En la década de 1980, Estados Unidos fue escenario de una misteriosa ola de asesinatos donde las víctimas fueron mujeres pelirrojas. En aquella época, las 11 víctimas fueron privadas de la vida en las principales carreteras estadounidenses, un frenesí homicida que quedó en la impunidad. La mayoría de estas mujeres ejercía la prostitución o prestaban servicios como acompañantes, y lo más lamentable es que algunas jamás se identificaron por la incompetencia de los investigadores para localizar a sus familias.
El asesino de pelirrojas.
La localización de los cadáveres sugería que el asesino trabajaba como conductor de camiones. La primera víctima de este asesino viajero fue una mujer blanca no identificada cuyo cuerpo quedó abandonado a orilla de la Ruta 250, en las inmediaciones de Littleton, Virginia, el 13 de febrero de 1983. El cabello pelirrojo de la víctima inauguró el nombre con el que se conocería a esta serie de asesinatos.
Jamás se determinó con precisión la causa de muerte, pero es muy probable que haya perecido sofocada. Algunos habitantes de la localidad declararon ver a un hombre blanco con aproximadamente 1.65 metros de estatura merodeando la zona donde se localizó el cuerpo. Sin embargo, las autoridades jamás lograron identificarlo.
En 1984, un año después del primer homicidio, una mujer de 28 años llamada Lisa Nichols apareció sin vida en la carretera Interestatal 40, cerca de West Memphis, Arkansas. Nichols también era pelirroja, murió estrangulada y probablemente la raptaron mientras pedía aventón. Únicamente vestía un suéter, un patrón que coincidió con las víctimas encontradas desnudas o semidesnudas.
Para 1985 otros dos homicidios se incluyeron en esta serie de asesinatos cuando la policía localizó un par de cadáveres, esta vez en las inmediaciones del Condado de Campbell, en Tennessee, a orillas de la Interestatal 75. Una de las víctimas llevaba el cabello corto y castaño, mientras las condiciones de la otra hicieron imposible identificar su color de cabello. Además, en estos casos las víctimas se encontraron vestidas y aunque se sospechaba de un acto criminal, las causas de muerte se desconocían.
El primer sospechoso.
Ese mismo año, la policía obtuvo información que parecía una pista importante sobre el caso. El 6 de marzo de 1985, una pelirroja llamada Linda Schacke informó a la policía que un camionero de 37 años llamado Jerry Leon Johns intentó estrangularla con su propia camisa rasgada. Milagrosamente, Schacke sobrevivió al ataque y acudió a la policía que rápidamente arrestó a Johns.
Aunque el intento de homicidio de este hombre encajaba en las características de los asesinatos previos que involucraban mujeres pelirrojas, la policía descartó a este camionero como sospechoso pues tenía coartadas sólidas para las fechas de los asesinatos. La serie de homicidios continuó sin interrupción y, el 31 de marzo, un cuerpo en avanzado estado de descomposición de otra mujer pelirroja apareció a orillas de la Interestatal 24, en Tennessee.
Un mes después localizaron a otras dos víctimas. Uno de los cuerpos se localizó al interior de un frigorífico blanco abandonado a un costado de una carretera en Kentucky. Como las otras mujeres, la sofocaron hasta la muerte. El otro cadáver se descubrió en el condado de Greene, en Tennessee. Esta mujer presentaba cabello con un tono más próximo al castaño, y murió de un traumatismo craneoencefálico. Ninguna de estas víctimas pudo identificarse.
¿Asesinatos en serie o coincidencia?
Tras la intensificación en el número de homicidios, los departamentos de policía afectados solicitaron ayuda al FBI para determinar si los crímenes estaban vinculados. Para el 24 de abril de 1985, un grupo de 21 oficiales de policía se reunió durante seis horas con agentes del FBI en Tennessee para determinar la relación entre los asesinatos, aunque el resultado fue poco conclusivo.
En el transcurso de las investigaciones los detectives encontraron que, aunque existían ciertas semejanzas entre los casos, también aparecían muchas diferencias. Por ejemplo, sólo tres de las víctimas eran completamente pelirrojas, mientras las otras tenían el cabello en tonos variados, que iban desde el castaño hasta ligeramente rojizo.
Muchos factores también variaban entre un asesinato y otro, incluido el hecho de que algunas víctimas se localizaron con ropa y otras no. Eso sin mencionar que varias sufrieron agresión sexual o sostuvieron relaciones íntimas poco antes de su muerte, mientras otras no indicaban lo mismo.
La verdadera tragedia.
Aunque es imposible afirmar con certeza que todos o varios de estos asesinatos tuvieron a un asesino en común, es un hecho que esta ola de aterradores asesinatos de mujeres jóvenes sembró miedo en un país que ha destacado por la prevalencia de asesinos seriales, incluso en nuestros días.
Independientemente de que estuvieran relacionados, estos crímenes sirven como un recordatorio de la negligencia que impera en el mundo de las mujeres en situaciones vulnerables. De hecho, se cree que muchas de estas mujeres no se identificaron pues trabajaban en la prostitución, una actividad que limitó el contacto que tenían con sus familias.