Recibir un disparo en el estómago no es una de las formas más efectivas de prolongar la vida, motivo por el que la historia de Alexis St. Martin resulta tan sorprendente. Este personaje no sólo recibió un disparo a escasos metros de distancia un 6 de junio de 1822, cuando tenía casi 20 años de edad, sino que fue capaz de vivir otros 50 años a pesar de que la herida jamás sanó por completo, proporcionando a los médicos de aquella época una ventana, literalmente, sobre la forma en que el cuerpo humano digiere los alimentos.
La historia de William Beaumont y Alexis St. Martin.
Media hora después, St. Martin era examinado por el médico militar residente de la Isla Mackinac, el Dr. William Beaumont, y lo que observó no fue nada agradable:
El [disparo] ingresó por la parte trasera y en dirección oblicua, arriba y hacia adentro, literalmente volando integumentos y músculos del tamaño de una mano humana, fracturando y desplazando la mitad anterior de la sexta costilla, fracturando la quinta, lacerando una porción del lóbulo inferior en el pulmón izquierdo, el diafragma y perforando el estómago.Toda esta masa de materiales empujada por el mosquete, junto con fragmentos de ropa y costillas fracturadas, terminaron alojándose en el músculo y la cavidad torácica…
Y continúa.
Se encontró un trozo de pulmón, del tamaño de un huevo de pavo, sobresaliendo por la herida externa, lacerado y quemado, e inmediatamente debajo otra protrusión que, en un análisis posterior, reveló ser una porción de estómago, lacerado en todas las capas y expulsando comida que el paciente había desayunado, con un orificio lo suficientemente amplio como para introducir el dedo índice.
Después de leer la descripción del Dr. Beaumont, es comprensible que sus pronósticos no fueran nada alentadores y esperara la muerte de St. Martin a más tardar esa noche. Sin embargo, lo operó lo mejor que pudo y, contra todas las expectativas, Alexis St. Martin terminó sobreviviendo.
Un agujero en el estómago.
El problema surgió cuando St. Martin hizo sus primeros intentos por beber y comer. Debido al agujero en su estómago, cualquier sustancia deglutida terminaba siendo expulsada poco después por el orificio. Sin ánimos de rendirse, Beaumont pasó varias semanas alimentando a St. Martin con “enemas nutritivos”, técnica que le permitió al paciente recuperarse.
Tras algunas semanas con el tratamiento, Beaumont decidió que la alimentación por el recto ya no era necesaria, aunque el agujero en el estómago todavía estaba presente. La solución a este problema fue colocar “vendajes y cinta adhesiva sobre la herida de St. Martin para bloquear la salida de la comida”.
En las anotaciones, Beaumont esclarece: “ningún tipo de enfermedad o irritación inusual en el estómago, ni siquiera el más mínimo indicio de nauseas se manifestó durante todo este tiempo; y tras la cuarta semana el apetito se volvió bueno, la digestión regular y las evacuaciones naturales, y todas las funciones del sistema son perfectas y normales”.
A la quinta semana, St. Martin había sanado de forma excelente a excepción del problemático agujero en su estómago. En lugar de sanar de forma natural, el orificio se había pegado más o menos a la piel, dando origen a una especie de esfínter con un ligero prolapso del estómago que lo empujaba. Esto hizo necesaria la continua aplicación de vendajes para lograr que St. Martin retuviera sólidos y líquidos.
Los experimentos del Dr. Beaumont sobre digestión.
Ocho meses después, el Dr. Beaumont exploraba una variedad de métodos, en ocasiones muy dolorosos, para que el orificio cerrara por su cuenta pero fracasaba irremediablemente. En determinado punto sugirió cortar la conexión entre el estómago y la piel y suturar todo nuevamente, pero para ese entonces St. Martin ya había tenido suficiente. Dado que era un hombre completamente funcional y saludable, sin contar que literalmente tenía un agujero en el estómago, decidió no practicarse la cirugía.
Mientras sucedía todo esto, a St. Martin le cancelaron el contrato y lo expulsaron del hospital pues no tenía dinero para solventar los gastos. Sin embargo, el Dr. Beaumont vio en aquel hombre una oportunidad irrepetible para estudiar de forma personal el tracto digestivo humano… y cuando decimos personal, no lo hacemos en el sentido figurado de la palabra.
Por ejemplo, durante uno de sus múltiples exámenes literalmente metió la lengua en el orificio y apuntó: “cuando se aplica la lengua en la capa de la mucosa del estómago, vacío y sin irritación, no puede percibirse ningún sabor ácido”.
En esa época, la medicina prácticamente desconocía el mecanismo exacto del tracto digestivo en los humanos. La mayoría de los experimentos se hacían sobre animales, e irremediablemente terminaban con la muerte de estos, por lo que observar un tracto digestivo funcional no era algo factible. Diseccionar cadáveres humanos tampoco resultaba muy útil para apreciar el proceso de digestión en el organismo vivo.
En un intento por sortear estos obstáculos, los médicos intentaron cosas como atar cordones a bolsas de malla que después tragaban, esperaban determinado tiempo y posteriormente las extraían jalando por la boca. Sin embargo, nadie había tenido la oportunidad de experimentar con alguien como St. Martin.
La huida de Alexis St. Martin.
