El 1 de noviembre de 1755, en torno a las 9:40 de la mañana, Portugal se sentía orgulloso de ser un bastión para el catolicismo, motivo por el que todas las iglesias de la capital estaban repletas de fieles dispuestos a celebrar el Día de Todos los Santos. En aquel lejano siglo XVIII, Lisboa figuraba como la cuarta ciudad europea más poblada con 200,000 habitantes. Un escenario que abonó a la ampliación del impacto de la primera gran catástrofe natural moderna: en esa mañana soleada en Portugal, un descomunal terremoto devastó la ciudad cobrándose la vida de miles de personas y derribando mucho más que construcciones y palacetes.
Lisboa devastada.
Aunque otras ciudades portuguesas también resultaron gravemente damnificadas, ningún otro lugar experimentó la devastación como Lisboa, donde el número estimado de decesos oscila entre 10,000 y 70,000, además que un 85% de las construcciones, incluyendo edificios públicos como el Palacio Real y diversas iglesias, se derrumbaron con multitudes en su interior debido al día festivo.
La tragedia se volvió mayúscula cuando muchos habitantes de Lisboa tomaron la decisión de concentrarse en los márgenes del río Tejo, escapando de los derrumbes e incendios que consumían la ciudad. Y es que la zona también fue devastada por una serie de tsunamis generados por el terremoto. Las olas gigantes arrasaron con el puerto y toda la parte baja de la ciudad.
Aquello que no fue derrumbado por el sismo o consumido por las llamas, terminó anegado por el agua, una catástrofe hasta entonces nunca antes vista en la Europa moderna.
El país entero quedó profundamente consternado, además que la tragedia también impresionó a sus vecinos europeos. El terremoto de Lisboa figura, hasta nuestros días, como la primera catástrofe natural debidamente documentada en el continente. Tuvo lugar en una época donde la comunicación y preservación de los registros históricos habían avanzado en Europa, tanto que cientos de grabados e imágenes de la tragedia fueron ilustradas en Portugal y países extranjeros.
“En el imaginario popular, el terremoto tuvo un impacto equiparable al que produjo el horror del 11 de septiembre de 2001. Se trató de un acontecimiento que impactó al mundo de ese entonces. He sido testigo de comparaciones con la bomba de Hiroshima. La repercusión fue gigantesca debido a la magnitud de la destrucción”, dice el historiador inglés Edward Paice, autor del libro Wrath of God.
¿Castigo divino?
El hombre y la Iglesia pasaban por una relación llena de turbulencias. Y la fecha de esta catástrofe no pudo ser más sugestiva. Ninguno de los bandos pasó por alto el hecho de que Lisboa fuera devastada en un día santo. Los teólogos se apresuraron a afirmar que se trataba de un castigo divino. Por otro lado, los partícipes de la Iluminación vieron en este acontecimiento un triunfo de sus argumentos en pro de la razón sobre la fe.
La hipótesis de un castigo divino recibió el respaldo de un país devoto como Portugal, aunque irónicamente pasaron por alto que el distrito de Alfama, donde se encontraba la zona de tolerancia en Lisboa, resistió al terremoto y tsunami por ubicarse en la parte más alta de la ciudad, y de la misma forma ignoraron que casi el 90% de las iglesias y al menos el 80% de los conventos y monasterios quedaron reducidos a escombros.
La tragedia condujo a cuestionar la voluntad divina. En la novela Cándido, del filósofo francés Voltaire, se hace mención del terremoto atacando la noción de que “Dios sabe lo que hace“. El terremoto terminó confirmando a Jean-Jacques Rousseau su teoría de que la vida en las ciudades era nociva para el ser humano (la gran cantidad de personas en Lisboa habría contribuido para un mayor número de muertes). En Alemania, Immanuel Kant fue una de las primeras mentes que buscó una explicación natural para la catástrofe.
En el siglo XVIII la geología todavía era una ciencia en pañales, en esa época los estudiosos aseguraban que la Tierra tenía apenas 75,000 años, y el terremoto propició una oportunidad invaluable de profundizar en esta ciencia, un pequeño empujón para que se creara la sismología.
La admirable reconstrucción de Lisboa.
Ante la destrucción, las autoridades portuguesas aparecieron con una iniciativa crucial. Portugal y Lisboa habían quedado de rodillas tras aquella catástrofe, y los escombros del Palacio Real eran el mayor símbolo de esta emergencia. El rey José I se salvó gracias a que se encontraba fuera de la ciudad, pero vivió como un refugiado cualquiera en las colinas de Ajuda (el monarca quedó traumado y se rehusó a vivir bajo un techo).
