Esparta se transformó en la mayor potencia militar en toda la Grecia Antigua gracias a la famosa educación espartana o “agogé”, un sistema educativo obligatorio, colectivo y público enfocado a transformar a sus ciudadanos en los más letales e implacables soldados de su tiempo. Desde los 7 a los 18 años, los niños pasaban a depender del Estado y recibían una instrucción muy severa y de extrema dureza, encaminada a crear soldados profesionales formados desde la cuna, obedientes, eficaces y apegados al bien de la polis, más que a su propio bienestar o a su gloria personal.
Los espartanos se entrenaban para combatir ferozmente y sin miedo, hasta que el último soldado quedara en pie, pues rendirse no era una alternativa en el campo de batalla. La educación espartana estaba orientada hasta tal punto al arte de la guerra que dos de las máximas más conocidas eran “vencer o morir” y “Los espartanos no preguntan cuántos son los enemigos, sino dónde están”.
Si bien los hombres espartanos, con episodios como la célebre batalla de las Termópilas, donde 300 guerreros espartanos dirigidos por el rey Leónidas lograron detener durante varios días a un ejército de casi 200 mil soldados persas, se convirtieron en los soldados más legendarios y temidos de su tiempo, pocos saben sobre el papel que desempeñaron las mujeres en la sociedad de Esparta, las mismas mujeres que eran madres, hermanas, esposas y compañeras de estos temerarios hombres.
En casi todas las polis de la Grecia Clásica, la mujer por lo general se ocupaba de organizar la casa y acudir a las ceremonias religiosas. El matrimonio ocupaba un lugar esencial en la vida de la ciudad, ya que a través de los hijos se transmitían la ciudadanía y las propiedades. Pero la mujer, por lo general, no podía ser propietaria de bienes y su poder era nulo.
En Esparta, sin embargo, la situación era muy diferente, ya que los espartanos tenían a sus mujeres en muy alta estima. De acuerdo a las leyes establecidas por el mítico legislador Licurgo, que organizó totalmente la vida social, económica y política en Esparta, la mujer se encargaba de organizar la casa y las tierras, y de hacerse cargo de la educación de los hijos hasta los 7 años. También podían ser propietarias de tierras y su opinión era muy tenida en cuenta entre los hombres.
Las mujeres espartanas, también desde muy jóvenes, ejercitaban diariamente sus cuerpos: corrían, luchaban, lanzaban el disco y practicaban el tiro con arco, pues los espartanos creían que las mujeres fuertes y robustas podían aguantar mejor los partos y dar a luz hijos igual de fuertes y vigorosos. Sin embargo, con la intención de que no perdieran con estos ejercicios su lado más femenino, también danzaban y cantaban. Las mujeres espartanas, al igual que los jóvenes espartanos, acostumbraban a realizar sus ejercicios de gimnasia desnudas o semidesnudas, sin que esto supusiera ninguna vergüenza para nadie. Las competiciones deportivas eran mixtas y se decía que ningún espartano se avergonzó nunca de ser vencido por una mujer espartana, la única mujer en toda Grecia que tenía permitido el acceso a los torneos.
Las espartanas eran las únicas mujeres en Grecia que vestían un peplo arcaico (indumentaria de la época) sin coser por los costados. De ese modo, enseñaban las piernas al caminar, algo considerado vergonzoso para los atenienses de aquella época, que llamaban a las espartanas “fainomérides” (que significa “las que enseñan los muslos”). Aun así, las espartanas eran consideradas las mujeres más bellas de toda Grecia.
El historiador romano Plutarco, en su obra “Vida de Licurgo”, nos cuenta que “como tenía por la mayor y más preciosa función del legislador el cuidado de la educación [ ..] atendía como uno de los primeros objetos al matrimonio y a la procreación de los hijos [...] Ejercitó los cuerpos de las doncellas en correr, luchar, arrojar el disco y tirar con el arco, para que el arraigo de los hijos, tomando principio en unos cuerpos robustos, brotase con más fuerza; y llevando ellas los partos con vigor, estuviesen dispuestas para aguantar alegre y fácilmente los dolores. Eliminando, por otra parte, el regalo, el estarse a la sombra y toda delicadeza femenil, acostumbró a las doncellas a presentarse desnudas igualmente que los mancebos en sus reuniones, y a bailar así y cantar en ciertos sacrificios en presencia y a la vista de éstos”.
