La Liga Antimáscara de San Francisco (originalmente Anti-Mask League of San Francisco) es la prueba de que el negacionismo ante una epidemia no es un fenómeno moderno. En 1918, un grupo considerable de habitantes en San Francisco se organizó para protestar contra las medidas de prevención decretadas por el gobierno ante la pandemia de Gripe Española.
La pandemia de Gripe Española.
Hace un siglo, la humanidad también libró la batalla contra una pandemia que produjo miles de muertes y millones de infectados. Sin embargo, mientras científicos, gobierno y profesionales de la salud recomendaban encarecidamente a la población utilizar equipo de protección y aplicar el distanciamiento social, una parte de la sociedad optó por negar la efectividad de estas medidas. Partieron de la mera intuición y fueron contra todas las indicaciones.
Indudablemente, el párrafo anterior fácilmente aplicaría a la situación que experimenta el mundo con los grupos negacionistas que surgieron en Estados Unidos, México y prácticamente cualquier país del mundo donde la nueva enfermedad se estableció. Actualmente, el objetivo de estos grupos es refutar las sugerencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de los organismos locales de salud. Exactamente lo mismo se observó con la Liga Antimáscara de San Francisco hace más de cien años.
Todo empezó en octubre de 1918. En esa época, San Francisco era una ciudad con medio millón de habitantes que registró los primeros casos de gripe un mes antes, hasta alcanzar los dos mil contagios. Lógicamente, las autoridades recomendaron a la población entrar en cuarentena y evitar reuniones multitudinarias.
Medidas de prevención en la época.
Al paso del tiempo, los comercios no esenciales tuvieron que cerrar y el uso de cubrebocas se convirtió en una medida obligatoria, con campañas extremadamente incisivas sobre el tema. Como los estadounidenses peleaban la Primera Guerra Mundial, el gobierno relacionó el uso de cubrebocas al sentimiento patriótico de protección al país.
En la época, uno de los carteles que divulgó la Cruz Roja apuntaba lo siguiente: «Toser y estornudar disemina enfermedades, algo tan peligroso como el gas venenoso: propagar la Gripe Española amenaza nuestra producción de guerra».
Los reclamos de algunos respecto a la obligatoriedad del cubrebocas llevaron a que la autoridad implementara multas de entre US$ 5 y US$ 10 para quien anduviera en la calle sin protección. Ni siquiera los políticos influyentes estaban exentos de las medidas. James Rolph, alcalde de San Francisco, apareció en una fotografía divulgada por la prensa acompañado de otros funcionarios públicos sin cubrebocas. En consecuencia, el jefe de la policía le impuso una multa ejemplar.
La estricta aplicación de estas medidas tuvo buenos resultados: algunas estimaciones sugieren que ocho de cada diez personas en San Francisco utilizaban cubrebocas. El 21 de noviembre de 1918, San Francisco revocó la obligatoriedad de estas medidas. Los ciudadanos retomaron su rutina habitual: regresar al trabajo, ir al cine, visitar los parques. Y entonces apareció una segunda ola de contagios.
En total, la Gripe Española (brote que inició en los Estados Unidos) se dispersó en tres olas de contagios, siendo la segunda la más severa de todas. Se estima que la pandemia mató al menos 50 millones de personas (otros dicen que fueron 100 millones) e infectó a una tercera parte de la población mundial. La enfermedad sumó más víctimas que ambas Guerras Mundiales (juntas).
Origen de la Liga Antimáscara de San Francisco.
La situación era extremadamente grave y las autoridades de San Francisco tuvieron que recular. Una vez más implementaron el uso obligatorio de cubrebocas, y algunos habitantes no tuvieron reparo en mostrar su renovada molestia. Es importante recordar que, doce años antes, se produjo un terremoto histórico que pasó a la historia como «el gran terremoto e incendio de San Francisco de 1906», evento que fue particularmente devastador para la sociedad de la época.
Ante esta serie de infortunios sucediendo de forma tan periódica, es comprensible que los habitantes de San Francisco estuvieran tan desconcertados y tan faltos de fe respecto a la situación. Cuando volvieron a implementar la medida del cubrebocas, automáticamente algunas personas se preguntaron: «¿Si no funcionó la primera vez, por qué nos obligan a usarlo de nuevo? Esto llevó al nacimiento de la Liga Antimáscara.
Una Liga Antimáscara sin pies ni cabeza.
Emma Harrington, quien había ocupado el puesto de diputada, lideró la primera asamblea del grupo que reunió a más de dos mil personas. Y los encuentros se mantuvieron en el transcurso de un mes. En uno de estos eventos, más de 4,500 personas se reunieron para protestar contra James Rolph y el Dr. William C. Hassler, secretario de salud.
La Liga Antimáscara argumentaba que utilizar cubrebocas era inútil, y cuestionaban abiertamente a la ciencia sobre la efectividad de la medida. Curiosamente, argumentaba que existían problemas más graves que requerían mayor atención, como el desempleo de los soldados que volvían de la guerra. En un artículo publicado por The Guardian, se dice que la Liga Antimáscara llegó al extremo de enviar una bomba al doctor Hassler. Por fortuna, el paquete terminó en el lugar incorrecto y nadie resultó herido.
Pese a la gravedad de la situación, el gobierno optó por minimizar el movimiento. Al final, la Liga Antimáscara jamás alcanzó un acuerdo general: mientras unos pretendían elaborar una petición para que se revocará el uso obligatorio de cubrebocas, otros sólo querían la renuncia de Hassler. No consiguieron ni lo uno ni lo otro.
Los registros de la época señalan que a mediados de enero de 1919, San Francisco registraba 510 contagios y un promedio de 50 muertes al día. Dos semanas después y tras el segundo decreto de portar cubrebocas, el número de contagiados cayó a 12 y los muertos a 4. Harrington abandonó el liderazgo de la Liga Antimáscara y al poco tiempo el movimiento desapareció.