Portugal no se perdió gracias a que el Primer Ministro Sebastião José de Carvalho e Mello, más conocido como marqués de Pombal, tomó el control de la situación dirigiendo esfuerzos de reconstrucción que resultan impresionantes incluso para los estándares actuales. Empezó con determinación para mostrar la mano fuerte del Estado.
El marqués de Pombal.
“Los monarcas no se involucraban con la administración, y las circunstancias terminaron dejando aún con más poder a Pombal. Era un personaje autoritario, pero es difícil no tener respeto por todo lo que hizo para intentar poner de pie a Portugal otra vez”, dice Paice.
Pombal convocó a batallones enteros para ayudar a combatir los incendios y rescatar a las víctimas, también instauró una Ley marcial para contener a los saqueadores. Contrario a las costumbres de la doctrina católica, ordenó que los cadáveres fueran recogidos lo antes posibles y arrojados al mar para evitar propagación de enfermedades.
A poco más de un mes después del sismo, el 4 de diciembre de 1755, el ingeniero en jefe de la corte, Manuel da Maia, estaba presentando los planos para la reconstrucción de Lisboa. Eran cinco propuestas, donde se tenía contemplado desde abandonar la ciudad hasta reformarla por completo. Pombal terminó aprobando la cuarta opción, donde se proponía rediseñar radicalmente la Parte Baja de la capital.
La construcción de casas y edificios en Lisboa siguió un proceso estandarizado, desde la parte estética hasta la estructural: un entramado de vigas de madera conocido como “gaiola pombalina”, para aumentar la resistencia a los sismos, y un mayor espacio entre construcciones para prevenir la propagación de incendios.
Para poner a prueba la seguridad de estas construcciones, Pombal encomendó la creación de un “simulador de terremotos”, que básicamente consistía en un grupo de personas marchando alrededor de las edificaciones para crear pequeños movimientos en el suelo.
Un terremoto descomunal.
De entre los escombros surgió la Baixa Pombalina. Sus 236,000 m² se convirtieron en uno de los proyectos urbanísticos a larga escala más estudiados en el mundo. Pombal también llevó a cabo un censo de la tragedia, enviando cuestionarios a todas las parroquias donde solicitaba información del terremoto.
Además de pedir detalles como grietas e intensidad del temblor, el cuestionario de Pombal también abarcaba observaciones como el comportamiento de los animales y la reducción de volumen en los pozos de agua. Estos datos proporcionaron a los científicos material para hacer una reconstrucción de los eventos geológicos del 1 de noviembre, incluyendo estimaciones de la intensidad del sismo: el terremoto de Lisboa de 1755 habría sido de entre 8.5 y 9 grados en escala Richter.
Todas estas hazañas de Pombal se realizaron en una época donde Portugal tenía las bolsas vacías. Según algunas estimaciones, el terremoto tuvo un prejuicio cercano al 48% del PIB del país en esa época. Entre 1750 y 1770 la economía pasó por una depresión y, evidentemente, la catástrofe no ayudó. Por otra parte, se suscitaron algunas consecuencias positivas: los esfuerzos de reconstrucción reactivaron sectores de la economía como la construcción civil.
Las consecuencias económicas del Gran Terremoto en Lisboa.
Entonces, no resulta sorprendente que las autoridades portuguesas hayan recurrido a sus colonias cuando se tuvo que pagar la cuenta. Especialmente a Brasil, la más rica de todas, que resultó una verdadera salvavidas cuando Pombal aumentó los ya rigurosos impuestos al oro brasileño, abonando un sentimiento anti-portugués en la zona minera más importante que después germinaría en un movimiento a favor de la emancipación de Brasil, la Conspiración Minera.
Aquel terremoto terminó aumentando la dependencia económica de Portugal a Inglaterra, por mucho que Pombal intentó fomentar el desarrollo económico del país, que básicamente vivía de la exploración en las colonias y compraba todo a los ingleses. El marqués de Pombal es recordado hoy con una estatua en el centro de la capital, aunque cayó en desgracia tras la muerte de José I, en 1777. Al ser destituido por la sucesora, Maria I, vivió desterrado hasta su muerte en 1782.
En 2004, una publicación del Instituto Europeo de Estudios Marinos volvió a recordar el terremoto: un grupo de investigación detectó actividad tectónica en la zona y sugirió que Portugal podría volver a sufrir las consecuencias de un gran sismo. Aunque difícilmente esta nueva catástrofe tendrá tanto impacto en la historia como el terremoto de 1755, que cambió a todo un país y un continente.