¿Sabías qué frecuentemente nos venden cosas que no necesitamos a precios ridículamente altos? Se trata de ganar dinero haciendo las cosas más fáciles o convenientes para el consumidor. En Bottlemania, la escritora Elizabeth Royte citó al vicepresidente de Pepsico durante una charla para los inversionistas allá por el año 2000: “cuanto culminé, el agua del grifo sólo se utilizará para lavar platos y bañarse”.
Sin embargo, todas esas botellas de plástico representaban un inconveniente para las compañías. ¿Cómo superaron el problema? Royte cita a otro personaje, esta vez un ejecutivo de la Coca-Cola: “pretendemos que nuestros envases no sean vistos como basura, sino como un recurso a utilizar en el futuro”, anticipando la economía circular hace casi dos décadas.
El gran negocio del agua embotellada.
Aunque el negocio del agua embotellada está vigente desde hace varias décadas, el boom se produjo a partir de 1989 con el desarrollo de las botellas de tereftalato de polietileno (PET), un material más ligero, resistente y económico que el antiguo vidrio o los otros plásticos. Entonces, las compañías tenían un medio viable para suministrar agua embotellada; lo único que necesitaban era generar demanda y para eso recurrieron a la magia del marketing.
Es lógico que nuestro cuerpo requiera mantener cierto nivel de hidratación para funcionar. Pero, nos han adoctrinado para mantener un suministro de agua constante, como si las reservas de nuestro cuerpo se agotaran rápidamente. En una típica consulta de rutina al médico, invariablemente recomendará ingerir ocho vasos de agua al día (entre 2 y 3 litros). Pero, no siempre es necesario que llevemos el líquido con nosotros.
En una entrevista para la BBC, el neurocientífico Irwin Rosenburg, de la Universidad Tufts, dice: “el control de la hidratación es uno de los sistemas más desarrollados en la evolución, desde que nuestros ancestros se arrastraron del océano a la tierra. Poseemos una amplia gama de técnicas para mantener una adecuada hidratación”.
Por supuesto, si estás en medio de una ola de calor a más de 35° C tu cuerpo exigirá una mayor ingesta de agua. Tampoco se trata de ser extremistas. Pero, debemos entender que nuestro organismo es muy preciso a la hora de comunicarnos la cantidad de agua que requiere.
El secreto está en la sed.
“Si escuchas a tu cuerpo, te dirá cuando tenga sed. Es un mito que ya estamos deshidratados cuando tenemos sed, una creencia basada en la suposición de que la sed es un marcador imperfecto del déficit de líquidos. ¿Por qué todo lo demás en el cuerpo debe ser perfecto y la sed imperfecta? El mecanismo ha funcionado muy bien durante miles de años de evolución humana”, dice Courtney Kipps, médico especialista en deportes y docente del University College de Londres.
El marketing nos ha sembrado la necesidad de hidratarnos constantemente ante la amenaza de que podemos perder nuestra capacidad de raciocinio o lucir bellos. En el pasado bebíamos agua en casa, directamente de la llave o esperábamos a llegar al sitio a donde íbamos. Ahora, los jóvenes crecen pensando que el agua potable solo viene en botellas, pues beber de otras fuentes es algo arriesgado para la salud.
Obviamente, incluso en los países de primer mundo hay regiones donde el agua embotellada es una necesidad. Y cuando ataca la sed en estos sitios, lo más saludable y conveniente es beber de una botella. Sin embargo, no todos tienen esta necesidad. Tampoco hay que olvidar que las botellas de plástico, en esencia, son combustible fósil sólido.
La falsa necesidad de la conveniencia.
La gigantesca industria del agua embotellada nos ha hecho creer que debemos beber mucha más agua, y más a menudo, de lo que verdaderamente necesita nuestro cuerpo para mantenerse saludable. La distribución es amplia para que podamos comprar en cualquier lugar y el producto esta debidamente empaquetado para que lo llevemos a donde sea.
Desgraciadamente, la conveniencia de estos productos ha conspirado para eliminar el impulso a la construcción de fuentes de agua tradicionales. Por otro lado, el reciclaje de botellas PET ha sido impulsado ampliamente en la última década, pero aún así apenas y alcanza el 28% en países como Estados Unidos.
El precio que estamos pagando por la conveniencia de estas botellas es altísimo: en efectivo, en dióxido de carbono liberado a nuestra atmósfera por la fabricación y el traslado, así como en desechos plásticos que terminan inundando nuestros océanos y vertederos. Y todo esto para satisfacer una supuesta necesidad que ni siquiera tenemos.