Por este motivo Beaumont se ofreció a contratar a St. Martin como sirviente, principalmente para desarrollar trabajos de peón, pero bajo un acuerdo explícito de que el médico podía realizar experimentos en St. Martin a voluntad. Dados los acuerdos del contrato y la situación económica y social tan precaria de St. Martin, hubo poco respeto por las cosas que deseaba este hombre una vez que firmó.
Aunque los términos de aquel primer contrato se desconocen, un segundo contrato entre St. Martin y el Dr. Beaumont logró sobrevivir al tiempo y en éste se especifica que por convertirse en sirviente y conejillo de indias de Beaumont, St. Martin percibiría un pago de US$ 150 por año.
Tras algunos años en esta situación, St. Martin mandó el contrato por un tubo y se fue a Canadá, donde logró establecerse y formar una familia. Perturbado por la situación, pero todavía con la intención de estudiar a St. Martin, Beaumont desembolsó grandes cantidades de dinero rastreándolo y posteriormente intentó convencer a la compañía de pieles con la que trabajaba St. Martin para que le permitieran regresar.
Le ofreció diversos incentivos como aumentarle el pago, tierras otorgadas por el gobierno y financiamiento para trasladar a su familia (o dinero para abandonar a su esposa e hijos). Sin embargo, en privado habría escrito: “cuando regrese a mí cuidado, lo controlaré a mi antojo”.
En otra carta también se refirió a los hijos de St. Martin como “repuestos vivos”, y en un escrito enviado al cirujano general de los Estados Unidos lamentó la “obstinada y villana fealdad” de St. Martin. Además, cuando se refería a St. Martin lo hacía con el término “muchacho” en lugar de llamarlo por su nombre.
Una ventana al tracto digestivo.
Pero antes de todo esto, con todas esas humillaciones que obligaron a St. Martin a terminar huyendo del “cuidado” del doctor, Beaumont básicamente se pasó el tiempo hurgando en el estómago de St. Martin para ver qué pasaba, y decimos “ver” pues frecuentemente utilizaba toda clase de instrumentos para estirar el agujero y poder observar la comida y la bebida digiriéndose, anotando que de esta forma “se podía observar hasta 5 o 6 pulgadas de profundidad”.
Además de hurgar en la herida con la lengua, ocasionalmente extraía cosas del interior como tejido estomacal y alimentos. Sobre esto último, después de la extracción incluso se atrevía a probar el material; por ejemplo, llegó a escribir que el pollo parcialmente digerido tenía un sabor “suave y dulce”.
Beaumont también se obsesionó con el ácido estomacal con el que experimentaba por separado, y llegó a enviar muestras a otros doctores que también realizaban experimentos. Sobre el incómodo procedimiento, apuntó:
Cuando se introduce la sonda, el fluido rápidamente empieza a drenar, primero en gotas y después en un flujo continuo, ocasionalmente en un flujo continuo corto. Cuando se mueve la sonda hacia arriba, hacia abajo, hacia atrás o hacia adelante se incrementa el drenaje. Típicamente la cantidad de fluido que se obtiene equivale a una o dos onzas.Posterior a la extracción se presenta una particular sensación en la boca del estómago, a la que se refirió como hundimiento, con cierto nivel de desmayo que hace necesario detener el procedimiento. El momento ideal para la extracción del jugo gástrico es por la mañana, antes de ingerir alimento, cuando el estómago se encuentra limpio y vacío.
El cuerpo se adapta.
Y aunque la herida nunca sanó, Beaumont describió un fenómeno muy raro que se presentó aproximadamente año y medio después del balazo:
Ahora, un pequeño pliegue de las capas del estómago se formó sobre el margen superior del orificio, sobresaliendo de forma leve e incrementando de tamaño hasta que llenó la abertura, esto reemplazó la necesidad de aplicar vendajes para retener el contenido estomacal. La válvula terminó adaptándose al orificio accidental de forma que evitaba la salida total del contenido gástrico cuando el estómago estaba lleno.
Así, mientras el agujero en el estómago y abdomen de St. Martin aún estaba presente, el tejido estomacal formó un esfínter, de forma que St. Martin ya no necesitaba aplicarse vendajes para evitar derramar el contenido de su estómago.
El final de Alexis St. Martin.
Como haya sido, los múltiples descubrimientos que realizó Beaumont en los años que experimentó con St. Martin finalmente terminaron valiéndole el título de “padre de la fisiología gástrica”, ayudando a sentar las bases para la comprensión moderna del proceso digestivo en los seres humanos.
Por increíble que parezca, St. Martin vivió hasta los 78 años de edad y tuvo 6 hijos con una vida prácticamente normal.
Al momento de su muerte, los médicos solicitaron información para adquirir el cadáver de St. Martin, pero los familiares ya habían previsto el escenario. De acuerdo con algunos informes, dejaron el cuerpo varios días bajo el sol hasta que entró en proceso descomposición y posteriormente lo sepultaron en una tumba secreta, todo para evitar que alguien pudiera desenterrarlo para practicarle una autopsia.
Respecto a las solicitudes específicas que realizaban estos médicos, un galeno bastante audaz envió una bolsa médica a la familia de St. Martin para que regresaran el estómago. En lugar de esto, los familiares le regresaron una nota que decía “no vengas por la autopsia, te matarán”.