Norton I Emperador de Estados Unidos y protector de México
Su Majestad Imperial Joshua Abraham Norton I nació en algún momento entre 1811 y 1818 en Inglaterra. Los registros sobre la fecha exacta de su nacimiento varían de forma considerable, pero la segunda fecha es la más aceptada entre los historiadores. A muy temprana edad emigró junto con su familia a Sudáfrica, lugar donde su padre lideraba una pequeña comunidad de judíos. Cuando se convirtió en un hombre joven, intentó poner en marcha su propio negocio en Cape Town pero terminó en la bancarrota y empezó a trabajar con su padre en una tienda de artículos para embarcaciones.
Estaba realmente ávido de encontrar su fortuna, pero nunca estuvo interesado en la minería del oro; en lugar de eso, emprendió un exitoso negocio como comerciante y rentaba espacios para almacenaje en una embarcación que había comprado. Apenas un par de años después de haber arribado a San Francisco, los activos de Norton superaban los US$ 250,000 (una fortuna que en la actualidad equivaldría a US$ 6.5 millones).
Su imperio abarcaba una fábrica de cigarrillos, un molino de arroz y una oficina de construcción. Pero la mala suerte lo alcanzaría dentro de poco.
La tragedia del arroz.
Una hambruna en China impidió que se siguieran haciendo envíos de arroz, lo que terminó catapultando el precio del cereal de 4 a 36 centavos de dólar por libra. Un comerciante llamado Willy Sillem le contó a Norton sobre su embarcación que transportaba arroz peruano, y nuestro sujeto vio una oportunidad para hacer aún más dinero en medio de la crisis.
Si lograba comprar este cargamento, Norton sería capaz de vender arroz a un precio significativamente por abajo de lo establecido en el mercado dado que el arroz peruano le costaría apenas 12.5 centavos por libra, aproximadamente una tercera parte del precio normal. Desafortunadamente, tras dar un anticipo de US$ 2,000 por una carga de arroz que le costaría US$ 25,000 en total, más y más embarcaciones peruanas llegaban al puerto transportando arroz.
El precio del arroz se vino abajo hasta llegar a los 3 centavos por libra, lo que significaba que Norton dejaría de obtener ganancias y, peor aún, perdería bastante dinero en el proceso. Intentó anular el contrato bajo la justificación de que Sillem lo había engañado. Su arriesgado emprendimiento terminó llevándolo a un pleito legal que se extendió durante dos años y medio con una resolución a favor de Sillem (Norton tendría que pagar la cantidad restante acordada).
Para ese entonces, Norton estaba prácticamente en la ruina. El banco le había embargado diversos negocios y propiedades, ya no tenía fondos para hospedarse en hoteles lujosos, la élite social no quería saber nada de él y, por si fuera poco, libraba una batalla en la corte con un cliente que lo acusaba de malversación de fondos. Para 1859, el otrora acaudalado comerciante se encontraba viviendo en una pensión para la clase trabajadora, sumido en la derrota y aparentemente incapaz de salir a flote.
Su Majestad Imperial Norton I.
¿Qué más puedes hacer cuando te ves completamente fracasado y con el último dólar en la bolsa? Bueno, la mayoría terminaría convirtiéndose en un vagabundo cualquiera o suicidándose en el peor de los casos, pero Norton se declaró a sí mismo emperador de los Estados Unidos.
Además de ser un fanático del Imperio Británico, Norton se había convertido en un férreo crítico del gobierno estadounidense. Desde su perspectiva, el país vivía en la corrupción, ineficiencia e interés propio, y esta idea no se basaba únicamente en todo lo que había perdido. En el año de 1859, California se convirtió en el escenario principal del gran debate sobre la esclavitud que eventualmente llevó a la Guerra de Secesión, y la economía general de San Francisco no iba nada bien a medida que la Fiebre del Oro se apagaba. Norton llegó a comentar con un camarada que las cosas irían mucho mejor si él estuviera a cargo.