Continúa: “En ocasiones, usando ellas también de chanzas, los reprendían útilmente si en algo habían errado; y a las veces también, dirigiendo con cantares al efecto dispuestos alabanzas a los que las merecían, engendraban en los jóvenes una ambición y emulación laudables: porque el que había sido celebrado de valiente, viéndose señalado entre las doncellas, se engreía con los elogios; y las reprensiones, envueltas en el juego y la chanza, no eran de menos fuerza que los más estudiados documentos, mayormente porque a estos actos concurrían con los demás padres de familia los reyes y los ancianos. Y en esta desnudez de las doncellas nada había de deshonesto, porque la acompañaba el pudor y estaba lejos toda lascivia, y lo que producía era una costumbre sin inconveniente, y el deseo de tener buen cuerpo; tomando con lo femenil cierto gusto de un orgullo ingenuo, viendo que se las admitía a la parte en la virtud y en el deseo de gloria: así, a ellas era a quienes estaba bien el hablar y pensar como Gorgo, mujer de Leónidas…”.
Como contrapartida a su dura educación, las mujeres espartanas gozaron de una notable libertad de movimientos, a diferencia de las demás mujeres griegas, que debían estar recluidas casi de por vida en el llamado gineceo. La mujer espartana disfrutaba de una relativa libertad y automonía, que les permitía ocuparse de actividades comerciales o literarias, entre otras posibilidades. Su formación tenía lugar en las thiasas o “asociaciones” femeninas, donde se establecía una relación entre las jóvenes y sus tutoras, bastante parecida a la relación que se establecía entre los varones y sus pedónomos. Si bien las mujeres espartanas no podían participar de los órganos de gobierno, ni acceder a cargos públicos, ni integrar el ejército, tampoco estaban obligadas a las labores domésticas, para las cuales contaban con esclavas. También podían heredar bienes de sus padres, lo que les proporcionaba gran independencia de los hombres y solían ser ellas las que administraban la economía familiar.
El matrimonio, al que todos los espartanos estaban obligados -por su finalidad estrictamente reproductiva-, estaba bastante ritualizado. La mujer se convertía en una esposa contando 24 ó 25 años, una edad avanzada si se tiene en cuenta los parámetros de otras sociedades de la antigüedad clásica. A los 15 años de edad, las jóvenes se emancipaban de su hogar paterno, recibían unas tierras de sus padres, pero no oficializaban su matrimonio normalmente hasta 10 años después. La ceremonia del matrimonio era muy curiosa: la madrina de la joven le cortaba el pelo de raíz y la vestía con ropa y zapatos de hombre. La recostaba en una especie de cama hecha de ramas, sola y sin luz. El hombre llegaba sobrio de comer en un banquete público. Se acostaba con ella en el lecho y al poco tiempo se retiraba a dormir con los demás jóvenes.
Durante mucho tiempo, los recién casados tenían encuentros conyugales con mucha precaución, sin que nadie los vea, y era trabajo de la mujer proporcionar estas oportunidades sin que nadie se diera cuenta. En algunos casos había algunas parejas que tenían hijos antes de que el marido viese a su mujer a la luz del día. Según nos cuenta Licurgo, parece ser que este método tan particular evitaba que se perdiese el deseo sexual, además de ser un ejercicio de moderación. Una vez que se casaba, como ya se mencionó, la mujer espartana se encargaba del gobierno de su casa pero sin quedar recluida en ella.
Los espartanos eran educados para ser valerosos e implacables en la batalla, pero también tenían unos sentimientos muy refinados: honraban a sus abuelos con un respeto que llamó la atención de toda Grecia y amaban a sus madres con una intensidad conmovedora. En las necrópolis espartanas las tumbas sólo llevaban la inscripción del nombre del difunto en dos casos: el de las mujeres muertas al dar a luz y el de los soldados caídos en batalla.
