Las crónicas de varios autores medievales ilustran esta historia. Al disfrazarse de hombre, Juana se las habría arreglado para escalar en la jerarquía de la Iglesia Católica hasta ser elegida papa, reinando entre el 856 y el 858 d.C. bajo el nombre de Juan (Iohanes, en latín) VIII, conocido también como Iohannes Anglicus.
De forma oficial, el papa Juan VIII reinó entre el año 872 y 882. Según la lista oficial, hasta el año 855 el mando de la Iglesia Católica estuvo a cargo de León IV, quien fue sucedido por Benedicto III hasta el 858.
Durante la Edad Media esta historia fue ampliamente divulgada, una época en la que se consideraba un acontecimiento real. En nuestros días, la generalidad de los historiadores la considera una leyenda. La primera mención sobre la papisa se hizo más de tres siglos después, en el siglo XIII, por un cronista católico de la orden de los dominicos llamado Jean de Mailly. Este personaje no mencionó el nombre oficial del papa mujer y ubicó la historia en el año 1099. Serían cronistas posteriores los encargados de agregar detalles.
Las monedas francas en honor a Iohannes Anglicus.
Ahora, un investigador de la Universidad Flinders, en Australia, cree haber encontrado la primera prueba de que la historia es real: monedas acuñadas en homenaje a la papisa.
A través de un libro titulado Päpstin Johanna Ein vertuschtes Pontifikat einer Frau oder eine fiktive Legende? (Papisa Juana: ¿el pontificado encubierto de una mujer o una leyenda?), Michael E. Habicht revela estas piezas como una fuerte evidencia para comprobar que la papisa Juana fue real.
Los expertos creen que son parte de una serie de monedas francas, acuñadas en plata, que mostraban las imágenes de papas y emperadores.
Las monedas analizadas muestran en una cara el nombre del emperador, Luis II, y en la otra un complejo monograma con la representación del nombre IoHANIs. De acuerdo con los investigadores, esto puede leerse como Iohanes. Y el monograma habría estado basado en la firma del papa que representaron.
El análisis sobre el diseño de estas inscripciones apunta a que las monedas habrían sido acuñadas en el año 850, fecha que coincide con el pontificado de Juan VIII que señalaban los cronistas medievales. “En esa época no existe, de forma oficial, ningún papa con el nombre de Iohannes. Pero existen multitud de registros sobre Iohannes Anglicus, la papisa”, dice Habicht.
Además, solamente aquellos personajes reales eran retratados en las monedas, principalmente acompañando al nombre de un emperador franco que realmente existió. Papas oficialmente reconocidos por la Iglesia Católica, como León VI y Nicolás I, fueron representados en monedas parecidas.
Hasta ahora, estas monedas fueron atribuidas al antes citado Juan VIII oficial, que reinó del 872 al 882. “Pero ese papa tiene un monograma distinto. Y un análisis grafológico apoya la conclusión de que se trata de dos firmas distintas, hechas por personas diferentes”, asegura Habicht. “Cuando se encubrió el pontificado de Juana, extendieron el pontificado de León IV hasta el 855 y el de Benedicto III, hasta 858. Los hechos históricos y clericales de Juana se distribuyeron entre estos dos”.
Una leyenda bajo sospecha.
De acuerdo con el investigador, la historia oficial siempre ha estado bajo sospecha. “Los falsarios cometieron varios errores. Los hechos atribuidos a los papas sustitutos varían entre un manuscrito y otro. Además, en el más antiguo manuscrito de Liber Pontificalis, la vida de León IV termina a medias, el resto de la página está vacía, Benedicto III está completamente ausente”.
Y hay varios documentos que refuerzan esta teoría. “La crónica Flacius et al da testimonio de la visita de Aethelwulf de Wessex al papa Iohanes Anglicus en Roma para casar a su hija Judith con el rey de Francia Occidental (un matrimonio que realmente se llevó a cabo en 856). Por eso, la papisa Juana debía estar en la Santa Sede en el verano de 856. Y el cronista Conrad Botho relató que el papa Iohanes encabezó la coronación de Luis II en 856 (una época en la que oficialmente Benedicto III estaba en funciones)”.
De confirmarse y aceptarse en la comunidad académica, el descubrimiento representa una gigantesca vuelta de tuerca en la historia de la Iglesia Católica, que más de 1100 años después sigue negando posiciones de liderazgo a las mujeres.