Cuando dos niñas blancas fueron brutalmente asesinadas en medio de una sociedad extremadamente segregada, la culpa del terrible crimen recayó sobre una minoría. En 1944, George Stinney se convirtió en chivo expiatorio de autoridades blancas, sólo por ser negro y pese a que tenía apenas 14 años de edad.
Un crimen atroz en Alcolu, Carolina del Sur.
Nunca volvieron a casa. Ambas fueron localizadas al día siguiente. Las habían asesinado y arrojado sus cuerpos a una zanja llena de agua. Para desgracia de la familia Stinney, su casa era la propiedad más cercana a la escena del crimen. Sin ninguna otra evidencia de por medio, la policía arrestó a George y su hermano mayor, Johnny.
Curiosamente, Johnny quedó en libertad poco después, pero su hermano se mantuvo bajo resguardo policial. En el departamento de policía George Stinney fue interrogado por oficiales blancos, sin la autorización de algún tutor y mucho menos la presencia de un abogado. En menos de dos horas, el joven declararía su responsabilidad en el crimen ante el delegado H. S. Newman.
En la supuesta confesión el muchacho habría admitido querer tener relaciones con Betty, pero la presencia de Mary le complicó las cosas. Por eso, decidió asesinarlas con una barra de hierro de 40 centímetros. Por increíble que parezca, esta declaración o confesión jamás fue plasmada por escrito y mucho menos firmada por Stinney.
Un día después, George Stinney fue acusado de homicidio. Su padre perdió el trabajo y la familia tuvo que huir para vivir en el anonimato como una forma de evitar la persecución social. El pequeño George fue aislado en una celda en Columbia, a casi 100 kilómetros del lugar que lo vio nacer. En esta prisión lo volvieron a cuestionar sobre el crimen sin la presencia de alguna persona de confianza. De hecho, durante el juicio la corte contó con la asistencia de mil personas blancas.
Sentenciado a muerte en la silla eléctrica.
En una deliberación que no duró más de dos horas, el jurado (también compuesto por blancos) concluyó que Stinney cometió el sádico crimen con toda alevosía y ventaja. Sin evidencia alguna de por medio, la decisión fue respaldada por el testimonio de tres oficiales que aseguraron el niño confesó sus crímenes mientras estaba recluido en la delegación.
Según las leyes de Carolina del Sur en la época, este niño de apenas 14 años debía ser juzgado como adulto y por eso lo sentenciaron a morir en la silla eléctrica. En ese tiempo, toda vez que se trataba de una familia de escasos recursos, nadie intervino.
Antes que George Stinney fuera electrocutado, la familia solicitó apoyo a iglesias locales y a la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP). Enviaron una carta al gobernador del estado, Olin D. Johnson, implorando clemencia y solicitando que la absurda sentencia fuera cancelada.
La respuesta de Johnson fue insensible, por decir lo menos.
“Sería interesante para ustedes saber que Stinney mató a la niña más pequeña para violar a la mayor. Después, mató a la [otra] niña y ultrajó su cuerpo. Veinte minutos después, regresó e intentó violarla nuevamente, pero su cuerpo ya estaba muy frío. Todo eso fue admitido por él».
Inocente.
Además de la dudosa veracidad de estas confesiones, sobre todo por la ausencia de alguna autoridad neutral que atestiguara la situación del pequeño, como un abogado, en ningún informe del forense se hizo referencia a la violación. El 16 de junio de 1944, George Stinney enfrentó su trágico destino con la muerte. Con metro y medio de estatura y pesando poco más de 40 kilogramos, la silla eléctrica le quedaba enorme. En minutos, el niño fue ejecutado.
La historia en torno al caso se cerraría un año después, cuando un historiador de Carolina del Sur aportó nueva evidencia. Según el experto, George Stinney tenía una coartada sólida, pues durante los supuestos asesinatos siempre estuvo acompañado de sus hermanos. En diciembre del 2014, un juez local anuló la antigua condena de George Stinney y lo declaró inocente.