Es el tipo de declaración que uno no tomaría muy en cuenta, pero Norton era un hombre terco y decidió actuar al respecto. El 17 de septiembre de 1859, el periódico San Francisco Bulletin publicó un comunicado por demás interesante:
Ante la definitiva solicitud de una gran mayoría de ciudadanos de estos Estados Unidos yo, Joshua Norton, anteriormente de Bahía de Algoa, Cabo de Buena Esperanza y durante los últimos 9 años y 10 meses de San Francisco, California, me declaro y proclamo emperador de los Estados Unidos, y en virtud de la autoridad que represento ordeno a los representantes de los diferentes estados de la Unión reunirse en el salón de música de esta ciudad el próximo 1 de febrero, para llevar a cabo las reformas en las leyes vigentes de la Unión con el objetivo de mejorar los males bajo los que funciona este país, y de este modo generar confianza, tanto aquí como en el extranjero, sobre nuestra estabilidad e integridad.
La monarquía absoluta en los Estados Unidos.
Los habitantes de las colonias estadounidenses de cierta manera se consideraban parte de un imperio, y tan sólo en San Francisco existían establecimientos como el Empire Hotel o la Empire Fire Engine Company, pero nunca antes alguien había llegado al punto de declararse emperador. Hubiera sido muy fácil hacerlo pasar por un loco, pero el San Francisco Bulletin siguió publicando sus demandas y comunicados.
Norton I solicitó se desmantelara al congreso y eliminara el poder de la Suprema Corte. También despidió al gobernador de Virginia, Henry A. Wise, por enviar a un personaje llamado John Brown a la horca. Pero como no podía dejar al estado sin un gobernante, nombró gobernador al entonces vicepresidente de los Estados Unidos, John C. Breckinridge.
En el año de 1860, el Congreso de los Estados Unidos se reunió contrariando las órdenes del Emperador Norton I. En represalia, el monarca ordenó al “comandante en jefe de las fuerzas armadas limpiar el salón del congreso”. El hombre al que daba instrucciones era el general Winfield Scott que había comandado las fuerzas armadas 15 años antes, pero ahora tenía 74 años y vivía en el territorio de Washington en lugar de en Washington D.C.
Ese mismo año, el Emperador Norton I declaró a los Estados Unidos como una monarquía absoluta. En 1869, decretó la abolición del partido Democrático y Republicano.
Un entrañable personaje en San Francisco.
Evidentemente, ningún decreto del Emperador Norton I llegó a prosperar, al menos no por su autoridad, pues algunas de sus ideas fueron implementadas de forma independiente. Como Emperador autoproclamado, y sin armas o dinero que respaldaran su autoridad, carecía del poder legal de la realeza para crear una monarquía, despedir a gobernadores o desmantelar la Suprema Corte.
Sin embargo, por ironías del destino terminó adquiriendo cierto poder. El Emperador Norton I se convirtió en una especie de leyenda extremadamente popular en la comunidad de San Francisco. Algunos políticos incluso intentaban ganarse su simpatía, pues faltarle al respeto significaba perder cierta cantidad de votantes.
La popularidad de Norton I era tal que una vez lo detuvieron, pero no por conspiración para derrocar al gobierno o cosas por el estilo; en lugar de eso, lo acusaron de vagancia y posteriormente de locura. Su arresto provocó una protesta clamorosa – los periódicos rápidamente se volcaron a la imprenta para urgir a la población a atender los llamados del Emperador y protestar contra la injusta detención de su Majestad Imperial.
Y las cosas salieron según lo esperado: el Emperador Norton I fue puesto en libertad y se le ofrecieron las disculpas pertinentes, además que el jefe de la policía, Patrick Crawley, ordenó a todos los oficiales saludar al Emperador Norton I cuando lo encontraran en las calles, que muy a menudo recorría para inspeccionar sus dominios y socializar con sus súbditos.
Vida de rey.
El emperador no vivía exactamente como un monarca, pero esta nueva vida le proporcionó mucho más que saludos de los oficiales de policía y fama en los periódicos locales. Siguió rentando una habitación en una pensión económica. La ropa que llevaba puesta no correspondía a la vestimenta real, podía vérsele con un viejo uniforme del ejército y un sombrero que le había regalado un tendero para adjudicarse el título de “proveedor de su Majestad Imperial”.
