En 1934, veinte años después del inicio de la Primera Guerra Mundial, en la ciudad de Londres, Inglaterra, rendían homenaje a los héroes del conflicto. Ragtime era una de esas grandes figuras cuya imagen fue estampada en carteles distribuidos por las calles de toda la metrópolis. Era un reconocimiento mínimo para un veterano que arriesgó su vida ganando tres medallas al mérito, que en 1917 participó en la captura de Bagdad y logró salir con vida de aquel infierno llamado guerra.
El único detalle es que Ragtime era un caballo, uno de los pocos animales que sobrevivieron a cuatro años de batallas iniciados en 1914. Las cifras varían, pero algunas estimaciones sugieren que 8 millones de caballos murieron en el transcurso de la Gran Guerra. Si atendemos las cifras oficiales de muertes esto quiere decir que, por cada tres humanos muertos, un caballo también perdió la vida.
Participación de los caballos en la Primera Guerra Mundial.
El escritor francés Georges Duhamel escribió un relato sobre la época en que combatió en Picardie. De forma cruda recordó observar los campos en la región del Somme cubiertos “de un color castaño, parecido a los campos devastados por los incendios”. Le llevaría algún tiempo comprender que se trataba de cientos de caballos muertos, apretados unos contra otros en los campamentos.
La caballería también fue a la guerra, y en este conflicto produjo un choque desastroso. Los caballos eran tan comunes en batalla que se les incluyó en múltiples relatos y quedaron inmortalizados en las fotografías de la época. En los cuatro años que duró la Primera Guerra Mundial los franceses destinaron entre 1.5 y 1.8 millones de équidos a los esfuerzos de guerra, en Inglaterra la cifra fue de 1.2 millones y los alemanes también participaron con 1 millón. El resto de países, en total, envió aproximadamente 4 millones de animales a la pelea.
Gene Tempest, investigadora de la Universidad Yale, en Estados Unidos, dice que “la gran guerra fue un conflicto ecuestre. La fuerza de estos animales hizo posible la vida y el combate diario. Ellos fueron los principales motores de la guerra”.
Reclutamiento.
Cuando se desataron los primeros combates se convocó a todos los caballos al servicio militar, exactamente como se hacía con los soldados. Desde 1877, el gobierno francés contaba con un marco legal que le permitía confiscar a los animales de civiles en caso de guerra. Gracias a esto, en agosto de 1914 más de 700 mil caballos franceses (uno de cada cuatro animales en el país) marchaban a las trincheras.
El esfuerzo de guerra francés incluyó a otros 50 mil animales provenientes de Argelia y otros lugares. “De los campos desaparecieron, simultáneamente, hombres y caballos. En 1914, esto generó una grave crisis en la agricultura. La ausencia de estas dos fuerzas de trabajo fue algo difícil de superar”, señala Tempest.
Caballos como medio de transporte.
Por herencia de las tácticas napoleónicas, características por las poderosas columnas de caballería, los caballos más viejos (animales retirados que fueron sacados de las granjas, industrias y pueblos) fueron enviados al frente. Sin embargo, los generales rápidamente se dieron cuenta que el desarrollo de armamento más poderoso neutralizó la utilidad de animales al frente. Al ser muy grandes, eran objetivos fáciles para disparos y bombas.
La caballería se mantuvo activa hasta el fin del conflicto en batallas del Medio Oriente y el este de Europa. Sin embargo, en el frente occidental los animales se emplearon como medio de transporte. La mayoría empleados para arrastrar cañones a la línea de tiro, cargar soldados, municiones, armas, suministros y correspondencia. También servían para transportar a los muertos tras las batallas y como un vehículo sigiloso para espiar a tropas enemigas.
La guerra recurrió a los caballos todo ese tiempo pues eran eficientes en ambientes fríos y fangosos, típico de las trincheras, situación que complicaba el funcionamiento de los camiones y carros de la época. En la década de 1910, existía mayor disponibilidad y accesibilidad a los caballos que a los motores. Además, eran pocos los soldados que sabían conducir mientras la mayoría estaba acostumbrada a montar caballos.
