En junio de 1965, un joven de 27 años llamado Angus Barbieri acudió a una consulta en el Hospital Maryfield en Dundee, Escocia, pues había subido de peso hasta alcanzar una obesidad mórbida. Quejándose de ser un hombre “extremadamente gordo”, Barbieri se subió a la báscula y alcanzó los 207 kg. Para reducir el tamaño del estómago y, en consecuencia, controlar el apetito, los médicos le recomendaron someterse a un breve periodo de ayuno.
Ayuno en serio.
Aunque cada cierto tiempo acudía al hospital para los exámenes de rutina, Barbieri siguió la dieta de forma completamente ambulatoria. Su ayuno se extendió hasta el plazo máximo recomendado de 40 días, pero decidió mantenerlo. Aunque los exámenes de orina y sangre mostraban algunas variaciones en los parámetros, no había nada de que preocuparse. Aunque el personal médico no tomó muestras fecales durante el ayuno del joven, en el registro figura que la motilidad intestinal del paciente se vio muy reducida, llegando a transcurrir 42 días entre evacuaciones.
Cuando finalmente Barbieri llegó a los 82 kg de peso, habiendo perdido 125 kg, concluyó que ese era su peso ideal y lo celebró degustando una taza de café negro acompañada por una rebanada de pan con mantequilla. Habían transcurrido 382 días desde la última vez que ingirió un alimento sólido y aquella comida marcaba el final de su ayuno autoimpuesto. Barbieri perdió peso a un ritmo promedio de 327 gramos por día.
Los análisis clínicos y las revisiones físicas realizadas por los médicos no revelaron alguna consecuencia indeseable del régimen alimenticio.
Una marca memorable.
La edición de 1971 del Libro Guinness de récords mundiales incluyó a Angus Barbieri como el ser humano que más tiempo ha pasado sin ingerir alimentos sólidos, acreditándole los 382 días completos. Debido a la política actual de la empresa de excluir cualquier registro que ponga en peligro la vida de las personas, probablemente la marca de Barbieri dure por siempre. Aunque llegó a recuperar algo de peso, alcanzando los 89 kg, Angus mantuvo un buen peso hasta su muerte, en 1990.
Exhalando grasa.
Gracias a la ley de Lomonósov-Lavoisier, popularmente conocida como ley de conservación de la materia, sabemos que “la materia no se crea ni se destruye: solo se transforma”. Entonces, podemos deducir que para perder peso el ser humano debe expulsar la materia de su cuerpo de alguna forma.
¿Cómo crees que nuestro cuerpo elimina la grasa metabolizada? En 2013, hicieron esta misma pregunta a diversos profesionales de la salud durante un sondeo y, sorprendentemente, muchos respondieron que la grasa “se quemaba” convirtiéndose en energía o calor. Además, otros supusieron que gran parte de los metabolitos terminan convertidos en músculo o excretados en las heces.
En realidad, contrario a lo que supone la intuición, los pulmones se encargan de eliminar más del 90% del peso que se pierde mediante la liberación de dióxido de carbono, “desapareciéndolo” en el aire. El resto se elimina a través del sudor, la orina y otros fluidos corporales.