César Borgia murió asesinado en marzo de 1507, tras afrontar una época particularmente turbulenta para la familia Borgia pues diversos enemigos amenazaron la soberanía de esta familia al frente de la Iglesia Católica y los reinos que gobernaban. El otrora cabecilla del brazo armado que protegía al papa, era muy bueno capturando y asesinando a cualquier adversario. Su padre, Rodrigo Borgia, que para ese entonces era más conocido como el papa Alejandro VI, también solía castigar a todo aquel que se opusiera a su voluntad: por ejemplo, el cardenal Orsini que vio sus últimos días en las terribles mazmorras del Castillo de Sant’Angelo, una imponente fortaleza edificada en los márgenes del río Tíber.
Precisamente, en Sant’Angelo Alejandro VI solía reflexionar sobre sus acciones, y fue aquí donde emprendió su iracunda venganza contra Orsini. El cardenal se quedaría en las mazmorras hasta languidecer y morir. Pero aquello no terminó allí, pues el papa confiscó todas sus posesiones, atrapó a varios familiares y despojó a otros más. Posteriormente, ordenó a Cesar el asesinato de un par de sobrinos de su enemigo.
Con estas acciones, los Borgia se reafirmaban como la gran fuerza gobernante en aquellos lugares que posteriormente serían unificados en una sola nación, Italia, así como de las zonas católicas bajo su control, incluida Francia y España. Dicen que Alejandro VI, el Padre Santo, ni siquiera se tomaba la molestia de limpiar la sangre que escurría por sus manos antes de acostarse en la cama, y no precisamente para dormir sino, probablemente, para retozar con alguna mujer.
España asume el control en Roma.
La familia Borgia se hizo con el control de la Iglesia después que España fortaleciera su presencia en el escenario político y económico de Europa, principalmente a causa de las Grandes Navegaciones. El puesto del papa, hasta ese entonces un cargo esencialmente político, estaba determinado por los intereses de las familias más poderosas, y había tocado el turno a un español para que velara por los intereses de sus compatriotas.
Al morir el papa Nicolás V, los sucedió Alfonso de Borja, que tenía 76 años al convertirse en Calixto III. La llegada de los Borja, que pasarían a llamarse Borgia, significó el ingreso de España al Vaticano. Calixto III fungió como papa poco más de tres años, entre 1455 y 1458. Fue un político sumamente inteligente que logró fortalecer el nombre de los Borgia en los reinos católicos bajo su influencia y, más importante aún, buscó que diversos parientes ocuparan cargos políticos importantes.
Gracias a este nepotismo, Rodrigo Borgia figuraba como uno de los cardenales más influyentes de Roma con tan solo 27 años. De hecho, cuando se desempeñaba como cardenal en Valencia, fue el principal responsable por la institución de la Inquisición en España, organismo que enjuició a más de 13 mil judíos convertidos a lo largo de una década, entre 1480 y 1490.
La dinámica política de esa época exigía que cada familia importante tuviera un cardenal, especialmente para llevar a cabo las alianzas políticas y negociar los impuestos, y Calixto III nombró a Rodrigo cardenal y secretario del Estados. Entonces, este personaje administraba las relaciones políticas con otros reinos, controlaba los recursos económicos de la Iglesia y velaba por los intereses de España.
Un lugar en el paraíso.
A Calixto III le siguió Pío II, después vendrían Paulo II, Sixto IV e Inocencio VIII hasta que, finalmente, en 1492 Rodrigo Borgia se convirtió en Sumo Pontífice. Como papa, fue el principal responsable por transformar el apellido Borgia en sinónimo de respeto y temor. Bajo el nombre de Alejandro VI no puso límites al nepotismo y asignó decenas de cargos importantes a sus familiares. Comportándose como un emperador, dueño absoluto de la inmensa fortuna que poseía la Iglesia, repartió fortunas y propiedades a diestra y siniestra.
El nepotismo en su máxima expresión.
A Pedro, su hijo (sí, tenía un hijo pese al celibato exigido por la Iglesia), le compró un ducado en Gandía, España. Además, ordenó la construcción de un palacio gigantesco repleto de símbolos ostentosos frente a la Santa Sede, para que su residencia estuviera a la altura de su poder. Para cubrir todos estos gastos, la Iglesia tuvo que ampliar sus fuentes de ingreso, adicionales a las diversas y extremadamente rentables que ya poseía. Las indulgencias se vendían como pan caliente, y nunca antes en la historia resultó tan fácil comprar un lugar en el paraíso.
Para Alejandro VI los Estados Pontificios pertenecían a los Borgia, y los roces con otras familias poderosas no se hicieron esperar. A través de la simonía, o la venta de cargos eclesiásticos, los Borgia financiaron la contratación de mercenarios para aumentar su control y poderío militar, circunstancias que les proporcionaban ventajas en las negociaciones diplomáticas. De hecho, se dice que en aquel periodo ningún cardenal fue nombrado sin antes haber pagado por el puesto.
Un papa despiadado.
Pero, incluso antes de convertirse en el máximo dirigente de la Iglesia, Rodrigo ya daba muestras de cómo sería su estilo de gobierno. Cuando tuvo lugar el conclave donde fue electo, Roma se convulsionaba por una ola de violencia y asesinatos que se acumulaban por centenas. Apenas se supo la noticia de su elección, Rodrigo puso remedio a la situación. Identificó a los criminales, ordenó que sus casas fueran destruidas y que los ahorcaran ahí mismo, dejándolos expuestos para que sirvieran de ejemplo. Para el 26 de agosto, cuando asumió las funciones de papa, la ciudad había sido completamente pacificada.
