Resulta improbable, al menos con las bebidas que podemos encontrar en las tiendas. Aunque el alcohol que consumimos es del mismo tipo que se utiliza como combustible (etanol), su concentración en las bebidas aptas para consumo es mucho menor – el famoso porcentaje de alcohol.
Es precisamente la presencia de agua en la mezcla lo que impide que se produzca la combustión de las bebidas al interior del motor. Este alcohol ni siquiera es suficiente para arrancar un auto. Solamente algunas bebidas muy especiales – cuyo consumo implica un alto riesgo para la salud – podrían lograr que un auto camine.
Por ejemplo, en los Estados Unidos se vende Everclear, con un porcentaje de alcohol que alcanza impresionantes 95%. En Bruichladdich, una destilería escocesa, producen una edición especial de whisky con 90% de porcentaje alcohólico. Un motor es capaz de soportar esto perfectamente, pero no se puede decir lo mismo del hígado.
Una destilería sobre ruedas.
Para echar a andar un automóvil con vodka, necesitaríamos un tanque enorme y un destilador. Las bebidas alcohólicas comerciales poseen un porcentaje de alcohol mucho más bajo que el presente en los puestos de recarga de combustible, por lo que su rendimiento sería mucho menor. Para empezar, un automóvil que funcione a base de vodka necesitaría un tanque 2.5 más veces más grande.
Dado que existe un gran porcentaje de agua en la bebida, es complicado que se genere la combustión. Lo más lógico sería aumentar la concentración de alcohol en la combustión y para eso necesitamos un destilador, que calentaría el vodka hasta convertir el etanol en vapor, separándolo del agua.
El agua residual y otras sustancias diluidas quedarían en la base del destilador y podrían desecharse a través de un sistema de tuberías, un sistema de escape para líquidos. El problema es que este vodka-móvil dejaría un rastro de agua por donde quiera que pase. Por otro lado, para convertir el vapor de etanol a líquido necesitaríamos un condensador y sólo entonces, con el combustible condensado, sería apto para llegar a los pistones, que funcionan como el auténtico corazón en un motor de combustión interna.