dios… algo que no necesita mayor explicación. En el Nuevo Testamento se incluyó un pasaje (Lucas 2:21) sobre la circuncisión de Jesús, pero la historia sobre lo que realmente sucedió a ese fragmento de piel hoy se considera un texto apócrifo. Para no hacer la historia muy larga, basta con saber que dos mil años después, supuestamente el prepucio es conservado en aceite en un contenedor especial de alabastro.
Pero, contrario a lo que sugiere la lógica, no sólo existe un prepucio de Jesús. Y es que cuando hablamos de reliquias religiosas, es algo muy común que existan varias versiones de una misma cosa. Tan sólo en Europa, casi una veintena de iglesias han reclamado la pertenencia de santos prepucios desde la Edad Media. Y a cada uno de estos fragmentos de piel se le atribuyen poderes milagrosos.
Uno de los santos prepucios más famosos fue el que se robaron durante el saco de Roma en 1527. El ladrón fue capturado y llevado a prisión, pero este soldado se las arregló para ocultar el contenedor de alabastro primero en su persona (sabrá Dios donde se lo metió) y después en su celda. Existía el rumor de que el hurto del santo prepucio generó una serie de tormentas inusuales y la aparición de una extraña niebla perfumada que se posó sobre las ciudades cercanas.
Pese al gran número de santos prepucios reportados a lo largo de la historia, la mayoría (por no decir todos) están perdidos. La última ocasión en que se observó uno fue en el año de 1983, fecha en que se exhibió durante la Fiesta de la Circuncisión, aunque poco después sería robado.
La cabeza de Santa Catalina de Siena.
Incluso para los estándares de aquellos individuos que se convirtieron en santos, la vida de Catalina Benincasa fue increíblemente piadosa. A la corta edad de siete años tuvo una visión de Jesucristo y, desde entonces, hizo un voto de celibato. Al llegar a la adolescencia, su familia arregló un matrimonio y, para evitar este destino, Santa Catalina de Siena se rapó la cabeza y escaldó su cuero cabelludo con agua hirviendo. Además, les dijo que se había casado con Cristo y que un anillo hecho con su prepucio (que solo ella podía ver) era la prueba. Así de grande era la devoción de esta mujer.
Su total entrega a la religión la volvió muy popular en su ciudad natal, por lo que después de su muerte (en el año 1380, en Roma), su cadáver fue reclamado por el pueblo de Siena. Cuando la extraña solicitud fue rechazada, un grupo de paisanos de Catalina tomó al toro por los cuernos y fueron directamente a exhumar el cadáver. El plan parecía simple, hasta que se dieron cuenta que ocultar un cuerpo no era cosa fácil.
Así, cortaron la cabeza a la muerta y la guardaron en un saco. Cuando la guardia romana detuvo a este grupo de delincuentes, abrieron el dichoso saco y al interior encontraron nada más que pétalos de rosas. Al llegar a Siena, esos pétalos se volvieron una cabeza humana.
Todavía es posible apreciar la cabeza de Catalina en la basílica de Santo Domingo, en Siena, donde es exhibida junto a uno de los pulgares de la santa.
La mano de San Esteban I de Hungría.
Esteban (en húngaro István) fue el primer rey de Hungría, y también el hombre que convirtió a los numerosos húngaros paganos al cristianismo, por lo que desde el principio se le considera un “buen hijo” de Dios. Tras su muerte, los húngaros empezaron a diseminar el rumor de que su tumba tenía milagrosos poderes curativos, hecho que lo convirtió en candidato a la canonización y es que, por regla general, todo aquel humano que adquiere Santidad debe hacer milagros después de la muerte.
Para dar continuidad a este proceso de santificación, decidieron exhumar sus restos. Fue entonces cuando se descubrió que su brazo derecho, a diferencia del resto del cuerpo, no había entrado en descomposición. Inmediatamente convirtieron la extremidad en una reliquia.
De hecho, la leyenda dice que cuando estaba agonizando, Esteban sostuvo la Santa Corona en su mano derecha y solicitó a la virgen María que cuidara a su pueblo. Como el brazo no se descompuso, muchos lo consideran una señal de que María aceptó la petición.
El brazo fue seccionado y dividido entre la realeza de Europa. La mano fue hurtada en múltiples ocasiones, pero terminó regresando a Hungría tras la culminación de la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad solo se conserva la mano y algunos fragmentos de hueso, reliquia que puede ser vista en la Basílica de San Esteban, en Budapest.
La leche de María.
Por extraño que parezca, hay una historia sobre la leche materna de la Virgen María. Se dice que San Bernardo, un auténtico devoto de María, estaba rezando junto a una estatua de la virgen hasta que fue vencido por el sueño. En sueños, la virgen se le apareció y éste le solicitó una prueba de que era su madre. Supuestamente la virgen le puso el pecho en la boca, aunque otra versión dice que le arrojó leche materna en el ojo curándolo de una enfermedad.
En torno a este tema también tenemos la Capilla de la Gruta de la Leche, un templo construido sobre roca en las afueras de Belén. En este sitio, según los locales, María habría amamantado a Jesús, derramando unas gotas de leche materna que terminaron tiñendo completamente de blanco las rocas.
Incluso en nuestros días, la leche de María sigue surgiendo en multitud de sitios donde se le reclama como una reliquia a la que se atribuyen diversas propiedades. Hubo una época donde casi un centenar de iglesias afirmaron poseer esta leche en forma líquida o como un polvo blanco. Juan Calvino, uno de los gestores de la Reforma Protestante, se refirió a estas reliquias como un completo fraude.