Hace entre 11 y 8 mil años, las grutas de piedra caliza que se encuentran en Lagoa Santa, Minas Gerais, Brasil, recibían la visita de un grupo de seres humanos muy especial. Entre esos primitivos individuos, una mujer apodada Luzia pasaría a la historia después que su cráneo fuera descubierto en la década de 1970, figurando como el habitante más antiguo de toda América. El invaluable fósil terminó consumido por las llamas que diezmaron al Museo Nacional de Brasil hace unos días.
Un viaje épico.
Conocidos como paleoindios de Lagoa Santa, estos individuos presentan características únicas visibles a través de las decenas de cráneos que han sido encontrados en la localidad. La comparación detallada sobre la forma de la cabeza de Luzia y sus compañeros respecto a otros pueblos alrededor del mundo indican que guardan mayor semejanza con los aborígenes australianos, los habitantes de Melanesia e incluso con los modernos africanos. Por eso, se trataría de una raza negra. En comparación, los indígenas brasileños modernos son genéticamente más cercanos a los pueblos del nordeste asiático, como los grupos nativos de Siberia.
¿Eso quiere decir que los primeros seres humanos que se aventuraron a caminar por aquellas tierras tuvieron que embarcarse en un viaje épico por el mar para atravesar el Atlántico (si es que venían de África) o el Pacífico (si partieron de Australia)? Aquellos especialistas que defienden las características únicas del pueblo de Luzia dicen que no fue así.
De acuerdo con su hipótesis, lo más probable es que los paleoindios de Lagoa Santa sean descendientes de pueblos que compartieron ancestros comunes con los aborígenes de Australia, pero que terminaron migrando al norte de Asia y arribaron a América a través del Estrecho de Bering. Sólo después de diseminarse por las Américas habrían arribado a esta región de Minas Gerais.
Las flechas en negro indican el camino que recorrieron los ancestros del pueblo de Luzia en las Américas. Las flechas en rojo señalan el camino de los ancestros de los indios modernos, que habrían atravesado el Estrecho de Bering aproximadamente dos milenios después que la raza negra.
Los movimientos migratorios.
El antropólogo Walter Alves Neves, responsable del Laboratorio de Estudios Evolutivos Humanos de la Universidad de Sao Paulo, forma parte del grupo de expertos que defiende el peculiar origen del pueblo de Luzia. A finales de la década de 1980, Neves analizó el formato de los cráneos encontrados en Lagoa Santa que eran propiedad de un museo de Copenhague, en Dinamarca, en colaboración con un colega argentino llamado Héctor Puciarelli.
Neves pretendía hacer una comparación de los datos encontrados en Lagoa Santa con otras poblaciones alrededor del mundo para demostrar que la ocupación de América era reciente y no superaba los 11,000 años, y que los pobladores actuales de Brasil eran de ascendencia siberiana. Sin embargo, cuando encontraron que los cráneos eran más parecidos a los de individuos australianos y africanos quedaron sorprendidos.
Esta hipótesis ganó fuerza en 1998, fecha en que quedó demostrado que Luzia presentaba las mismas características que este muestra de cráneos, y que con 11,500 años de antigüedad era el ser humano más antiguo de las Américas. Neves logró reunir un equipo y financiamiento para llevar a cabo un gran proyecto de excavaciones en diversos puntos de Lagoa Santa donde descubrieron otros cráneos con características melanesias y de edades más próximas, entre los 9,500 y 8,500 años.
Curiosamente, fuera de esta región se han encontrado muy pocos cráneos americanos tan antiguos, pero Neves y sus colegas afirman que otros ejemplares, encontrados en regiones distantes de países como México y Colombia, presentan morfología similar a la de Luzia y su pueblo.
¿Entonces, cómo se explica la diferencia entre los indios encontrados por Cristóbal Colón y los paleoindios? Los expertos creen que nuestro continente fue escenario de dos grandes movimientos migratorios. El primero habría cruzado por el Estrecho de Bering hace alrededor de 15,000 años y correspondería a la migración de los paleoindios. La propuesta es que serían descendientes relativamente cercanos de los nativos australianos y melanesios, con una morfología craneal considerada “generalizada” (en otras palabras, semejante al modelo básico de los cráneos de sus ancestros africanos, pues no debemos olvidar que el Homo Sapiens moderno evolucionó en África y después se diseminó por los demás continentes).
Al expandirse a través de la costa de Asia de una forma relativamente acelerada, habrían conservado la forma craneal de sus ancestros.
Varios miles de años después, alrededor del año 10,000 a.C., habrían arribado a las Américas un segundo movimiento poblacional de humanos, esta vez integrado por los ancestros de los indios actuales. Dicho pueblo habría pasado una mayor cantidad de tiempo en las regiones frías al nordeste de Asia y desarrollado una morfología craneal típicamente oriental, con los ojos estirados.
La herencia y el ADN.
¿Y qué les sucedió a los paleoindios? Probablemente se mezclaron con los recién llegados o entraron en guerra y perdieron. Aunque existe la posibilidad de que algunos grupos hayan sobrevivido hasta nuestros tiempos.
De acuerdo con el análisis craneal, los principales candidatos son los botocudos, un grupo de cazadores recolectores al interior del estado brasileño Minas Gerais que fue erradicado en el siglo XIX. Neves cree que dicha comunidad descendía de los paleoamericanos.
En 2013, científicos brasileños de la Universidad Federal de Minas Gerais identificaron el ADN típico de grupos de la Polinesia en cráneos de botocudos preservados en el Museo Nacional, en Río de Janeiro. Los polinesios formarían parte del gran grupo de humanos con el cráneo de “modelo básico”. Sin embargo, esto también podría ser un indicio de que tuvo lugar una migración marítima, según Neves.
De hecho, el ADN polinesio en algunos botocudos es lo único que apoya esta hipótesis. Irónicamente, el talón de Aquiles de esta teoría es el mismo ADN, pues prácticamente todas las tribus indígenas modernas que habitan en Brasil portan genes compartidos con poblaciones siberianas. Para los críticos de dicha postura, sería prácticamente imposible que los paleoindios no hayan dejado rastro genético alguno en personas vivas de la actualidad.