El caso de Dorothy Talbye es uno de los primeros filicidios registrados en la historia de los Estados Unidos. Aunque esta clase de actos abominables son tan antiguos como la historia misma, la clase de castigo que reciben las perpetradoras cambia con el tiempo y la sociedad. Incluso en nuestros días, casos como el de Klara Mauerova generan reacciones que van de la incredulidad hasta exigir pena de muerte.
Mujeres y brujas.
En el siglo XVII, la vida era particularmente difícil para las mujeres que vivían en Massachusetts, Estados Unidos. Existía una creencia generalizada en la brujería y posesión demoníaca, principalmente divulgada por residentes profundamente religiosos de ciudades como Salem y Boston. Por si fuera poco, la mujer que desafiaba o se resistía a la autoridad de su esposo carecía de la más mínima protección legal.
De hecho, esta clase de comportamiento muchas veces implicaba que terminaran exhibidas públicamente o azotadas en medio de una muchedumbre. La gran justificación tras este maltrato era la creencia generalizada de que las mujeres resultaban particularmente vulnerables a la influencia de Satanás. En los sermones regulares, los clérigos no se cansaban de afirmar que las damas tenían una tendencia natural por el pecado.
La consolidación de esta idea quedó plasmada en los libros religiosos escritos en la época, donde por culpa de Eva consideraban a las mujeres responsables del “pecado original”. En el libro A Discourse on the Damned Art of Witchcraft, escrito en 1596 por William Perkin, aparece un texto muy incisivo de condena a las mujeres. “En todas las épocas encontramos […] que el demonio ha prevalecido más fácilmente en mujeres que en hombres”, escribió Perkin. “A más mujeres, más brujas”.
La decadencia de Dorothy Talbye.
Se desconocen los episodios que marcaron la infancia de Dorothy Talbye, aunque más tarde la describieron como una persona “piadosa y de buena estima”. Solía acompañar a su esposo a la iglesia y llevaba una vida aburrida, como la mayoría de las mujeres en la época. Sin embargo, las cosas dieron un giro de 180 grados en 1636, tras el complicado parto de su hija.
Por razones que jamás sabremos, Dorothy Talbye empezó a manifestar una serie de problemas emocionales que la volvieron una mujer malhumorada y violenta. John Winthrop, gobernador de Massachusetts en la época, escribió en su diario que el extraño comportamiento de Dorothy le producía grandes conflictos con su esposo y la iglesia. La describieron como una mujer que “desafiaba a su esposo con melancolía o delirios espirituales, a veces intentando matarlo a él, a sus hijos y a ella misma”.
Pese a los esfuerzos de los líderes de su iglesia por mejorar su condición, Dorothy Talbye terminó “expulsada” de la congregación religiosa a la que pertenecía. Pero, una vez que se supo excomulgada se volvió una persona todavía más incontrolable. Tras varios incidentes más relacionados con su esposo e hijos, en 1637 Dorothy tuvo que comparecer ante el magistrado acusada de agredir a su esposo.
El castigo implicó que la ataran y encadenaran a un poste. Pero, más tarde ese mismo año recibió una nueva sentencia para ser azotada tras cometer nuevos delitos contra su esposo. Aparentemente, la flagelación dio resultados y Dorothy volvió a su actitud sumisa de toda la vida, al menos durante un tiempo.
El filicidio de Dorothy Talby.
En noviembre de 1638, Dorothy Talby asesinó a su pequeña hija de tres años rompiéndole el cuello. Al momento de su detención admitió libremente ser responsable del terrible crimen, pero en su audiencia de comparecencia se negó a decir una sola palabra. Como las leyes en aquella época colonial eran un tanto arcaicas, el gobernador se hartó de la actitud de esta mujer y la amenazó con condenarla a la pena capital si no confesaba el crimen.
Al verse en un callejón sin salida, Dorothy admitió su responsabilidad en el terrible crimen, argumentando que mató a su hija para “liberarla de la futura miseria”. Durante todo el juicio, la mujer no dijo nada más en su defensa y básicamente se mostró reacia a colaborar con el tribunal en todos los aspectos.
En aquel tiempo, aun no existía la defensa contra la locura, aunque las leyes del estado de Massachusetts la adoptarían poco después. Mientras los enfermos mentales graves eran encerrados en asilos para evitar que lastimaran a otras personas o a sí mismos, el gobernador Winthrop no mostró ningún tipo de compasión hacia Dorothy Talby.
La problemática Dorothy Talby.
Como más tarde escribieron los periódicos, la mujer mató a su hija no por culpa de la locura, sino porque “fue poseída por Satanás, quien la convenció (a través de sus delirios, que ella consideraba revelaciones de Dios) de romper el cuello a su propio retoño”.
Para el tribunal y el gobernador, una sentencia de muerte era la única opción viable y justa en el caso de Dorothy Talbye. Los informes señalan que no mostró ningún tipo de emoción al conocer que la llevarían a la horca por su crimen, y tampoco manifestó remordimiento por el terrible crimen. Solicitó que la decapitaran en lugar de ahorcarla, argumentando que sería menos doloroso o vergonzoso, pero la solicitud fue rechazada.
El día que hicieron efectiva la condena, los verdugos tuvieron que arrastrar a Dorothy Talbye a la horca donde se negó a mantenerse de pie. Su pastor y otros miembros de la iglesia la acompañaron con la esperanza de proporcionar algún tipo de consuelo final, pero en todo momento rechazó cualquier tipo de ritual. Incluso se negó a colocarse la capucha negra que debían portar todos los condenados. Se la quitó y acomodó alrededor del cuello para que la soga fuera más cómoda.
Castigo ejemplar.
El ahorcamiento de Dorothy Talbye fue un espectáculo horripilante, pues en esa época todavía no se practicaba la “caída larga”, en la que rompen el cuello al condenado dejándolo caer desde gran altura. Dorothy Talbye estuvo plenamente consciente mientras la soga la estrangulaba hasta la muerte. En cierto punto, trato de sostener la escalera de la horca mientras se balanceaba. Al poco tiempo la declararon oficialmente muerta.
El castigo tan severo a Dorothy Talbye llama mucho la atención porque, si bien el infanticidio es un crimen horripilante, los tribunales siempre han tenido cierta condescendencia en las sentencias. Por ejemplo, en 1691 Mercy Brown, de Wallingford, Massachusetts, terminó asesinando a su hijo y fue a juicio, pero recibió un trato mucho más humano que el que dieron a Dorothy.
Además de retrasar la sentencia a causa de su “locura”, eventualmente la condenaron a cadena perpetua al considerarla una persona mentalmente incapaz. La única diferencia fue que Mercy Brown mostró arrepentimiento y disposición a cooperar plenamente con la corte.
Con Dorothy Talbye, en lugar de reconocer que el crimen fue motivado por una enfermedad mental, los tribunales vieron la oportunidad de ejecutarla para poner el ejemplo a otras mujeres sobre las consecuencias de actuar indebidamente. Es decir, renunciar a su papel sumiso y obediente de buena esposa. El destino de esta mujer quedó sellado el día que renunció a las enseñanzas de su iglesia y adoptó un comportamiento “poco femenino”.