Importación de caballos para la guerra.
Pero, retirar a los caballos de las líneas de combate no fue suficiente para evitar la masacre de estos animales. Al igual que los hombres, murieron por millones. Según los reportes del servicio veterinario de guerra francés, atendieron 6.5 millones de veces a los caballos. Esta cifra es alarmante, pues cada caballo francés que fue la guerra habría ingresado a las enfermerías un promedio de siete veces en los cuatro años que duró la guerra.
Para reemplazar toda esa fuerza de trabajo que sacaron de circulación tan repentinamente, los ejércitos se organizaban para adquirir animales en otras regiones del mundo. Los británicos llegaron a importar 700 mil caballos de los Estados Unidos y 5 mil de Uruguay. Francia compró alrededor de medio millón de caballos a Estados Unidos y otros 70 mil a los argentinos.
Al principio, Francia e Inglaterra estimaban adquirir aún más caballos de los países sudamericanos. Sin embargo, la biología de estos animales terminó jugando a su favor. Los caballos no soportaron muy bien el cambio de clima y la travesía era mucho mayor al viaje entre Estados Unidos y Europa. Francia invirtió 139 millones de dólares para la adquisición de equinos en los Estados Unidos, mientras los británicos pagaron más de 337 millones de dólares en la compra de caballos.
Comparados con los caballos de Europa, los importados de América resultaban más baratos. Desde una perspectiva política resultaba mucho más barato adquirir caballos en el extranjero que pedir a la población sacrificar a sus animales.
La alimentación.
Y el número hubiera sido mucho mayor si gran parte de los animales importados no hubieran sido considerados salvajes por los europeos. En los informes de los soldados franceses se encuentran relatos sobre la necesidad de domar a los caballos y enseñarlos a enfrentar los horrores de la guerra antes de enviarlos al campo de batalla.
Además de la baja en el número de animales, los ejércitos debían afrontar otro problema mayor: la alimentación. En 1917, suplir las necesidades alimenticias de los caballos requería de 3,750 toneladas de alimento al día. La mayor parte se importaba de los Estados Unidos, que redujo las exportaciones debido a la subida en los precios de los fletes.
Observar a los animales hambrientos, sin fuerzas para seguir peleando y muchas veces muriendo de hambre tuvo un impacto significativo en la moral de los soldados. Al trauma de perder a millones de compañeros entre disparos, minas y alambres de púas que cubría las trincheras se sumaba la pérdida de animales inocentes.
La gran hambruna en Europa.
Se cree que 8 de cada 10 caballos empleados por Francia durante la Gran Guerra terminaron muriendo, 35% fueron abatidos por fuego enemigo (un porcentaje similar al de las otras tropas). Sin embargo, la mayoría murió de hambre y cansancio, sacrificados o abandonados en las largas travesías entre los campos de batalla.
La gran hambruna que afligió a Europa en la posguerra fue una consecuencia directa de la casi desaparición de los caballos en la región. La crisis del abastecimiento en Europa estuvo directamente vinculada a la desaceleración de sectores como la industria y la agricultura provocada por el esfuerzo conjunto de hombres y caballos.
Los caballos «reformados» fueron vendidos a las familias que buscaban volver a la rutina tras la masacre. En muchas regiones, la reactivación económica se logró gracias a estos animales que, a pesar de su poca productividad, resultaban valiosos para el trabajo en las granjas.
Recordando a los caballos caídos en la guerra.
Cuando los alemanes ocuparon el norte de Francia, muchos campesinos se quejaban de que los enemigos exterminaron algunas razas de caballos. Estos rumores avivaron todavía más el odio entre los dos países. Entre los diversos reclamos, el Tratado de Versalles exigía a los alemanes restituir algunos sementales a los países vencedores.
A lo largo del siglo XX se edificaron diversos monumentos para recordar el sacrificio de aquellos animales en el frente. En la ciudad de Saumur, Francia, una placa conmemora a los caballos que perecieron durante la primera Guerra Mundial. En 2004, los ingleses erigieron un monumento en las inmediaciones de Hyde Park en honor a sus caballos perdidos.