En determinado momento, cuando el uniforme se convirtió en un auténtico harapo, la ciudad de San Francisco comprendió que era momento de obsequiarle un nuevo uniforme, pues el Emperador de los Estados Unidos no podía ir por el mundo en esas condiciones. Además de la ropa, le indicaron que podía viajar gratuitamente en el transporte público de San Francisco, e incluso tenía acceso libre a los pases de tren en el estado de California.
Muchos establecimientos de comida solían obsequiarle alimentos, incluso restaurantes costosos donde lo trataban como cliente VIP, aunque lo hacían más como una forma de publicidad que de caridad. De la misma forma, cuando quería asistir a un partido, a un concierto de ópera o a una pelea de box le otorgaban acceso gratuito, y ocasionalmente lo homenajeaban durante los espectáculos.
Cuando el Emperador Norton I necesitaba algo de dinero extra, iba de puerta en puerta solicitando a los negocios el pago de “impuestos” a la Corona, dinero que muchos de sus seguidores pagaban con gusto. Otras veces, Norton I simplemente imprimía su propio papel moneda, mismo que era aceptado por múltiples negocios en San Francisco como si fuera moneda corriente.
Los negocios de Norton I.
Con la culminación del ferrocarril transcontinental, el Emperador Norton I se convirtió en una especie de atracción para los turistas. Probablemente estás pensando, como la mayoría de personas en la época, que el hombre estaba completamente loco (y tal vez fuera verdad) pero también era un hombre de negocios a carta cabal.
El Emperador conversaba con cualquier persona que tuviera intenciones de conocerlo y ocasionalmente utilizaba sus propios “pagarés” para comerciar con los turistas a cambio de moneda estadounidense, prometiéndoles un retorno del 7% de interés en 1880. Evidentemente, nadie en su sano juicio le cobraría, pues lo único que buscaban era la firma del Emperador como una especie de suvenir.
Al mismo tiempo, diversos negocios ganaban cantidades considerables de dinero vendiendo suvenires del Emperador Norton I, artículos que iban de simples postales, pasando por muñecos hasta cigarrillos. También presentaban carteles en los exhibidores donde podía leerse “Con autorización del emperador Norton I”. Este hombre, casi un sin techo, se convirtió en héroe nacional.
El Emperador vs una multitud enardecida.
Además de inspeccionar la ciudad, emitir decretos reales y entretener a todo aquel que quisiera embarcarse en debates filosóficos, alguna vez su Majestad Imperial se las ingenió para llevar a cabo algo que parecía imposible: detener a una multitud en sus dominios. Aunque los detalles de la historia seguramente se fueron exagerando con el tiempo, se cuenta que en determinado momento una pequeña multitud intentaba atacar a un inmigrante chino (las versiones más fantasiosas de la historia aseguran que Norton I detuvo al grupo de revoltosos en la entrada a Chinatown).
Dado que no permitiría revueltas bajo su reinado, el Emperador Norton I se mantuvo firme entre el chino y sus atacantes. Quizá por su popularidad en la ciudad, o porque repetidamente lanzó oraciones al Señor frente a los atacantes, la pequeña turba se dispersó y el inmigrante se salvó.
La muerte de “un loco”.
Desafortunadamente, tras 21 años de gobernar sobre los Estados Unidos y posteriormente ofrecer su protección a México, un trágico día de enero de 1880 el Emperador se desvaneció sobre una banqueta durante su caminata matutina. Murió antes de que pudieran llevarlo al hospital. El Pacific Club de San Francisco recaudó fondos para adquirir un ataúd de palo de rosa y cubrir todos los gastos del funeral de Norton, que murió prácticamente sin un centavo en la bolsa.
Su muerte fue profundamente lamentada en la región. Se dice que alrededor de 10,000 personas se dieron cita en su funeral, algunos periódicos afirmaban que esa cifra superaba los 30,000 individuos, alrededor del 13% de la población de San Francisco en aquella época. La procesión que llevó su cuerpo a la tumba se extendió a lo largo de 2 millas, y periódicos en todo el país reseñaron la muerte del Emperador.
El Alta California dedicó 34 pulgadas de impresión a celebrar la vida del emperador, siendo que el mismo día dedicaron únicamente 38 palabras al discurso inaugural del nuevo gobernador de California.