Tener el poder de mandar a los demás produce sensaciones equivalentes a las de una droga en el cerebro. El poder anestesia ciertas regiones del cerebro, lo que vuelve a los jefes más productivos, pero al mismo tiempo más proclives a desarrollar una actitud altanera y arrogante.
Seguramente has escuchado, en clases sobre los grandes líderes políticos de la historia o en conversaciones políticas de bar, que el poder corrompe a las personas. Y ahora la ciencia demostró que esta creencia es totalmente auténtica: el poder, literalmente, destruye algunas habilidades en los poderosos. Y no estamos hablando de la moral, sino del cerebro.
Los efectos del poder en el cerebro.
Dacher Keltner, un investigador de la Universidad de Berkeley, concluyó que el comportamiento de un individuo bajo la influencia del poder se vuelve más impulsivo, y con una menor conciencia sobre los riesgos de sus decisiones. Peor aún: los líderes se vuelven cada vez peores cuando se trata de ponerse en los zapatos de los demás para intentar ver el mundo desde otro punto de vista. Dicho de otra forma, hay una relación inversamente proporcional entre el poder y la empatía.
¿Sabes qué otra cosa altera nuestra percepción sobre los riesgos y la empatía? Las lesiones cerebrales. Y a partir de aquí surge una pregunta. ¿Será que nuestro cerebro sufre algún tipo de daño cuando se ve expuesto a la sensación de poder sobre los demás?
Poder vs empatía.
Para saber lo que sucede en el cerebro cuando alguien siente que tiene el poder, el neurólogo Sukhvinder Obhi, de la Universidad Wilfrid Laurier, analizó la actividad muscular y cerebral de varios voluntarios mientras éstos veían a otra persona presionar una pelota de caucho.
Obhi procuraba hacer una medición de la resonancia motora: cuando observas a alguien más desarrollar determinada actividad, tu cerebro “refleja” dicha acción, es decir, activa y estimula aquellas áreas responsables por presionar la pelota. Es como si el cerebro, para realmente comprender aquella experiencia ajena, se viera en la necesidad de ensayarla.
Sin embargo, los universitarios fueron divididos y condicionados para sentir mucho poder (recordándoles situaciones en que ordenaron a los demás) o poco poder (recordando situaciones donde tuvieron que seguir órdenes). Un tercer grupo sirvió como control.
En lo que respecta a los demás, los estudiantes que se sentían poderosos presentaban una actividad bastante reducida en el cerebro al observar a otra persona presionar la pelota. Era como si el poder anestesiara su comprensión de las experiencias ajenas y, consecuentemente, limitara el surgimiento de la empatía por la otra persona.
En otro experimento se llegó a una conclusión similar: tras preparar a los grupos para sentir mucho o poco poder, los científicos les solicitaron desarrollar una tarea sencilla. Tenían que dibujar la letra E en su frente, para que la otra persona pudiera leerla.
La idea era exigir a los participantes que se pusieran en el lugar del otro y escribieran la E de la mejor forma para la perspectiva ajena.
Aquellos que experimentaron una sensación de poder tuvieron más probabilidades de confundirse y escribir la E en la dirección que sería correcta para ellos y errada para el que observaba.
¿Cómo se mantienen los poderosos arriba?
¿Pero, si el poder deja secuelas en el cerebro y dificulta tanto ponerse en el lugar de otra persona, cómo es que los poderosos se mantienen en el poder?
Algunos mandamases de la ficción nos ofrecen una pista sobre esto: Frank Underwood, de House of Cards, ya abordó el tema. Las personas normales invierten enormes cantidades de tiempo pensando en lo que los otros dirán sobre ellos. Hacen esto de forma automática y natural, pues saber leer las emociones y reacciones ajenas resultó de suma importancia para la supervivencia en el pasado, cuando la humanidad solía integrarse en tribus.
Pero, cuando el poder se sobrepone a la empatía, el cerebro tiene tiempo para procesar de forma más eficiente la información periférica. Esto vuelve a las personas más eficientes y capaces de generar ideas inesperadas, “ver El Gran Escenario”, como diría Bob Axelrod, el personaje de la serie Billions.
Es decir, ese déficit de empatía que llega con el poder también ayuda a que los líderes se mantengan relevantes. De forma paralela, los vuelve desagradables, maleducados, impulsivos y capaces de echarlo todo a perder por subestimar riesgos todo el tiempo.
¿Existe alguna cura?
¿Es posible revertir el efecto del liderazgo sobre la empatía? En un principio, sí: el poder que fue puesto a prueba por estos experimentos era una sensación temporal. Pero resulta muy complicado decir como se desarrollaría este fenómeno en aquellas personas que se mantienen en el poder durante largos periodos de tiempo.
Otra cosa que parece ayudar es tener un desencanto que ayude a estas personas a poner los pies en el suelo. Otro estudio decidió investigar la experiencia de CEOs que fueron víctimas de grandes traumas en la infancia. Algunos habían vivido y superado desastres naturales, como terremotos y tsunamis. Aquellos que experimentaron este tipo de tragedias corrían una menor cantidad de riesgos innecesarios y eran más cautelosos en la toma de decisiones. Sin embargo, para la mayoría de los poderosos las tragedias no son lo que los hace recuperar el enfoque y la cautela, son las personas. Especialmente aquellas que tienen el valor de decir la verdad y llamar la atención de los grandes líderes cuando el poder se les sube a la cabeza y los anestesia ante la necesidad de tratar a los demás con empatía. Si estás arriba en cualquier jerarquía, procura tener a una persona así cerca. Tu cerebro, tu sentido de la empatía y tus subordinados te lo agradecerán.