Este tratamiento que dio a los asesinos de Roma se convertiría en el modus operandi con que la familia Borgia castigaba a sus opositores. Si alguien tenía la osadía de contraríalos, no titubeaban en matarlo. Se les hizo costumbre recurrir al veneno para deshacerse de sus enemigos. Bajo el pretexto de proteger a los cristianos de los musulmanes, Alejandro VI instituyó la Liga Santa, una coalición militar del cristianismo comandada por Giovanni Borgia, su primogénito.
César Borgia.
César, el más joven de la familia, odiaba el papel que le habían asignado condenándolo a la vida en la Iglesia. Por eso, tras una cena familiar, asesinó a Giovanni y arrojó su cuerpo al río Tíber. Cuando el papa descubrió que César había asesinado a su hermano, decidió detener las investigaciones y ahorrarse el escándalo. Poco antes de cumplir los 18 años, César Borgia ya era cardenal, jefe militar y líder de las tropas del papa. En la práctica, este brazo armado de la Iglesia se convirtió en instrumento de intimidación del que César era líder, y uno muy sanguinario que no dudaba a la hora de resolver cualquier problema por las vías más siniestras.
La lujuria de los Borgia.
Además de Pedro, Giovanni y César, Rodrigo Borgia también era padre de otros cuatro hijos que vivían en Roma, engendrados con distintas mujeres. Al casar a sus amantes con empleados de la Iglesia, el papa mataba a dos pájaros de un tiro: las tenía cerca y disipaba los rumores de que era un mujeriego empedernido. Durante mucho tiempo, Alejandro VI sostuvo un amorío con Giulia Farnese, una amiga de su hija Lucrecia, empezando la relación cuando la joven tenía apenas 15 años (existen rumores de que procrearon una hija).
Además, se decía que el Sumo Pontífice mantenía un harem de prostitutas para uso personal y de sus hijos, muchas veces protagonizando orgias en estos aposentos sagrados. Otros rumores sugerían que la lujuria de los Borgia pudo alcanzar el incesto, pues Lucrecia habría mantenido relaciones íntimas con su hermano César y su padre Rodrigo. Pero todo esto jamás pudo comprobarse.
Los matrimonios de Lucrecia Borgia.
Lo que sí quedó claro fue la forma tan burlona en que César y Alejandro VI se aprovecharon de Lucrecia. Cuando tenía apenas 13 años, la obligaron a casarse con Giovanni Sforza, inicialmente un aliado de los Borgia. Sin embargo, después se convirtió en una amenaza y empezaron a presionar para disolver el matrimonio. Sforza se negó, pero cuando César lo amenazó de muerte entendió que lo más conveniente era aceptarlo. Así, Alejandro VI garantizó que el matrimonio de su hija jamás se había consumado pues su yerno era impotente.
Sin embargo, el segundo esposo de Lucrecia, Alfonso de Aragón, tuvo un destino muy diferente cuando se convirtió en un obstáculo para los objetivos de su familia política. Mientras recorría las gradas en la Basílica de San Pedro, cuatro sujetos lo atacaron. El hombre logró sobrevivir, pero mientras estaba en recuperación alguien lo estranguló.
No había duda de que César Borgia era el autor intelectual. Lucrecia sintió la muerte de su esposo, pero no tuvo oportunidad de lamentarse. Las alianzas debían seguir forjando las tácticas políticas de los Borgia. Con 21 años, la hija favorita del papa se casaba por tercera ocasión, esta vez con Alfonso I de Este, hijo del duque de Ferrara, con quien compartiría el resto de su vida.
Los rumores sobre la familia Borgia.
Muchos historiadores están convencidos de que los rumores sobre las orgias y conductas incestuosas de los Borgia fueron inventados por enemigos de la familia. Se sabe que la vida sexual del papa era muy activa, y diversas fuentes apuntan a que César tenía una obsesión por su hermana, pero al analizar la trayectoria de una mujer como Lucrecia, difícilmente hay cabida para el incesto.
Además, en aquella época se manejaban valores morales distintos, y se debe tener eso en cuenta para no caer en el error de juzgar los acontecimientos desde la perspectiva actual. De hecho, muchos tiranos de aquella época solían recurrir a acciones como el asesinato y envenenamiento contra sus enemigos. Cuando se habla de los Borgia, estas conductas resultan particularmente graves por el poder religioso y secular que ostentaban. Toda esta información sesgada, aunada a toda clase de producciones artísticas exageradas, ha contribuido a la deformación de esta familia en el imaginario popular.
Durante la realidad del Renacimiento, matar a los enemigos, casar a las hijas por interés y comerciar con cargos eclesiásticos no eran conductas particularmente aberrantes. De hecho, los asesinatos políticos siguen tan vigentes como la ropa.
El fin de los Borgia.
Irónicamente, el veneno pudo ser la chispa que encendió la mecha en la decadencia de los Borgia. El 18 de agosto de 1503, a los 73 años, Alejandro VI murió. Unos dicen que víctima de la malaria, pero otros están seguros de que fue envenenado con arsénico. Para ese entonces, César había enfermado de gravedad, un indicio de que el asesinó intentó deshacerse del padre y el hijo, este último logrando sobrevivir gracias a su juventud. Cuando finalmente se recuperó, César intentó hacer frente a las coyunturas políticas que exigían la salida de los Borgia. Sin embargo, las ciudades bajo su control fueron sitiadas y las fuentes de ingreso se detuvieron.
César fue capturado y llevado a España, de donde escapó para regresar a la península italiana. Pero aquella vida como forajido no duraría demasiado. Tras asesinar a incontables enemigos, César fue asesinado en 1507, a los 31 años de edad. Ahí terminaba el último resquicio del gran poder que alguna vez ostentó la familia Borgia al mando de la Iglesia Católica.