Bajo el nombre de Gerberto de Aurillac, el papa Silvestre II nació en el 946 y murió en 1003. Fue un renacentista en toda la extensión de la palabra, aunque vivió cientos de años antes que el movimiento. Figuró como erudito humanista antes que el término fuera inventado, estaba apasionado por la literatura clásica y defendió la utilización de la numeración arábiga que utilizamos en la actualidad. Recordemos que en esa época los europeos no poseían una notación matemática definida.
Un hombre adelantado a su época.
Uno de los múltiples logros académicos que conquistó Silvestre II fue la reintroducción del ábaco (una antiquísima herramienta de cálculo empleada antes que la numeración escrita) en Europa. Incluso destacó por construir un órgano a base de latón con accionamiento hidráulico que fue aclamado por superar a todos los instrumentos musicales construidos previamente.
Para cualquier efecto, Gerberto fue reconocido como uno de los científicos más talentosos de su época. Sin embargo, más allá de su fama como erudito se rumoreaba que practicaba la hechicería. Se decía que se instruyó en el arte del ocultismo durante el tiempo que pasó en el reino ibero-islámico de Al-Ándalus (actual península ibérica).
Entre los siglos X y XI, el reino de Al-Ándalus figuró entre las regiones más ilustradas y prósperas de toda Europa continental, un sitio que concentró desde el conocimiento de los antiguos filósofos hasta los descubrimientos islámicos contemporáneos. Todas aquellas regiones de Europa gobernadas por el cristianismo consideraban a este reino árabe un lugar exótico y sumamente peligroso. Sin embargo, incluso en aquella época algunos europeos (independientemente de la religión que profesaban), vieron en Al-Ándalus el único lugar donde podían educarse adecuadamente.
Era tal el reconocimiento a este lugar que la escuela de la catedral de Vich, en Cataluña, exhibía diversas obras importadas del reino. Fue precisamente en Vich donde Gerberto desarrolló su gusto por la cultura árabe. Desde este sitio emprendería sus viajes, recorridos que le permitieron explorar las tierras musulmanas para obtener todo ese conocimiento que lo haría tan popular.
Silvestre II y el pacto con el diablo.
La historia de Gerberto de Aurillac estuvo rodeada de muchos cuentos durante y después de su vida. En el siglo XII, el historiador medieval Guillermo de Malmesbury llegó a escribir que durante su época en Al-Ándalus, Gerberto robó un libro de hechicería a un filósofo árabe. Y se decía que este libro albergaba el conocimiento para invocar al diablo. De acuerdo con lo relatado por Malmesbury, el filósofo nunca tuvo la intención de separarse de su amado grimorio. Solía dormir con el libro bajo la almohada para protegerlo.
Sin embargo, Gerberto estaba decidido a apoderarse del libro. Sedujo a la hija del filósofo con el único objetivo de conocer la ubicación del grimorio. Solo restaba emborrachar al suegro y robar el libro. Gerberto sabía que este hombre era sabio y tenía capacidad para rastrear cualquier cosa por mar y tierra, por lo que se ocultó colgando de un puente sin tocar tierra ni agua.
Con el grimorio en su poder, se dice que Gerberto contactó a una variedad de demonios y llegó a vender su alma al diablo. Según la leyenda, así fue como se convirtió en el papa Silvestre II. En la historia también se afirma que el pacto de Gerberto con el demonio incluía una cláusula específica: si alguna vez lo escuchaba dar misa en Jerusalén, el señor del averno vendría a reclamarlo.
El tráfico final de Gerberto de Aurillac.
A sabiendas de las consecuencias que podía tener, el papa Silvestre II rechazó todas las propuestas de peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén. Una vez que hizo a un lado este escenario potencialmente problemático, Gerberto se dedicó a disfrutar los lujos e indulgencias que le otorgaba su posición en la Iglesia. Sin embargo, un hombre tan sabio debió considerar que un trato con el diablo no es un negocio tan simple.
Cierto día, al celebrar una misa en una iglesia de Roma se enteró muy tarde que se llamaba la Santa Cruz de Jerusalén. En ese momento, Gerberto supo que estaba condenado y cayó mortalmente enfermo.
En otra versión de la leyenda, se dice que el diablo acompañado de un séquito de demonios vino personalmente por Silvestre. El caprichoso papa encontró un final aterrador frente a toda la congregación mientras los acompañantes de Satanás jugaban con sus globos oculares. En todas las variantes de la leyenda, el diablo le pasó factura.
La tradición dice que, hasta nuestros días, los huesos de Silvestre II se mantienen malditos y suenan en la tumba cada vez que un papa está a punto de morir.