Se conoce como apoptosis a la muerte celular programada. Hablando de organismos pluricelulares, se trata de un mecanismo regulador que permite el crecimiento de células nuevas una vez que las células viejas se desgastan o ya no resultan útiles. En efecto, también es la razón principal de la transitoriedad de la vida.
La apoptosis continua produce mutación y fragmentación del ADN, así como pérdida del volumen celular. En simples palabras, la apoptosis es la culpable de que la vida envejezca. Sin embargo, frenar este proceso es un arma de doble filo. Cuando una célula se olvida de la apoptosis, sigue funcionando y dividiéndose. Olvida su muerte programada y esto lleva a que más y más células jamás mueran. Ahí aparece el cáncer.
Parece irónico, pero la inmortalidad celular conduce a la muerte del organismo. A la ciencia le tomó décadas, pero finalmente descubrió el secreto de la vida eterna.
Encontraron una forma de privar a las células de la apoptosis. En esencia, una vez que se vuelve a secuenciar la persona no envejece jamás. Al mismo tiempo lograron frenar el proceso de división celular, impidiendo así el desarrollo de tumores o células cancerosas en el organismo.
La humanidad alcanzó la inmortalidad, pues las células de un cuerpo jamás se descompondrían por su cuenta. Se logró el equilibrio perfecto de estabilidad celular.
Sin embargo, el humano es egoísta por naturaleza. Y para eso la ciencia no tiene cura. La clase adinerada de Estados Unidos compró los derechos exclusivos de secuenciación del ADN. En consecuencia, los científicos aumentaron el costo del procedimiento a niveles irracionales. Entonces, la élite mundial buscó que las personas confiaran en lo que tenían para ofrecerles.
Nadie hizo nada por el calentamiento global y abandonaron todo el financiamiento a las energías renovables. Mientras la élite se apresuraba a acumular dinero para vivir indefinidamente, todos esos problemas empeoraron con el paso del tiempo. La luz solar empezó a quemar, el incremento en los niveles del océano arrasó con ciudades enteras. Y millones de especies necesarias para el ecosistema simplemente desaparecieron. Poco a poco, la Tierra se volvió un lugar inhóspito para todo aquel que no pudiera comprar un refugio especializado. En otras palabras, la ahora élite inmortal.
Los ricos deseaban tanto la inmortalidad, que obligaron a los científicos a acelerar el desarrollo. Esto quiere decir que se saltaron toda clase de ensayos clínicos. Y pasaron por alto un importante efecto secundario en esta secuenciación. Uno que los científicos advirtieron muy tarde. Cuando la élite logró que la cura fuera inalcanzable para el humano promedio.
Como las células no envejecen ni se reemplazan, las enfermedades no tienen cura. El organismo se volvió incapaz de producir células T para combatir agentes patógenos. Cualquier lesión era para siempre: los cortes o contusiones seguirían sangrando por siempre, la conmoción cerebral jamás desaparecería y un miembro fracturado jamás sanaría.
Cansados de que los ignoraran durante años, el grupo de científicos descubrió esto mientras realizaba ensayos en ratas. Y al observar el mundo hecho pedazos, finalmente sonrieron.
En el mundo real no existe el karma natural. Hay que hacer todo lo posible para que se aplique. Los ricos vivirían por siempre en un mundo lleno de muerte y hambre. Jamás sanarían y sufrirían hasta el fin. No encontraron una cura para la codicia, pero recurrieron a la justicia.
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