Además, era proverbial el consejo que las madres espartanas solían decir a sus hijos cuando éstos partían hacia una batalla: “Vuelve con el escudo o sobre él”, en referencia a que mantuviesen el honor y no se rindiesen nunca aunque con ello perdieran la vida.
La Reina Gorgo, La Mujer Espartana Más Famosa
Entre los personajes que aparecen en la famosa película “300”, que narra la cruenta batalla del rey Leónidas y sus 300 guerreros contra el ejército persa, destaca la bella reina Gorgo, esposa del mismo Leónidas, la única mujer de Esparta en ser hija, esposa y madre de un rey. Gorgo, según cuenta el historiador Plutarco, fue hija única del rey Cleómones de Esparta, sobre el cual ejerció una gran influencia. Se dice que cuando Gorgo tenía ocho o nueve años de edad, aconsejó a su padre que se alejara de Aristágoras, tirano de Mileto. Otra anécdota protagonizada por la pequeña princesa, relacionada también con el mismo Aristágoras, ocurrió cuando la niña vio que a este monarca lo calzaba uno de sus servidores, por lo que exclamó: “Padre, este extranjero no tiene manos”.
Años más tarde la princesa Gorgo de Esparta se casó con su (medio) tío Leónidas, hermano, de parte de padre, de su propio progenitor, pues ambos eran hijos del rey Anaxándridas, que se casó con dos mujeres obligado por los éforos. Leónidas, quien por esa época rondaba los 50 años, probablemente doblaba a Gorgo en edad.
El historiador griego Heródoto para ilustrar que la reina Gorgo fue una mujer muy inteligente y experta en cuestiones de espionaje militar, relató que fue la misma Gorgo quien descubrió la forma de leer un mensaje de Demarato , oculto en una tablilla de madera, que recogía los planes del rey de los persas de invadir Grecia. “Resulta que, cuando Jerjes decidió llevar a cabo su expedición contra Grecia, Demarato que se encontraba en Susa, se enteró de lo que se proponía y quiso informar a los lacedemonios”.
Y sigue el relato: “El caso es que no podía alertarlos así como así (pues corría el peligro de que le pillasen), por lo que se le ocurrió la siguiente idea. Cogió una tablilla de doble hoja, le raspó la cera, y, acto seguido, puso por escrito los planes del monarca Jerjes; hecho lo cual, volvió a recubrirla con cera derretida, tapando el mensaje, a fin de que el transporte de la tablilla, al estar en blanco, no ocasionase el menor contratiempo entre los cuerpos de guardia apostados en el camino. Cuando la tablilla llegó a Lacedemonia, los lacedemonios, no acertaban a dar una explicación, hasta que, según tengo entendido, al fin, Gorgo, la hija de Cleómenes y esposa de Leónidas, comprendió por sí misma la treta y les sugirió que raspasen la cera, porque encontrarían – les indicó – un mensaje grabado en la madera. Ellos entonces, siguieron sus indicaciones y pudieron descubrir y leer el mensaje, por lo que, acto seguido, informaron de su contenido a los demás griegos”.
Después del dramático fallecimiento de su marido, el Rey Leónidas, en la batalla de las Termópilas, la espartana Gorgo que tendría unos 28 años, fue durante muchos años reina-regente, en la prolongada minoría de su hijo, el pequeño Plistarco. La reina Gorgo compartió esta regencia primeramente con su tío-cuñado Cleómbroto, y, después, con el hijo varón de éste, el general Pausanias, el vencedor de la célebre batalla de Platea contra los persas (479 a. C.).
Las crónicas antiguas coinciden en señalar a la reina Gorgo como una hermosa, brillante y astuta mujer de gran personalidad, animosa y con gran sentido del humor, que solía responder a las preguntas con sentencias ingeniosas y lacónicas, como toda buena espartana. El historiador Plutarco cuenta que una de sus respuestas más célebres ocurrió cuando una mujer del Ática le preguntó: “¿Por qué, vosotras, espartanas, sois las únicas que gobernáis a vuestros hombres?”. Gorgo le respondió: “Porque somos las únicas que damos a luz a verdaderos hombres”.
En la imagen: "El coraje de las mujeres de Esparta", de Jean-Jacques-François Le Barbier
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